Octavio Rodríguez Araujo
¡Ay!, las izquierdas
Las izquierdas mexicanas no se encuentran a sí mismas. Quienes se apoderaron hegemónicamente del Partido de la Revolución Democrática enseñaron el cobre y confirmaron sus tendencias, que ya habíamos visto con Ruth Zavaleta desde que le guardó el asiento a Manlio Fabio Beltrones el primero de diciembre de 2006 en la Cámara de Diputados. Los llamados chuchos (Nueva Izquierda) se han querido presentar como los “racionales”, cuya oposición puede ser negociada en la consabida dinámica oportunista del “buen entendimiento” institucional. Para ellos lo pasado ya pasó y no hay razón para pensar o actuar con base en nostalgias. El presente debe estar determinado por el futuro y éste debe construirse con criterios de realpolitik para sacarle todas las ventajas posibles.
La oposición, según la entienden, es un elemento para negociar, no para oponerse. Los principios, si algunos, no cuentan. Lo que vale para ellos son los cargos que puedan ganar, el financiamiento público, las prebendas y las pequeñas cuotas de poder aunque sea para dar la nota en los medios. Se sienten la mayoría en su partido porque así lo dijo el tribunal que dos años antes cuestionaban, y tal vez lo sean. Hablan de reconstruir su partido, pero no dicen que su idea es convertirlo (en relación con el PAN) en una suerte de Partido Popular Socialista (de triste historia, en relación con el PRI) o en revivir al también triste Partido Socialista de los Trabajadores del cual salieron en buena medida, y que nunca fue socialista ni de trabajadores.
Los guiños de los chuchos con el Partido Social Demócrata (PSD) no pasaron de ahí, y según las apariencias en este momento no concretarán ninguna alianza para 2009. El PSD, por otro lado, ha tenido como único mérito su lucha en contra de las legislaciones antitabaco que, en muchos sentidos, sobre todo en el Distrito Federal, son irracionales, intolerantes y totalitarias. El PSD, fuera de esta cualidad mencionada, difícilmente podría ser considerado de izquierda y de oposición sustancial al poder instituido.
Algo semejante podría decirse del partido Convergencia, cuya apuesta es a mantenerse como partido político con registro en alianza con los seguidores de López Obrador y también con el Partido del Trabajo (PT). Los partidos y partiditos que aspiran a registrarse como Frente Amplio Progresista para la próxima elección de diputados federales, cuentan o quieren contar con el lopezobradorismo que, obviamente, no está con quienes se apoderaron de la dirección del PRD. López Obrador, por su lado, no tiene mucho espacio para dónde hacerse una vez que Alejandro Encinas fue descalificado por el tribunal electoral como presidente del partido al que todavía pertenece (hasta ahora). Convergencia y PT, unidos, más otras corrientes que dentro y fuera del PRD luchan por sobrevivir y ampliarse en la oposición, son los aliados naturales del lopezobradorismo, una fuerza social y política innegable, con un proyecto más o menos claro y de oposición real al panismo yunquizado de Calderón et al. Pero tal alianza es por conveniencia más que por convicciones y lo que está detrás, para unos, es mantenerse como partidos y, para otros, lograr al menos una candidatura que sirva para no perder voz en una de las tribunas colectivas de mayor resonancia en el país. Para López Obrador su juego es claro: conservar su muy bien ganado liderazgo en la oposición, en realidad la única sólida oposición que tienen Calderón y sus socios, y conquistar espacios en los órganos de representación para no marginarse de las instituciones de la República, en este caso del Poder Legislativo que, como quiera que sea, no es lo mismo que el Poder Ejecutivo (unipersonal).
Es previsible que el PRI se convierta en la bancada mayoritaria en la Cámara de Diputados, y no es muy difícil pensar que con buena parte de los diputados tricolores se puedan establecer acuerdos contra el PAN en la próxima legislatura. Al Revolucionario Institucional le convendría que los mexicanos lo vean más cerca de las izquierdas (sin confundirse) que de las derechas panistas, pues será su mejor carta para la elección presidencial de 2012, y más si la crisis, como también es previsible, continúa para entonces.
Cómo la jueguen los chuchos y los lopezobradoristas (con sus aliados) en la próxima legislatura, está por verse. Pero hay indicios para pensar que Dante Delgado y Alberto Anaya, por un lado, y el mismo López Obrador con Camacho y Muñoz Ledo, no tendrían dificultad para entenderse con los priístas contra Calderón y el PAN, a diferencia de Jesús Ortega, dirigente formal de primera en su partido, pero líder de segunda fuera de él.
En mala hora las izquierdas (con los matices que se quiera) se desunieron. La crisis, cuyos estragos veremos muy pronto en toda su crudeza, las favorecía, pero no la supieron aprovechar o no la previeron. Antepusieron sus intereses de grupo a los de las mayorías del país y, una vez más, López Obrador se les adelantó, dictando la agenda de las luchas por venir. Todavía hay tiempo –supongo– si los chuchos, por ejemplo, en vez de ofrecer disculpas recapacitan y se comprometen con la historia y su coyuntura actual. ¿Podrán o les gana su soberbia?