La Jornada, 24 de mayo de 2009.
Si uno atiende a la percepción general que se tiene de las elecciones en curso o a lo que los propios partidos estiman acerca de ellas, no podría por más de concluir que estamos a la vista de unos comicios que se pintan ya como un auténtico muladar y una prueba más del fracaso inminente de la democracia en nuestro país. Debo decir que estas elecciones no tienen nada de especial, si bien tienen, como todas, sus particularidades. Y es de éstas, curiosamente, de las que casi nadie habla. Todo mundo hace vaticinios como si sus resultados ya estuvieran cantados y decididos.
Como todas las justas electorales en el mundo, éstas se están presentando como un show y sus protagonistas se mueven en su lógica. Los grandes partidos, representando una batalla encarnizada entre ellos que sólo busca ocultar las coincidencias entre los mismos y sus complicidades que, cuando se muestran, dan náusea. Ciertamente, no puede decirse que la agresividad del PAN con los priístas sea sólo simulación. Ellos son aliados y socios en el poder del Estado y eso aparece cada vez más claro. Pareciera, por lo tanto, que los panistas no se miden y se están lanzando a fondo, mientras que la timidez y la zorrillez con la que responde el PRI deja perplejos. Es como si, de pronto, los priístas se sintieran sorprendidos por la virulencia de la embestida de sus aliados.
Hay que insistir en que la lucha es real. Son socios pero cada uno busca tener una tajada mayor de la que ahora tiene o, simplemente, conservar la que ya tiene. El PAN ha dado los mejores argumentos: los priístas, por lo regular, se hacen tontos cuando el presidente panista más necesita de su apoyo y complicidad. Ellos se lo regatean y tratan de poner un precio cada vez más alto. Por eso reciben golpes cada vez más contundentes. Pero la alianza entre ellos llegó para permanecer. Las elecciones son la ocasión para redefinir algunos términos de la misma y los malos modos y los golpes a mansalva son un ingrediente indispensable y ambos lo saben y lo asimilan. Por ello parece que los priístas son los más desubicados. Como que no acaban de entender cuál será el mejor modo de responder a los ataques.
Entre las muchas dimensiones que adquiere el asunto hay una que parece clave: los dos aliados, panistas y priístas, le están jugando a ser los dos mayores protagonistas de la contienda, dominar el escenario de modo que los demás, incluido el PRD, ni siquiera se noten. Lo están logrando, sobre todo porque la actual dirección nacional del PRD es totalmente inepta para entender lo que es ese escenario y actúa como si los otros dos se estuvieran dividiendo un pastel del que ella también quiere ser partícipe. Veremos mucho más de ese enfrentamiento entre los sectores derechistas que ejercen el verdadero poder político. Más golpes bajos, más revelaciones sensacionalistas, más traiciones y felonías y, desde luego, la elaboración de entendimientos por debajo que luego plasmarán en políticas de gobierno, cuando se sepa qué ganó cada quien al final de la contienda.
Todo mundo le puede saber a los priístas sus porquerías y sus bajezas, en gran parte, porque se han vuelto duchos en balconearse ellos mismos, como se ha podido ver recientemente con los ex presidentes. También está el hecho de que, pese a que el PRD parece ser el prototipo, si hay en México un partido de tribus y cenáculos de poder, ese es el PRI. Siempre lo fue, en realidad, pero antes lo cohesionaba el poder presidencial. Ahora aparece en su naturaleza primigenia y original, como cuando lo fundó Calles. Si los priístas aparecen incapaces de responder como un todo a las diatribas del PAN, se debe a que cada grupo dentro del mismo tiene intereses propios a los que responder. Los panistas ya lo saben y se aprovechan muy bien de ello.
Resulta muy fácil hacer política cuando se tiene el poder del Estado, aunque deba compartirse con otro. Esa es la mayor ventaja de los panistas. Y el régimen presidencialista que sigue incólume les permite batear por muchos rumbos. El monaguillo que preside el PAN puede vomitar los peores improperios con el visto bueno de su jefe, que es el Presidente, pero éste, como con el PRI en el gobierno, no asume ninguna responsabilidad, aun cuando todo mundo sabe que es él el que dicta la línea (para eso lo puso ahí). A veces se piensa que los panistas están atacando al PRI porque se supone que éste lleva las de ganar en las próximas elecciones. La verdad parece ser que con ello salen ganando los dos partidos, porque esa lucha, aparentemente encarnizada, les sirve a ambos para afianzarse en la opinión pública como los dos únicos posibles triunfadores.
La derecha más obscena domina en la cabeza de ambos partidos. Creo que Beatriz Paredes ya no sabe ni a qué jugarle porque ya ni siquiera debe entender en dónde vive. Esa derecha está por sobre las elecciones y sus cochupos los hace sin necesidad de que los ciudadanos puedan decir nada. Los partidos pueden hacerse trizas y no pasa nada. Lo que se tiene de mira es la continuidad de su hegemonía y que ésta quede asegurada mientras no aparezca en el horizonte una fuerza que sea capaz de disputarle verdaderamente el poder. Podría aventurarse, incluso, que la derecha ya sabe cómo va a ser su próximo gobierno (y no sólo en 2009, sino también en 2012). Difícilmente podría decirse que esa alternativa la represente hoy la actual dirigencia del PRD. Simplemente no tiene con qué.
En un país tan radicalmente dividido entre derecha e izquierda, sin un centro que pudiera conciliar (los chuchos parecen pretender jugar ese rol, pero creo que ni siquiera saben de qué se trata), la única alternativa de verdadera izquierda es el movimiento cívico lopezobradorista. Y por varias razones. La primera de todas es que es una fuerza de masas, de ideas y de programa (los que lo dudan deberían poner un poco de atención a nuestras propuestas), cohesionadora de la izquierda, institucional, respetuosa de la legalidad y defensora de la Constitución. El movimiento es el único que enfrenta a la derecha dueña del poder. Está participando en la lucha electoral (a favor de la izquierda) y es partidario de luchar por el voto ciudadano como una fuerza renovadora de la política nacional. Muchos en el PRD lo entienden y lo comparten.
Para mí, además, hay una razón muy personal: en el PRD jamás encontré ni, mucho menos, se me dio un lugar para poder actuar por todo aquello en lo que creo. Ahora sé que estoy actuando, con lo que soy y con lo que puedo contribuir a los demás. Hay un liderazgo que me hace sentir que aprovecha lo que sé hacer y a veces toma en cuenta lo que pienso y lo que propongo.