Desde la capital no se ve el fenómeno porque la atmósfera del análisis está contaminada por la politiquería y determinada por la televisión. No se ve lo que intuyó Octavio Paz ante la respuesta de los capitalinos a los sismos de 1985. Entre los escombros percibió las semillas de una poderosa democracia.
Al entrar en contacto con la gente de los pueblos y barrios he comprobado cómo las semillas están dando frutos. Cada vez son más los que creen en el proyecto alternativo y que confían en que AMLO los pueda encabezar. El nivel de la organización crece cada día.
Creo que he superado en alguna forma las barreras de prejuicios que dividen a las clases y a las castas. Uno puede observar a una multitud desde un templete sin tener la menor idea de lo que creen o lo que sienten. La experiencia de contacto es indispensable: he estado en centenares de hogares, reuniones, pláticas de sensibilización, ceremonias de constitución de comités. La gente se adhiere sin pedir nada más que trabajo y dignidad. He encontrado hospitalidad, entusiasmo y politización. He llegado a sentir que hay esperanza en contraste con la depresión que sienten millones.
Muchos creen que la gente venderá su voto a cambio de regalos. No aceptan que en el pueblo se ha dado una revolución silenciosa y que los malos tiempos están actuando como acicate de la conciencia. Nuestra apuesta consiste en creer que la gente común puede tomar a su cargo la responsabilidad del poder. Esta convicción tiene que pasar por una prueba de fuego: en los 20 meses que nos separan de las elecciones presidenciales se definirá si la maquinaria de la oligarquía y sus órganos ejecutivos, los partidos y el gobierno pueden imponerse o si la gente finalmente despierta y triunfa.