AL PRINCIPIO
El 2011 lo iniciamos los mexicanos inmersos en la cultura política que hace del disimulo la fórmula de éxito político individual a la que se aferra una enorme cantidad de practicantes de la política. La receta es más o menos así: “ni siquiera lo pienses, si lo piensas, no lo digas, si lo dices no lo escribas, si lo escribes no lo firmes y si lo firmas dices que te falsificaron la firma”.
Esto nada tiene que ver con la discreción profesional que debe guardar un buen secretario particular respecto a los asuntos de su jefe, ni aquella a la que está obligado un gobernante respecto a los asuntos de especial delicadeza, ni a los pormenores de un expediente puesto a disposición de un juez, mucho menos a las confidencias del cliente a su abogado.
Este criterio con lo que tiene que ver es con las convicciones y juicios sobre temas de interés público, no es exclusivo de México ni de la vida pública contemporánea, se convierte en regla de conducta en los regímenes represivos, en México, lo aclimató el temido Tribunal Del Santo Oficio durante las tres centurias de dominación española de manera tan eficaz, que los esfuerzos liberales de los siglos diecinueve y veinte no pudieron erradicarlo.
APLAUDIENDO ENGAÑOS
Lo malo es que cuando vivimos en un régimen con un margen importante de libertad, seguimos actuando como si todavía la santa inquisición pudiera mandarnos a la hoguera, ahora no es el miedo el motor del ocultamiento del pensamiento propio, ahora es el vulgar oportunismo característico de quien carece del elemental compromiso con el interés general y por lo tanto, no requiere de un ideario. Su definición es la indefinición. La ambigüedad es su refugio.
La prolongada estancia de 70 años del PRI en la presidencia de la República, con su abrumador dominio en municipios y estados, convirtió a ese partido en forjador de la cultura política que hizo del ocultamiento de las propias convicciones casi una religión, que tuvo practicantes a los que en su momento admiraron por la eficacia con la que ocultaron su pensamiento real hasta que llegaron al poder.
La trayectoria previa a su arribo a los Pinos de Luís Echeverría es emblemática, a ese respecto como emblemática es la capacidad tan admirada de engaño y manipulación de Adolfo Ruiz Cortines en el manejo de la sucesión.
El enmascaramiento de las convicciones propias en una atmósfera autoritaria provocó gestas libertarias a las que también rendimos culto los mexicanos, pareciera que de la misma manera que somos Juarista al mismo tiempo que guadalupanos, también aprendimos a admirar a los mexicanos que han dado hasta la vida porque tengamos el derecho a pensar como nos dé la gana, al mismo tiempo que admiramos a los “inteligentes” que nunca piensan, que si piensan no dicen lo que piensan, que si lo dicen no lo escriben y que si lo escriben no lo firman.
FRUTOS AMARGOS DE LA SIMULACIÓN
Si hacemos un breve recuento de los daños ocasionados por la cultura de la simulación nos encontramos con que: los políticos mexicanos son ágrafos en su inmensa mayoría y muchos de los que escriben hablan de temas que no los compromete.
Al considerar socialmente aceptable que los políticos no se definan en relación a los acontecimientos y conflictos de la vida pública, renunciamos a la permanente evaluación ciudadana respecto a quienes aspiran a tomar decisiones en nuestro nombre.
Una sociedad que no exige definiciones, se expone a tener a políticos sin más propósitos que los individuales, que encuentran en la corrupción de las instituciones el marco propicio para sus objetivos.
El simulador político es incapaz de relaciones de verdad, sabe que así como él engaña se expone a ser engañado. Su desconfianza lo priva de la reflexión de los demás, sean partidarios o sean adversarios, es una clase política que desconfía tanto que se entrega sin reservas a los conjuros de los brujos de Catemaco o si se dispone de suficientes medios, hacen el viaje hasta el África para bañarse en la sangre de los leones como lo hizo Elba Ester Gordillo según lo relata José Gil Olmos en “Los brujos del poder”.
AL ÚLTIMO
LULA, LA ANTÍTESIS
La lucha por transformar nuestro país no será victoriosa hasta que destierre la cultura de la hipocresía, la sinceridad que tanto valoramos en nuestras relaciones personales debe ser convertida en supremo valor de la política, Lula, el humilde obrero con fama de francote, enseñó que sí se puede.
Nos encontramos el jueves en El Recreo.
luismedinalizalde@gmail.com