jueves, 11 de diciembre de 2008

Opinión de José Luis Calva en El Universal

José Luis Calva
TLCAN: malas y buenas ideas
11 de diciembre de 2008



En la Facultad de Derecho de la UNAM se realizó ayer un importante encuentro entre el grupo de trabajo encargado de evaluar los impactos del TLC sobre el sector agropecuario, del Senado de la República, y un equipo multidisciplinario de especialistas universitarios convocados por el director de la facultad, Ruperto Patiño Manffer, reconocido por la excelencia académica de sus investigaciones sobre derecho económico internacional y especialmente sobre el TLCAN.
Contrariamente a las desafortunadas declaraciones del presidente Calderón durante la cumbre de la APEC en el sentido de que “renegociar el NAFTA es una muy mala idea” (EL UNIVERSAL, 23/XI/08), la mayoría de los especialistas convocados coincidimos —por razones diversas, asociadas a nuestros campos específicos de investigación— en que la renegociación del TLCAN no sólo es una buena idea, sino también una excelente oportunidad para corregir inequidades y pasar a una etapa superior de integración económica en América del Norte.

Para empezar, hay que recordar que el TLCAN es un contrato vivo de asociación entre países vivos. Y, en general, la experiencia internacional muestra que los mejores procesos de integración económica no nacen completamente acabados, como Minerva de la cabeza de Júpiter. Por ejemplo, la actual Unión Europea se originó en 1951 bajo la modesta forma de un Acuerdo del Carbón y del Acero, es decir, como una integración económica sectorial. Pero nunca permaneció estática.

El proceso de integración prosiguió con el Pacto de Roma suscrito en 1957, originando el Mercado Común Europeo que comprendió no sólo el libre flujo de mercancías y capitales, sino también de mano de obra entre los países asociados (desde luego, con sus correspondientes periodos de transición que, en la práctica, fueron de alrededor de 10 años). Además, desde el mismo Pacto de Roma fueron acordados los términos de una Política Agrícola Común —que entró plenamente en vigor en 1962—, con programas y fondos comunitarios para promover el desarrollo agrícola.

Posteriormente, después de reconocer que la integración económica no traería consigo por sí sola —id est, mediante el simple accionar de la mano invisible del mercado— un desarrollo equilibrado entre los diferentes países y regiones subnacionales, la Comunidad Económica Europea creó en 1986 organismos especializados y fondos comunitarios (estructurales y de cohesión social) para reducir las desigualdades espaciales, induciendo un proceso de convergencia en los niveles de ingreso y bienestar.

Gracias a estas instituciones se ha observado efectivamente la convergencia socioeconómica. Por ejemplo, al momento de su incorporación a la CEE (en 1986), España y Portugal tenían un PIB per cápita que ascendía a 79% y a 56.8%, respectivamente, del PIB per cápita medio de la Comunidad Europea; en 1996, estos países habían alcanzado 80.2% y 65.5%, respectivamente, de la media comunitaria, considerando los mismos 12 países de la Unión Europea (UE-12); y en 2007, España y Portugal alcanzaron 97.1% y 68.1% del PIB per cápita medio de la UE-12.

En contraste, el TLCAN fue proyectado por los gobiernos neoconservadores de Salinas, Bush y Mulroney como una integración de capitalismo salvaje: libre flujo de mercancías y capitales, pero sin libre flujo de mano de obra, sin un solo dólar de fondos estructurales y de cohesión social, y sin ningún programa trinacional para promover el desarrollo agrícola. Por eso, el TLCAN no ha traído mayor bienestar sino más pobreza para la mayoría de los mexicanos, así como una creciente migración de trabajadores indocumentados a Estados Unidos.

En estas condiciones, rechazar la opción de renegociar el TLCAN y aferrarse a su modalidad de capitalismo salvaje no es precisamente una buena idea.


Investigador del Instituto de Investigaciones Económicas de la UNAM