26 de diciembre de 2007
Desde la perspectiva de una generación abrumada y humillada por la avalan-cha cibernética, me atrevo a hacer las siguientes reflexiones:
1. Hoy las computadoras son las máquinas más inteligentes, veloces, agudas y maliciosas que haya creado la humanidad, las cuales a la velocidad del rayo, procesan información, la archivan, hacen cuentas, prevén, entienden todo, lo suponen y hurgan hasta el último rincón del conocimiento para poner a disposición de los humanos ese acervo monumental e instantáneo.
2. Internet se ha establecido como el medio de comunicación y obtención de datos que lo mismo permite comprar a distancia cualquier bien, que adquirir reservaciones y placeres, así como acceder a bases de datos que acumulan prácticamente toda la información y el conocimiento universales; lo que a veces nos sirve hasta para estudiar, o para usarlo como puente para conocer alguna bella cibernauta.
3. Cientos o miles de millones de teléfonos celulares, cada vez más sofisticados, comunican a los incomunicados para que no se sientan tan solos y sepan que hay otros seres iguales a ellos, que aun cuando no tengan mucho que decir pueden establecer algún tipo de diálogo, generando un nuevo estatus en el mundo entero bajo la premisa de “me comunico, luego existo”.
Todos estos portentos de la inteligencia, del avance científico, la modernidad y la globalización, los cuales, antes que nada, son un negocio fabuloso, nos llevan necesariamente a preguntarnos lo siguiente:
a) Los grandes magnates de la General Motors, que deben contar con megacomputadoras de una inteligencia y de un avance singulares, ¿no las pusieron a funcionar durante los últimos años para darse cuenta de que iban a quebrar? Y ahora que ya tronaron, ¿no las interrogarán para saber en qué fallaron para no volver a repetir el fiasco en el que se metieron?
b) Los dirigentes de Citigroup internacional y de los principales bancos del mundo, que hace poco tiempo eran considerados los magos de las finanzas, y que evidentemente poseen unos monstruos computacionales de dimensiones infinitas, seguramente se divorciaron de ellos para evadir la certeza de que su negocio se iba a pique, porque estaban prestando dinero a lo loco a quienes no podían pagar, en un trinquete que acabó en la catástrofe financiera que ahora nos arrastra a todos.
c) Evidentemente, las computadoras de las grandes naciones no han podido orientar a sus dirigentes para no meterse en “camisa de 11 varas”, o para salir de las trampas políticas que ellos mismos han organizado y tampoco les han sido útiles para prever las especulaciones criminales como las del petróleo, o las del “libre comercio” y otras diabólicas “modernidades”.
d) Esas supermáquinas tampoco han logrado identificar a los delincuentes internacionales que son conocidos hasta por los perros, ni a los narcotraficantes que públicamente gozan de todo y de todos disfrutando de una impunidad vergonzosa. Igualmente no ha sido posible utilizar esa infraestructura cibernética para que las aduanas dejen de ser una tortura infernal, las gestiones administrativas un laberinto inacabable de ofensas y humillaciones, que mantienen la vida cotidiana a niveles de servidumbre medieval.
Frente a esa realidad, ¿tendrán esos maquinones y quienes los operan alguna respuesta práctica que nos aliente para encontrar una salida al atraso cotidiano, al abuso del poder o a la trivialidad abrumadora? ¿O deberemos esperar a la revolución de las masas sometidas a esa nueva dictadura cibernética para encontrar alguna salida que realmente nos favorezca? Sólo el tiempo lo dirá.
editorial2003@terra.com.mx
Doctor en Derecho