Bitácora Republicana
Porfirio Muñoz Ledo
21 de septiembre de 2007
La izquierda para qué
Dos amigos entrañables, sobrevivientes del núcleo fundador de la Revista Medio Siglo, han escrito sendos artículos bajo títulos coincidentes: “La izquierda dividida” y “Una oposición dividida”. Víctor Flores Olea y Carlos Fuentes refrendan una vez más —desde perspectivas distintas— la longevidad de nuestras inquietudes juveniles.
Otro miembro del grupo, Javier Wimer, describió los ejes ideológicos de nuestras reflexiones de entonces: “El nacionalismo de izquierda, la crítica de las revoluciones traicionadas y el marxismo occidental”. A más de 50 años nos reencontramos en la dramática comprobación de que la realidad se ha movido en dirección contraria de nuestras luchas.
Carlos acusa desde hace años un corrimiento hacia el centro. Supone que las reglas de la democracia liberal imperan en el país y olvida la confusión existencial de Ixca Cienfuegos. Inspirador intelectual del Grupo San Ángel continúa obsedido por el “choque de trenes”. A todos aconseja moderación en aras de la estabilidad, como en los tiempos del antiguo régimen o del Francés Morelos.
Se empeña en auspiciar las carreras políticas de quienes pudieran integrar un gobierno de unidad nacional, como el gabinete avilacamachista. En la época del PRI neoliberal postuló como candidatos a Beatriz Paredes y Jesús Silva Herzog. A Calderón le recomendó seguir los pasos de un líder moderno del conservadurismo británico —David Cameron— que “envejeció” súbitamente a Blair, del mismo modo que Felipe “envejece aún más” a sus adversarios.
Dentro del PRD estimula a quienes estima encabezan la prudencia política: Amalia García y Jesús Ortega, aunque les sea innecesaria la defensa del compadre. Insiste en reivindicar la conducta de otro de nuestros coetáneos, que fuera líder indiscutible de la democratización para tornarse en cómplice virtual del atraco electoral. Todo para contraponerlos a López Obrador, que “ha transformado su dolor en dogma y su pérdida en retórica”.
Confiesa que votó por el candidato de la izquierda, como seguramente lo hizo en 1988, pero ni entonces ni ahora salió a defender sus propios derechos ciudadanos. Acepta los resultados proclamados sin el menor análisis y el conjunto de su argumentación se resumiría en esta premisa: si en México nunca se han respetado las elecciones, por qué ahora un puñado de irresponsables pretende que se acate el mandato popular.
Su visión resulta anticlimática, porque todos los partidos han reconocido, a través de la reciente reforma electoral, las descomunales irregularidades que cometieron el gobierno, los empresarios y las autoridades irresponsables. Sus referencias históricas secretan la verdad oficial y desestiman las luchas sociales y cruentos sacrificios que hicieron posibles las reformas electorales y el advenimiento de la pluralidad política.
Los avances democráticos derivarían de concesiones graciosas del sistema más que del movimiento civil y de las exigencias del entorno internacional. Los de 1997 se atribuyen a la “lucidez” de sus promotores gubernamentales y no al movimiento del 68 ni a la necesidad de superar la guerra sucia por la apertura de espacios a la oposición, que al resistir apoyaban, pero a quienes nunca se otorgó el sufragio efectivo.
Tampoco reconoce la influencia determinante del movimiento zapatista en las reformas de 1994 y del Congreso de Oaxtepec en las de 1996. Menos la presión ciudadana que impulsa el actual proceso constituyente.
Soslaya que México no ha entrado en la normalidad democrática, y que 36% de la población cree todavía que la elección fue fraudulenta y cerca de 15% ve la lucha armada como la única solución.
La versión de que Andrés Manuel “cuenta con un apoyo electoral fuerte y permanente” mientras su partido pierde “plaza tras plaza” es contradictoria y carece de sustentación. Ignora que, a consecuencia de la resaca del 88, la izquierda bajó en 1991 a 7.9% y que hoy, en el promedio de las elecciones locales, se mantiene por encima de 20%, a diferencia del PAN que ha disminuido su votación respecto de la de hace tres años.
El problema de la izquierda no puede reducirse a las diferencias estratégicas entre personalidades y corrientes, ni menos a contingencias electorales. Es de mayor envergadura. Flores Olea, quien ha restaurado su pensamiento radical de ayer, lo mira como una consecuencia de la dificultad de “formular opiniones coincidentes frente a las atrocidades que comete el sistema”. Afirma que la convergencia “moral y teórica” es asequible, pero que resulta “más complicado llegar a una acción coordinada y a un pensamiento unitario”.
Desde su concluyente libro sobre los estragos de la globalización en los países de la periferia, aboga por un consenso fundado en claridades ideológicas y comportamientos consecuentes. Desestima los llamados a una izquierda moderada ante los embates de una derecha inmoderada y las pretensiones de un progresismo supuestamente moderno pero incompetente para contrarrestar la nueva feudalidad impuesta por la reacción transnacional.
Sostiene que después del trauma de 2006, “resulta normal que la izquierda pase por situaciones erráticas” y se pregunta si “sus divisiones son únicamente de coyuntura o de estructura”. Recuerda que, “aun antes de los acontecimientos, ya algunas agrupaciones declararon abiertamente su hostilidad a otras y contribuyeron a la derrota de la democracia en México”.
El verdadero dilema está en la honestidad política y la abrogación del doble lenguaje. En la opción entre colaboracionismo y oposición verdadera. En la combinación entre avances electorales y movilización social. En la capacidad de promover reformas sustantivas como etapas preparatorias de transformaciones profundas.
Mi hermano Mario Soares dice que en Europa “la izquierda se encuentra en una impresionante regresión”; “la socialdemocracia está perdiendo terreno en el plano de los valores, incluso en los estados gobernados por partidos socialistas”. “La tentación centrista ha tocado la puerta de los progresistas”, sometiéndolos a “la propaganda neoliberal sobre el crepúsculo de las ideologías”.
Continúa: “Obcecados por el corto plazo y por un electoralismo fácil, parecen inmunes a los cambios del mundo”. Afirma “las elecciones son importantes, pero no lo son todo”, y los conmina a “plantear un proyecto político y económico de largo plazo, sin ambigüedades”. Invitemos al ilustre portugués a nuestras deliberaciones.
bitarep@gmail.com
PERFIL
Ex embajador de México ante la Unión Europea. Su trayectoria política es amplia y reconocida: fue fundador y presidente del PRD, senador, diputado federal y candidato a la Presidencia de la República por el Partido Auténtico de la Revolución Mexicana (PARM) para la elección de 2000 (a lo cual renunció para sumarse a la Alianza por el Cambio, cuyo candidato era Vicente Fox). Se ha desempeñado, además, en diversos puestos del servicio público. Ha sido docente en la Escuela Nacional Preparatoria, la Facultad de Ciencias Políticas en la UNAM, la Escuela Normal Superior, El Colegio de México y la Universidad de Toulouse en Francia.