José Agustín Ortiz Pinchetti
Publicado el Domingo 13 de diciembre de 2009 en La Jornada
En el lejanísimo 1970 Cosío Villegas veía el dilema del PRI: su muerte o su transfiguración en partido moderno. Aceptaba que el viejo gran partido persistía en su vicio principal: favorecer a 9 por ciento de la población a costa del restante 91. Este rezago contrastaba con una sociedad cada vez más exigente. Por supuesto que el PRI no sólo abandonó el intento de justicia social, sino que a partir de 1985 se entregó al neoliberalismo”. No sólo persistió en beneficiar a la oligarquía de ese 9 por ciento, sino le entregó progresivamente el poder. La crisis financiera que provocó esta política obligó a Zedillo a abrir el juego y el PRI perdió.
En 2000, cuando Vicente Fox, opositor democrático, “sacó al PRI de Los Pinos”, supusimos que el tricolor tendría que transformarse o desaparecer. Pero Fox le garantizó la impunidad y siguió con sus mismas corruptelas y abusos. Ahora, apoyado en forma cada vez más cínica por Felipe Calderón, se prepara para “regresar a Los Pinos”, pero no para cambiar el rumbo, sino para compartir con su viejo enemigo, el PAN, los negocios y apoyos que le proporciona el patronazgo de la oligarquía.
Si usted lo duda, vea cómo el PRI ha defendido heroicamente los privilegios de los grandes emporios. Cómo ha volteado la espalda al sindicalismo combativo. Cómo protege las ventajas de los grupos fácticos y de sus 470 empresas, que a pesar de generar la mitad del producto interno sólo pagan 1.7 por ciento de impuestos. Ahora resulta que la “liberal” Beatriz Paredes, quien busca la alianza con la retrógrada Iglesia católica, impulsa la campaña contra la despenalización del aborto. El PRI está confiado en lo más negro y reaccionario de la sociedad política. Así, su precandidato más fuerte, Enrique Peña Nieto, se protege bajo el manto de Carlos Salinas, quien representa justamente el amarre entre los grupos de interés y la clase política. El PAN está optando por convertirse en aliado permanente del PRI con la esperanza de crear una especie de bipolaridad que les permita repartirse el poder y los negocios.
Para que esto pueda funcionar tendrán que cumplir un trámite: desmontar el único polo opositor que incluye el movimiento que encabeza AMLO y la unificación todavía precaria, pero ya clara, de los partidos de izquierda. Si esta resistencia no existiera o fracasara, el país tendería no a su recuperación, sino a acelerar su decadencia y renunciaría al futuro para regresar a un pasado que imaginábamos superado para siempre.