Por J. Luis Medina Lizalde
Al principio
La muerte de Carlos Monsiváis me aclaró la mente, cobró sentido mi incomodidad con la pérdida de centralidad de la UAZ en la vida cultural del estado que sin ser un propósito sí es una consecuencia, todavía reversible, del creciente involucramiento del gobierno del estado en la promoción cultural desde que Genaro Borrego tomara la iniciativa del Festival Cultural en el receso de “la semana mayor”.
Muchas veces me preguntaba qué era lo que no me gustaba de una política gubernamental que yo mismo demandaba.
Recuerdo las entusiastas charlas al respecto con el creador del festival, arquitecto Álvaro Ortiz Pesquera; siempre lo juzgué un acierto, pero algo bullía en mi interior.
Ahora que muere el admirado Monsiváis, entendí que en los espacios universitarios y no en los gubernamentales es donde se atrinchera la libertad que forja a los rebeldes, a los iconoclastas, a los irreverentes intelectuales que iluminan el camino con su insobornable dignidad; que las universidades son el ámbito reivindicador de aquellos que no requieren de galas académicas para aportar la claridad que los doctos no advierten, como lo hiciera de manera insuperada José Revueltas en su imprescindible ensayo "El proletariado sin cabeza" o en su novela “Los errores”, donde retrata la mezcla de oportunismo y abnegación en la izquierda.
Roberto almanza, promotor de la cultura
A mi memoria vino la extraordinaria gestión del culto abogado Roberto Almanza al frente de un departamento de difusión cultural de la UAZ que en medio de una extrema precariedad, inició una etapa extraordinariamente fértil para los muy inquietos jóvenes, tiempos de los cafés literarios en el pequeño auditorio Cervantes Saavedra, los talleres literarios, los círculos de estudio.
Recuerdo cuando anduvimos de esquina en esquina de las aceras de la Avenida Hidalgo con la silla en la que se trepaba José de Jesús Sampedro a leer poesía de protesta mientras los transeúntes nos miraban azorados.
Conocimos de carne y hueso a José Agustín quien tenía que contestarnos más preguntas acerca de su efímero noviazgo con Angélica María que acerca de sus novelas, a Alejandro Aura y su "pinche florecita de papel", a Gerardo De la Torre, a don Efraín Huerta y sus “poe mínimos” entre otros.
El intelectual insumiso
Monsiváis inició su influencia en aquellas generaciones con "Días de guardar", referida al movimiento estudiantil de 1968 que junto con la noche de Tlatelolco" de Elena Poniatowska contribuyeron a fijar, en no pocos, una actitud ante la vida.
Monsiváis nos evitó la pedantería intelectualoide de despreciar la cultura popular con su gozoso acercamiento a "La familia Burrón", a "Cantinflas" y Pedro Infante. Los textos de sus obras lo reflejan hurgando en las entrañas del alma colectiva, “Amor perdido", "Escenas de pudor y liviandad", “Catecismo para indios remisos”, etc.
Monsiváis, hombre de izquierda, vivió en frontal lucha contra el sistema y sus oligarcas, a quienes los hizo blanco de sus ironías. Su pertenencia a una minoría religiosa lo convirtió en reivindicador del laicismo, su definición de hombre de izquierda no le impidió ser acerado crítico de la revolución cubana y su respaldo a López Obrador fue acrítico.
Monsiváis superstar
Leer a Monsiváis nunca fue fácil. No obstante fue un personaje popular al que se le reconocía en la calle y se le pedía su autógrafo. Así lo atestiguamos una noche que lo encontramos caminando enfrente de la catedral el arqueólogo Peter Jiménez, Gerardo Gómez Márquez y un servidor, parecía que acompañábamos, más que a un prestigioso intelectual, a un personaje del mundo del espectáculo.
Al igual que muchos, tuve el privilegio de conocer y estimar a Monsiváis. Escuché de sus labios que sus raíces son zacatecanas, sus ancestros emigraron a la Ciudad de México cuando la Revolución. Fue un ser sensible, alma de artista, vivió en una soledad creativa y generosa sin más compañía que la de su madre, (que partió antes) la de sus muchos libros y la de sus muchos gatos en ese recinto del saber en que se convirtió su casa de la colonia Portales.
Al último un diecinueve de junio
Murió el Juarista el día que se cumplieron 143 años del fusilamiento de Maximiliano, Miramón y Mejía, murió el amante de la poesía el día que se cumplieron 89 años de que murió Ramón López Velarde, murió el cronista de la cultura popular el día que se cumplieron 15 años de la muerte de Tomás Méndez y 3 años de la muerte de Antonio Aguilar.