José Luis Calva
26 de septiembre de 2007
La reforma fiscal recientemente aprobada no parece haber satisfecho las expectativas de los agentes económicos. Para el director de Moody’s en México, Alberto Jones, “es una reforma muy modesta, débil y pobre, insuficiente para que la recaudación pudiera ser comparable a la de países con mejor calificación que México”; y para el director de Standard & Poor’s en México, Víctor Manuel Herrera, la reforma fiscal “no es la que nos puede dar 5% ó 6% de crecimiento en el futuro” (El Financiero, 24/IX/07).
Las autoridades hacendarias no ignoran estas estrecheces. Así, el secretario de Hacienda, Agustín Carstens, señaló: “México necesita aumentar su recaudación tributaria en 10 puntos porcentuales en los próximos 20 años; y para llenar ese requisito será indispensable considerar el IVA” (EL UNIVERSAL, 18/IX/07). De manera puntual, el subsecretario de Ingresos de la SHCP, Fernando Sánchez Ugarte, señaló: “En tres años se pondrá a la consideración del Congreso un nuevo paquete impositivo, en el que se podría incluir el tema de los impuestos indirectos, como el IVA” (ídem).
Las cúpulas empresariales tampoco parecen echar las campanas al vuelo. El presidente de Coparmex, Ricardo González Sada, señaló: “No es una reforma fiscal, es un parche que no resuelve los problemas de las finanzas públicas del país” (El Financiero, 13/IX/07); y en conferencia de prensa del Consejo Coordinador Empresarial, “los empresarios aseguraron que la reforma fiscal aprobada va en contra de la tendencia mundial, que es reducir impuestos (sobre el ingreso) y generalizar el IVA en alimentos y medicinas” (ídem). Posteriormente, el presidente de la ANTAD, Vicente Yáñez, señaló: “Lo que ahora ‘debemos hacer es dejar de hacer parches y entrarle a los impuestos de a de veras, al IVA; en el mundo se está gravando al consumo y se está desgravando el ingreso’” (EL UNIVERSAL, 15/IX/07). Sobre estas últimas afirmaciones —que anticipan el debate del futuro inmediato— caben dos hipótesis: o se trata de una tremenda pobreza de conocimientos en materia de tributación universal, o bien de una estrategia basada en la divisa de Goebbels: “Una mentira repetida adecuadamente mil veces se convierte en una verdad”.
Para empezar, hay que recordar que todos los países miembros de la OCDE (con excepción de Japón y la República Eslovaca, entre los 29 países con este régimen de tributación) tienen tasas diferenciadas de IVA, que incluyen tasa cero o tasas bajas para alimentos, medicamentos y otros satisfactores básicos (véase OCDE, Consumption tax trends, París, 2006).
En segundo lugar, hay que recordar que si bien nuestro rezago en términos de recaudación tributaria como porcentaje del PIB es enorme (19% del PIB en México, incluyendo impuestos locales y petroleros, contra 35.9% del PIB en promedio entre los países miembros de la OCDE: Revenue statistics, OCDE, 2006), nuestro atraso es todavía mayor en la recaudación de impuestos directos sobre el ingreso, que en México apenas alcanza 4.7% del PIB, contra 12.5% del PIB en el promedio de la OCDE. Además, nuestro atraso en recaudación de impuestos sobre la propiedad es también considerable (0.3% del PIB en México contra 1.9% del PIB en el promedio de la OCDE), así como en materia de contribuciones a la seguridad social (3.1% del PIB en México contra 9.4% del PIB en el promedio de la OCDE). En cambio, la recaudación de impuestos indirectos —IVA e impuestos especiales sobre productos y servicios— en México alcanza 10.5% del PIB, contra 11.4% del PIB en el promedio de la OCDE.
En otras palabras: los países desarrollados cuentan con sistemas tributarios basados en los impuestos directos sobre el ingreso personal, sobre las ganancias y sobre la propiedad; mientras que México cuenta con un sistema tributario basado en impuestos indirectos, por naturaleza regresivos, puesto que disminuyen como porcentaje del ingreso en la medida en que éste aumenta.
Por eso, la reforma tributaria que México requiere debe diseñarse con criterios pragmáticos: en vez de apoyarse en la pobreza de conocimientos fiscales —o en los interesados prejuicios ideológicos— de las cúpulas empresariales, debe inspirarse en un concienzudo análisis de lo que realmente hacen los exitosos países representativos de la OCDE.
Investigador del Instituto de Investigaciones Económicas de la UNAM
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