Sin remedio, la lucha interna en el PRD se va extendiendo a todas las esferas de acción: la Cámara de Diputados y el Senado, el movimiento social, las opiniones de los representantes de las corrientes en los medios, la actividad del gobierno legítimo, el Frente Amplio Progresista, e involucra a todos los miembros de ese partido, pero también a ese vasto conglomerado de fuerzas que acompañó la candidatura de Andrés Manuel López Obrador en 2006. Nada de esto puede considerarse extraordinario. Para cualquier partido la elección de sus dirigentes es un tema de vital importancia, tomando en cuenta los cambios ocurridos en la escena nacional e internacional que de alguna manera también se registraron en los debates del último congreso del PRD. Así pues, la manera cómo se resuelva la sucesión en esa formación –y no sólo los nombres de los elegidos– se dejará sentir sobre el futuro de esa gran corriente que es hoy la izquierda. Por desgracia, las noticias no son buenas.
Sujeto al escrutinio público, el partido que aún encabeza Leonel Cota es objeto de crítica y materia de especulación: un día se anuncia la creación de un nuevo partido; al otro la inevitable división del existente o la ruptura inminente de las alianzas. Los ataques personales revestidos de barniz político, que no alcanza a ser ideológico, tiñen la pugna tras bambalinas. La palabra “traición” se repite una y otra vez sin que pase nada. Todo se vale, al parecer. Prevalece el encono, la descalificación, el epíteto injurioso, infructuosamente convertido en sustituto de la argumentación o en placebo de una actitud fundada en la ética. Como los burócratas de siempre, nadie se hace responsable y el debate se limita a simples “rectificaciones”, apostillas a pie de página, cuyo destino es el inmediato olvido. Al final, se dice, y lo hemos visto, no pasa nada. No hay escisiones formales, pero la unidad parece letra muerta. Da la impresión de que la izquierda aún no se desprende de los reflejos grupusculares, como si no le bastara para ser independiente (y aún para equivocarse) con la influencia social y política que hoy tiene. Prefiere atribuir sus errores y desviaciones a la supuesta o real cercanía con el poder (el ajeno, no al suyo, que también lo tiene), pero jamás a las deficiencias propias, a la lentitud con que los líderes aceptan los cambios reales de la sociedad.
Con todo, las opiniones expresadas en los días recientes demuestran que estamos lejos de un debate, áspero, pero normal, pues lo que se advierte es, más bien, un intento de “controlar” la verdadera discusión que no se ha producido sobre las relaciones entre el partido y el liderazgo de masas, la resistencia y los aliados integrados al Frente Amplio Progresista, la cual se halla indisolublemente ligada a la visión que los distintos grupos tienen acerca del curso probable de los acontecimientos y la evolución política, económica y social del país en los próximos años.
En ese sentido, el diktat reciente contra la reforma electoral, a contrapelo de los acuerdos previos del Congreso, resulta, más que anticlimático, desalentador, pero también muy ilustrativo de las tensiones internas del PRD como comprueba la votación dividida de los diputados de izquierda que subraya la pregunta implícita en el debate. ¿Es compatible el horror a la negociación en el Congreso con la formación de una mayoría ciudadana? ¿Se puede avanzar sin ningún tipo de acuerdo en esos escenarios?
En mi opinión subsiste una idea equivocada sobre qué significa aquí y ahora conciliar la lucha social y el trabajo parlamentario, la necesidad de fortalecer la opción partidista de la izquierda y la máxima expresión del movimiento popular. Para derrotar a la derecha es necesaria la voluntad, pero también el análisis objetivo de la situación. Cito, para no repetirme, algo que escribí hace poco: “La idea del derrumbe (del gobierno) en mi opinión no corresponde a la realidad concreta de México. Además, justo por lo ocurrido el 6 de julio y después, tampoco es deseable: la izquierda debe proponerse derrotar al gobierno, a su partido y a las fuerzas que lo apoyan, sin abandonar, así fuera por omisión, los procedimientos democráticos y, por supuesto, sin renunciar a la resistencia pacífica, a la movilización y a la organización popular, creando y fortaleciendo una mayoría incontestable”. Veremos.
P.D. Es lamentable que en el debate para elegir a los nuevos consejeros del IFE algunos diputados de izquierda (y sus valedores) confundieran su papel en la comisión ad hoc con el de inquisidores al servicio de una fe cuestionable. Sin un “acuerdo político” será imposible hacer que funcione el IFE. Lo peor que podría pasarnos es que el reparto de posiciones se impusiera sobre los méritos reconocibles de varios aspirantes, mas una elección de esta naturaleza no puede prescindir de algo esencial: recrear la confianza perdida y eso aquí y en China significa acuerdos, compromisos entre las partes. A estas horas ya se sabrá el resultado.