José Agutín Ortiz Pichetti
La Jornda, 23 de noviembre de 2008
■ Los cazadores de mitos
Me llamó la atención la convocatoria del inteligente y estridente Macario Schettino para que destruyamos el mito de la Revolución y así salvar al país. Hace unos 30 años, la propuesta hubiera causado polémica y hasta una caricatura de Abel Quezada. Hoy los polemistas están deprimidos.
Para demostrar su argumento, Schettino nos invita a mirar alrededor “infraestructura escasa, población deplorable, economía estancada”. ¿Los autores del mito? Lázaro Cárdenas, los muralistas y el sistema educativo nacional (hoy la profesora Gordillo).
Su empresa tiene un obstáculo: 75 por ciento de la población cree que la Revolución valió la pena y 40 por ciento piensa que debería haber otra. Schettino se irrita ante la ignorancia y tozudez antiliberal del pueblo. ¿Cómo aniquilar el mito? Podría proponerse una campaña de espots de unos mil millones de pesos semejante a la del tesorito, aunque mejor diseñada.
No es fácil atribuirle a la Revolución el desastre en que acabó el siglo 20. Y mucho menos el estado actual del país. De 1932 a 1982, cuando los gobiernos creían en el mito, crecimos a 6 por ciento, había paz y hubo largas etapas de pleno empleo. Desde 1982, cuando los “gobiernos neoliberales” se enemistaron con la Revolución, no hemos vuelto a crecer, y el desempleo, la desigualdad, el imperio del crimen y los monopolios son la constante. Entre más fe le ponen al mito neoliberal, más se hunde la nación.
La Revolución tuvo tres propósitos: mayor equidad, gracias a la intervención del Estado en la economía; un sano nacionalismo y una democracia genuina. Hoy todavía son válidos, aunque los gobiernos de la posrevolución priísta los hubieran traicionado y los “neoliberales” ni siquiera intentaran cumplirlas.
La Revolución es un hecho de gran complejidad. Cambió al país para siempre. Está bien que critiquemos la interpretación interesada. Pero los liberales reaccionarios han construido otro mito y lo han impuesto en el plazo de una generación y estamos mucho peor. El pueblo, como escribió Justo Sierra hace un siglo, sigue teniendo hambre y sed de justicia y empieza a movilizarse.