Por J. Luis Medina Lizalde
AL PRINCIPIO
Nada sustituye aún el papel equilibrador del Presidente de la República que estuvo vigente desde que Plutarco Elías Calles, introdujo las bases de la hegemonía partidista más longeva del mundo. Pare ello hubo la necesidad de crear un partido político conformado por las clases antagónicas, en el momento en que los abanderados de la emancipación social asumían la lucha de clases, como el motor de la historia.
El papel de supremo árbitro de las pugnas internas que ejerció el Presidente de la República, tuvo como soporte las facultades metaconstitucionales del que estuvo investido, y que tan brillantemente describe el eminente constitucionalista Jorge Carpizo. El árbitro pudo imponer correctivos, premiar, e inclusive matar, siempre que no transgrediera las reglas no escritas del sistema que presidia, una de las cuales establecía que su poder es de seis años, ni un minuto más.
Pero entonces se daba un elemento que estuvo presente desde Juárez, el real fundador del Estado mexicano, elemento que se consolidó con Porfirio Díaz, y que se modernizó con el régimen fruto del movimiento armado: el ser humano que ocupa la silla presidencial era el mexicano más poderoso, así fue el General Cárdenas ante el capital extranjero y la burguesía regiomontana; así López Mateos ante las insurgencias mineras, ferrocarrileras y magisteriales; así fue Díaz Ordaz ante la rebelión de las clases medias.
PRESIDENTES VENIDO A MENOS
Ahora el Presidente tiene que “tantearle el agua a los camotes” con Elba Esther Gordillo, con Carlos Slim, con Televisa, con las trasnacionales, con las facciones del crimen organizado, con el clero político, en momentos con todos juntos.
Si la presidencia panista no pudo evitar la costosa pugna que para su partido representa la rivalidad de Felipe González con Reynoso Femat, mucho menos hubiera podido meter orden entre Manlio Fabio Beltrones y su sucesor en el cargo de gobernador de la ahora panista Sonora, Eduardo Bours. No es difícil imaginar divertido al Presidente al contemplar el pleito casado entre el exgobernador Monreal y la gobernadora Amalia García.
En todos las entidades donde triunfó una opción distinta a la gobernante vemos alineados a “la nueva opción” a cuadros políticos provenientes del partido desplazado, desde José Murat en Oaxaca, hasta Juan S. Millán en Sinaloa, y en todos esos lugares se bajaron en el último momento participantes de la tripulación del barco que naufraga en espera de ser reenganchados por el nuevo capitán, al que abandonarán dentro de seis años.
Vivimos el tercer ciclo histórico de predominio de las facciones, el primero transcurre desde los inicios de la era independiente, hasta la República Restaurada, el segundo momento se inicia con el fin del huertismo y termina con el ascenso al poder del cardenismo. El tercero tiene en Salinas de Gortari a su principal referente y está en plenitud.
Lo faccioso es lo opuesto al interés general por definición.
EL DIFíCIL ARTE DE ESCUCHAR
Existe un elemento que promete transformar para bien este país: el ciudadano.
¿Quién lo diría?, en las elecciones de hace un año, la prensa de nueva cuenta da los carros completos en Oaxaca de Ulises Ruiz, Puebla de Mario Marín y Zacatecas, de Amalia García. Doce meses después, la debacle.
En las tres entidades, esta vez se produjo una votación más elevada de lo acostumbrado, signo inequívoco de malestar ciudadano que busca expresarse en las urnas. Los que dan seguimiento puntual a la vida pública en cada uno de esos estados, anticipaban estos y otros desenlaces, no porque ellos tuvieran acceso al íntimo pensamiento de los potenciales votantes, sino porque ellos sí oyeron lo que los grupos gobernantes en cada uno de esos estados no quisieron escuchar.
Ni en Oaxaca, ni en Puebla, ni en Zacatecas, faltan voces que cuestionan decisiones con todo fundamento, y que no buscan otro gobierno sino otro modo de gobernar. Respetar la crítica es de demócratas y aprender de ella es de inteligentes.
LECCIÓN QUE QUEDA
Los cambios, aun sólo electorales, no brotan por generación espontánea, éstos se construyen con esa porción de ciudadanía consciente, sensible, enterada y decidida a ejercer los derechos democráticos en beneficio de lo que considera bueno para los demás. Los cambios se construyen con la aportación de los medios de comunicación que abren las puertas a la pluralidad de pensamiento y que no dejan sin voz al gobernado, los cambios son obra de los persistentes.
De todos los roles de la política, el del ciudadano es el más esperanzador para dejar atrás el caos de las facciones sin restituir el autoritarismo presidencial, sino trasladando la facultad arbitral al ciudadano.
Los que creemos con firmeza que la opción socialmente justa y políticamente democrática es la auténtica izquierda en el gobierno, no tenemos el derecho de ignorar esta dolorosa lección.
Nos encontramos el jueves en El recreo.