Entre la Catedral y el Zócalo
Hay reglas para el toque de campanas, máxime si es la Catedral de una nación.
Un amigo sacerdote las explica. A partir del sínodo provincial de Guadalajara en 1938, se fijaron las reglas en México para el tañir de campanas, cuya finalidad es convocar a la oración y anunciar las fiestas. Hay ocho tipos de toques. Tome usted nota, para que concluya a nombre de quién doblaron las campanas de catedral el pasado domingo.
“Toque de Alba”: Se divide en ordinario y solemne. El primero se acostumbra diariamente, se dan nueve golpes muy pausados con la campana mayor, concluyendo con tres seguidos. Su tiempo de duración es de 35 a 40 segundos. El solemne: “Se inicia esquileando, 30 vueltas a cada una, deteniendo al principio la esquila entre vuelta y vuelta; se inicia por la de sonido más leve o agudo y se va aumentando hasta terminar con el esquilón; se repite la operación hasta completar seis veces. Enseguida se dan las nueve campanadas de alba con la campana mayor. Luego se repite el esquileo, tres veces 30 vueltas con cada esquila y sin detenerlas a cada vuelta, para terminar con tres repiques consecutivos poniendo a vuelo todas las campanas”. Su duración es de 10 a 15 minutos, según el número de campanas disponible.
Vienen después los “llamados a misa”; los “toques de oración”; los toques “dobles” (para las exequias de los difuntos); la llamada “mano de Pino” o esquileo (para anunciar fiestas y peregrinaciones, con un sistema similar al toque de alba solemne, con duración de quince minutos); las llamadas a “ejercicios piadosos”; los “repiques” (se echan a vuelo todas las campanas para anunciar fin de la fiesta patronal, la llegada de un obispo nuevo, la misa de gallo en navidad, la cena del señor en jueves santo y la vigilia pascual; se repite el tiempo que sea conveniente); por último, los toques de campana conocidos como “rogativas” o toques de alerta (cuando se aproxima una calamidad, una tempestad, o en actos de desagravio y letanías. Se tocan todas las campanas, una por una, de menor a mayor, pausadamente. Con cada una de ellas se dan dos golpes; con la mayor sólo uno. Así se vuelve a comenzar y se repite el tiempo conveniente).
El pasado domingo 18 de noviembre a las 12 del día, las campanas de catedral debieron anunciar una típica “llamada a misa” ordinaria. Su protocolo es el siguiente: “La primera se da media hora antes de la celebración, con la campana mayor o la campana destinada a la Misa. Primero se da una campanada y se deja un espacio de tiempo; luego se dan quince golpes seguidos, y se deja otra pausa; y se termina con una campanada”. Su duración es de un minuto aproximadamente.
La segunda llamada se da quince minutos antes de la celebración, con la campana mayor o la campana destinada a la Misa. Primero se dan dos campanadas pausadas y se deja un espacio de tiempo; enseguida se dan veinte golpes seguidos, y se deja otra pausa; y se termina con otras dos campanadas. Noventa segundos de duración.
La última se da al sonar la hora de la celebración, con la misma campana. Primero se dan tres campanadas pausadas y se deja un espacio de tiempo; luego se dan 25 golpes seguidos, se deja al final otra pausa; se repiten luego las tres campanadas pausadas y acompasadas; y se termina con cuatro toques seguidos, ni tan juntos que no se puedan distinguir, ni tan dilatados que se olviden. De dos a tres minutos de duración (www.apostoloteca.org/liturgia/manualdelsacristan).
Será importante analizar con precisión la duración y el tipo de toque de las campanas de Catedral ese día, a la luz del protocolo aquí reseñado. Yo estuve presente en el evento y, en lo personal, me pareció fuera de orden ese “llamado a misa”. Duró cerca de quince minutos, de las 11:45 a las 12:00 horas aproximadamente, con una cadencia también anormal. No era el sonido del Angelus del mediodía, sino el repique de las “rogativas” —parecido al martilleo de un yunque—, que advierten de la tempestad, la calamidad o, a partir del domingo pasado, de la “profecía autocumplida”.
Vendría la referencia inaudible como inevitable de la oradora en turno, la senadora Rosario Ibarra de Piedra, quien en ningún momento arengó a la toma de la Catedral, como ahora argumenta la defensa del arzobispado.
La reacción posterior de un grupo de asistentes al evento es tan lamentable como la evidente violación al protocolo del toque de campanas de la Catedral. Jamás se debió responder a esa incitación con una trasgresión del recinto religioso. En pocas palabras, a la provocación surgida de la Catedral no debió proseguir la intolerancia de una parte del zócalo, porque ambos espacios históricos representan en este país concordia, pluralismo y reconciliación, todo lo contrario de lo que unos y otros escenificaron el pasado domingo.