Alí Babá y la miopía mexicana
José Blanco
En febrero pasado CNNExpansión publicó en su espacio de columna invitada un artículo escrito por el gobernador del Banco de México, en el que compara la crisis de 1994-95 de México, con la actual. Dice, para abrir boca, que esta crisis fue adquirida por contagio”. En cualquier análisis se valen las metáforas, que pueden, por las analogías implícitas, aportar algún grado de explicación; pero cuando la metáfora se desboca y se sale de madre, resulta una caricatura que puede llegar a la ridiculez.
La crisis del país no fue un contagio. La crisis no llegó de afuera, porque afuera no existe. La total imbricación de la economía mexicana con la de Estados Unidos ha sido forjada a lo largo de muchas décadas, pero no podemos dejar de reconocer el éxito de los gobiernos de Salinas, Zedillo, Fox y Calderón, que alcanzaron los más oscuros abisales, con los ojos cerrados, y sin brújula, ideas muy poco claras del punto de zarpe donde nos hallábamos al final del desierto de De la Madrid, y sin haber definido punto alguno de arribo.
Nos fundimos y confundimos con el imperio suponiendo, a la chita callando, que la locomotora imperial lo sería por siempre, y nosotros, por siempre, el furgón de cola. No hay afuera, nos necesitan y nos rechazan alternativa o simultáneamente, y su suerte define nuestro presente y nuestro futuro, sin tener que pensar, mucho menos crear, una alternativa propia. No solamente estos gobiernos creían, al estilo Bush, que el todopoderoso nos había ubicado en el mejor lugar de la geografía, a la vera del más poderoso.
Hoy todo mundo lo sabe, porque está en vitrina. El presidente del Banco Mundial, Robert Zoellick, por ejemplo, en una entrevista ampliamente difundida, acaba de decir: “América Latina se ha mantenido razonablemente bien, aunque México y Centroamérica están bajo tensión, porque dependen mucho del mercado estadunidense”. La falsa gazmoñería de Zoellick (“están bajo tensión”), la despejó sin rubores Ángel Gurría: “en 2009 hemos perdido lo que habíamos ganado en muchos años, así que esto no es un ciclo, esto es un desastre. Ésta no es una evolución, esto es una demolición”. Fallamos todos, dice (incluyéndose a sabiendas o sin saberlo).
No hubo falla caída como un rayo en cielo despejado. No resulta por alguna acción u omisión, frente a lo que veníamos haciendo bien tal que “habíamos ganado mucho”; no, es la estación de llegada (por lo pronto) del camino que recorrimos mientras íbamos recogiendo las ganancias referidas. ¿Qué camino? La profunda amalgama de la economía mexicana a la estadunidense.
¿Cómo nos amalgamamos? Crearon los gobiernos mexicanos las condiciones para configurar una economía de “crecimiento hacia afuera”, basada en las exportaciones de manufacturas, principalmente dirigidas al corazón industrial de Estados Unidos: la industria automotriz, esa que hoy sufre un colapso cardiaco y sigue en la sala de emergencias y cuidados intensivos, cerca de la muerte; ya veremos qué pueden salvar de esa industria que hoy por hoy vive un atraso tecnológico extremo. Crearon un sector exportador con nulos vínculos con la economía interna, un enclave externo creado con capital externo. La dependencia respecto del sector industrial de los vecinos nos echó a la lona.
De otra parte, la falta de efectos multiplicadores del sector exportador se convertía por fuerza en la falta de creación interna de empleo, lo que a su vez explica la masiva emigración de fuerza de trabajo hacia la economía estadunidense, con lo cual creamos otra gran fuente de dependencia: las remesas. Ahora esta fuente de dependencia va en declive, y nosotros a la lona.
Como eficientes acólitos de la ideología depredadora del FMI –donde el patrón principal ha sido Washington–, nos impusimos a nosotros mismos ¡por ley! (nos impusieron), un presupuesto de gasto “equilibrado”, de modo que los grandes excedentes de años recientes derivados de la exportación de petróleo tenían que ser dilapidados de cualquier forma, no fuera ser que tuviéramos un superávit. Una disposición absolutamente absurda.
Y si le parece poco, en el mismo marco ortodoxo, nos impusimos ¡por ley!, que el Banco de México sirviera solamente para cumplir una tarea: el control de la inflación; así podíamos ofrecer con humildad buenas cuentas a la calificadoras creadas por los depredadores por excelencia: los grandes bancos gringos.
En 1988, y después en 2004, los gobernadores de los bancos centrales de Alemania, Bélgica, Canadá, España, Estados Unidos, Francia, Italia, Japón, Luxemburgo, Holanda, el Reino Unido, Suecia y Suiza crearon los acuerdos de Basilea para regular la actividad de la banda de Alí Babá: 1) el cálculo de los requisitos mínimos de capital, banco por banco; 2) la supervisión de la gestión de los fondos propios de esas respetables instituciones, y 3) las reglas para mantener la disciplina del mercado.
La banda se dedicó literalmente a robar, a asaltar, a estafar, eludiendo los tales acuerdos de Basilea, principalmente por conducto del llamado proceso de titulación.
¿No pueden los gobiernos y partidos políticos mexicanos ver más allá de su nariz?