(Publicado el 14 de diciembre de 2008 en El Universal)
Notas de la semana
14 de diciembre de 2008
¿Qué es incluir y qué es excluir? Esta pregunta podría dirigírsele al grupo que, con el apoyo de dos partidos que no son el suyo, se ha apoderado del Partido de la Revolución Democrática.
No pretendo entrar en contienda con los dirigentes del PRI que tanto han apoyado a este grupo, ni con la Secretaría de Gobernación del Mío Cid desaparecido, que tanto los ayudó, ni con el Tribunal Electoral que le dio el triunfo a Jesús Ortega, a pesar del “22% de votación irregular”, como dijo un tribunicio de los votos sin siquiera sonrojarse. Sólo me interesa ahora ver cómo personajes muy menores han querido incluirse no por vía del liderazgo sino del secuestro de una organización.
Empezaron muy abajo, en grupúsculos de lo que pudo haber sido “izquierda”, porque donde no había casi nadie pudieron colarse. Ortega, un ejemplo a su modo prototípico, comenzó de secretario particular de Rafael Aguilar Talamantes, el dirigente del PST, que hoy en el olvido lo buscó con su trayectoria de aportaciones sucesivas a su propio bienestar. ¿Qué era Ortega entonces? Un burócrata que se aprendía frases y quería probar entonaciones de la tribuna. Las frases se le gastaban y se le volvían “gabardinas de Cantinflas”, y las entonaciones no se escuchaban, posible causa de su alejamiento del entusiasmo de los públicos, las masas y, si mucho me apuran, de los reporteros que deben vencer su tedio para oírlo decir lo mismo a tal grado que ya suena distinto. Lo mismo 10 mil veces parece lo contrario o no se asemeja a nada.
Sus compañeros de grupo, facción, secta burocrática o como quieran decirle, no obstante sus orígenes diversos, se unifican en torno a la permanencia en las asambleas y las reuniones y la incapacidad de conmover, hacer pensar y despertar entusiasmos. Vengan de donde vengan, siempre se dirigen al anonimato en la cúpula, una definición precisa de los alcances de su carisma, palabra que hasta el momento nadie, absolutamente nadie, ha usado en su provecho.
Es curioso: los elogios a este grupo, las raras ocasiones en que suceden, se producen por oposición: no son como el delirante Andrés Manuel López Obrador, y sólo causan daño en lo que podría ser su propiedad. Intriga cómo los carentes de virtudes a los ojos de todos son el liderazgo que se permite condenar a los que han hecho visible el movimiento del que medran. ¿O alguien sabe de comentaristas, políticos o simples transeúntes que ensalcen la fuerza carismática de un grupo distinguido por el nombre de dos de sus integrantes?
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Al incluido desde siempre no se le nota el deseo de figurar sino el desprecio por los que quieren figurar por su propio esfuerzo. A los que quieren incluirse para recibir, digamos, el saludo presidencial y el abrazo político de secretarios de Estado (aunque sea del Estado actual) y jefes de otros partidos, no les importa tanto acumular méritos sino conseguir con la perseverancia del caso el control de lo desatendido. (Cuauhtémoc Cárdenas y López Obrador descuidaron, por así decirlo, el PRD por creerlo seguro.)
Y ahora al grupo de Ortega y Zambrano ya sólo le falta lo para ellos central, ese aspecto victorioso que viene de las fotografías de grupo desde niños, que se afina en los Halloweens y los Garden Parties, que convierte a los DJ’s en los mezcladores de la ideología del triunfo, que en los viajes a donde sea únicamente se siente a gusto cuando el contexto no deprime y, oh, diosa Fortuna, cuando uno y una saben que la selección de las especies se inicia en las reuniones donde la misma clase se felicita por la ausencia de intrusos. Se unifican la apariencia y el vestuario (todos los chinos y todos los burgueses son iguales); cambian los sitios de veraneo, se simplifica el habla, se redondea la sonrisa, una sonrisa como lejanía en la cúspide, el sello de garantía de los que no necesitaron de trámites para verse incluidos.
¿Y cómo le van a hacer los simuladores del PRD para incluirse en donde tan no se les toma en cuenta que no hay noticia previa de su existencia? Oh, dioses del Altiplano, todo lo que hacen, su destrucción sistemática de un partido, para acabar cenando con ellos mismos.