La manipulación
George Soros
5 de enero de 2008
NUEVA YORK.— En su novela 1984, George Orwell describió de manera escalofriante un régimen totalitario en el que todas las comunicaciones son controladas por un Ministerio de la Verdad y los disidentes son perseguidos por la policía política. Estados Unidos sigue siendo una democracia regida por una constitución y el imperio de la ley, con medios de comunicación pluralistas y, sin embargo, hay señales perturbadoras de que los métodos de propaganda descritos por Orwell han echado raíz aquí.
De hecho, las técnicas para engañar han mejorado enormemente desde los tiempos de Orwell. Muchas de ellas fueron desarrolladas en relación con la publicidad y el mercadeo de productos y servicios comerciales, y luego se adaptaron a la política. Su característica distintiva es que se pueden comprar con dinero. En tiempos más recientes, la ciencia cognitiva ha ayudado a hacer estas técnicas más eficaces, dando origen a profesionales de la política que se concentran sólo en “lograr resultados”.
Estos profesionales se enorgullecen de sus logros y hasta pueden llegar a disfrutar del respeto de un público estadounidense que admira el éxito sin importar cómo se consiga. Ese hecho tiende una sombra de duda sobre el concepto de Karl Popper de una sociedad abierta basado en el reconocimiento de que, si bien no es posible lograr un conocimiento perfecto, podemos llegar a una mejor comprensión de la sociedad a través del pensamiento crítico.
Popper no vio que, en la política democrática, obtener el apoyo público cobra mayor importancia que la búsqueda de la verdad. En otras áreas, como la ciencia y la industria, el impulso de imponer las visiones propias sobre el mundo encuentra la resistencia de la realidad externa. Pero en política la percepción del electorado acerca de la realidad se puede manipular fácilmente. Como resultado, el discurso político, incluso en las sociedades democráticas, no necesariamente lleva a una mejor comprensión de la realidad.
La razón de que la política democrática genere manipulación es que los políticos no aspiran a decir la verdad. Quieren ganar elecciones, y la mejor manera de hacerlo es distorsionar la realidad en su propio beneficio.
Descubrir esto no debería hacernos abandonar el concepto de una sociedad abierta, sino revisar y reafirmar su necesidad. Debemos abandonar el supuesto tácito de Popper de que el discurso político aspira a una mejor comprensión de la realidad y reintroducirlo como un requisito explícito. La separación de poderes, la libertad de expresión y las elecciones libres por sí solos no pueden asegurar una sociedad abierta; también se necesita un fuerte compromiso con la búsqueda de la verdad.
Necesitamos introducir nuevas reglas básicas para el discurso político. No pueden ser idénticas al método científico, pero deben ser similares en naturaleza, consagrando la búsqueda de la verdad como el criterio sobre el que se han de juzgar las visiones políticas. Los políticos respetarán la realidad, en lugar de manipularla, sólo si al público le importa la verdad y castiga a los políticos a los que sorprenda en maniobras engañosas deliberadas. Y al público le debería importar la verdad porque el engaño confunde a la gente en la elección de sus representantes, distorsiona las opciones políticas, socava la rendición de cuentas ante el pueblo y destruye la confianza en la democracia.
La historia reciente ofrece evidencias convincentes de que las políticas basadas en una realidad tergiversada tienen efectos contraproducentes. La respuesta de la administración Bush a los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001 —declarar una guerra al terrorismo y tratar las críticas como antipatrióticas— tuvo éxito en generar apoyo en el público, pero los resultados fueron exactamente lo opuesto a lo que deseaba, tanto para ella misma como para Estados Unidos.
La dificultad práctica está en reconocer cuándo los profesionales de la política están distorsionando la realidad. Aquí tienen un papel importante los medios de comunicación, la élite política y el sistema educacional, todos los cuales deben actuar como instancias de vigilancia.
Lo que aprendimos de la experiencia de los últimos años —lo que deberíamos haber sabido todo el tiempo— es que no se puede dar por sentada la supremacía del pensamiento crítico en el discurso político. Se puede asegurar únicamente mediante un electorado que respeta la realidad y castiga a los políticos que mienten o practican otras formas de impostura.
©Project Syndicate
Presidente del Soros Fund Management y del Instituto Open Society
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