viernes, 31 de agosto de 2007

Opinión de Jorge Luis Sierra

Subordinación militar a EU

Jorge Luis Sierra
31 de agosto de 2007


La proximidad de un nuevo acuerdo de cooperación antinarcóticos entre México y Estados Unidos ha puesto a los militares mexicanos de nuevo en posibilidad de una fase mayor de cooperación binacional.

La sensibilidad de los militares mexicanos es enorme hacia cualquier tipo de cooperación binacional en la que esté involucrado un componente militar. Siempre ha prevalecido una dosis importante de desconfianza hacia cualquier política que suene a una subordinación de nuestras Fuerzas Armadas a la agenda de seguridad y los intereses estratégicos de Estados Unidos.

Este sentimiento atraviesa casi todas las generaciones militares, incluidas las de los coroneles y generales que han logrado su ascenso poco antes o después de la etapa posterior al ataque histórico del 11 de septiembre de 2001 y su secuela bélica en Asia central y el Medio Oriente.

Una muestra de esta desconfianza militar hacia las intenciones estadounidenses quedó plasmada en una reunión de alumnos de las generaciones 2003-2004 del Colegio de la Defensa Nacional y el Centro de Estudios Superiores Navales. La reunión era importante porque implicaba la reflexión conjunta entre mandos y jefes militares, así como civiles seleccionados del gobierno federal que cursan las maestrías en Administración Militar y Seguridad Nacional de ambas instituciones educativas.

En la minuta de la reunión quedó plasmado el temor de ambas generaciones de estudiantes a que Estados Unidos exigiera o promoviera, en caso de un ataque terrorista de igual o mayor gravedad al que ocurrió el 11 de septiembre, la creación de bases militares estadounidenses en territorio mexicano, tal y como ocurre en países como El Salvador, Ecuador y Colombia, que están integradas en una plataforma de detección de aeronaves cargadas con drogas procedentes de la región andina.

También ha sido motivo de preocupación militar el hecho de que el territorio mexicano quedó integrado a la geografía operacional del Comando Norte, que se creó el 1 de octubre de 2002, con los 60 soldados que formaban el Comando Norteamericano de Defensa Aeroespacial. La misión del Comando Norte quedó definida como la defensa del territorio de Estados Unidos ante un ataque terrorista y la ayuda a las autoridades civiles en caso de desastre. Lo que acrecentó las críticas y las sospechas en México fue que la línea limítrofe de las operaciones del Comando Norte al sur coincidía con la línea fronteriza de México con Belice y Guatemala.

A pesar de que se ha desarrollado el entendimiento mutuo entre militares de ambos países en los últimos 10 años, la desconfianza militar hacia los planes de EU no puede ser soslayada.

A final de cuentas, la necesidad política de mejorar las relaciones con EU y las propias necesidades militares de armas, tecnología y entrenamiento han llevado a México a modificar sus propios planes de seguridad y adaptarlos paso a paso a la agenda de seguridad nacional, regional y global de Estados Unidos.

El Plan Centinela, para vigilar la seguridad de las fronteras norte y sur del país, y el desarrollo de planes de seguridad naval para proteger la sonda de Campeche fueron algunas de las aportaciones de las Fuerzas Armadas mexicanas en el nuevo contexto posterior al 11 de septiembre.

¿Hasta dónde va a llegar este proceso? Es difícil decirlo. Los tres últimos presidentes mexicanos han permitido un escalamiento de la cooperación antinarcóticos con Estados Unidos y han involucrado profundamente a las Fuerzas Armadas en el nuevo esquema regional de cooperación. Los soldados mexicanos se están entrenando en Estados Unidos, la Fuerza Aérea está recibiendo tecnología para el desarrollo de una plataforma de vigilancia aérea cada vez más sofisticada y la Armada de México ha recibido fragatas destructoras en su equipamiento.

Aceptar entrenamiento y equipo militar implica la adopción de sistemas militares completos que abarcan tecnología, mantenimiento y organización militar. El sistema es integral porque los operadores de los nuevos equipos de seguridad deben entrenarse en Estados Unidos, donde pueden sensibilizarse con sus necesidades emergentes de seguridad de ese país y regresar a México con una perspectiva más abierta a la cooperación.

No habría razón para preocuparse si México tuviera una discusión nacional en materia de defensa y tuviera asegurado que los intereses nacionales predominarán en toda discusión binacional en materia de seguridad. Pero lo que tenemos es a un Poder Ejecutivo ansioso de demostrar su voluntad de cooperar, el desarrollo de un nuevo pragmatismo en las Fuerzas Armadas y el silencio casi negligente del Congreso en materia de la cooperación militar binacional. Lo que escucharemos en el primer informe presidencial habrá de ser una mera justificación de las relaciones que ha entablado México con su vecino.

En esas circunstancias, el Congreso mexicano debiera ser el responsable de cuestionar al Presidente hasta qué grado sus políticas estimulan la subordinación de nuestras instituciones de seguridad, principalmente las Fuerzas Armadas, a la agenda estadounidense. Habría que ver si eso realmente ocurre.


jlsierra@hotmail.com

Especialista en temas de seguridad y fuerzas armadas