Julio Hernández López
La Jornada, 21 de octubre 2008
■ ¡A festejar!
■ Triunfó el bien
■ Chuchos épicos
■ AMLO y la congruencia
Una clase política terriblemente corrupta, que históricamente sólo ha defendido sus intereses facciosos y que usualmente disfraza sus actos depredadores con seda oratoria, está a punto de dar a luz una reforma petrolera que será una magna gesta patria, según los adelantos informativos que han hecho algunos voceros legislativos, sobre todo el vehemente senador chuchista Carlos Navarrete. Los criminales apetitos privatizadores de la derecha llegada con trampa al poder, y del priísmo vendedor de apoyos legislativos a cambio de partes crecientes del botín, habrían desaparecido providencialmente, gracias no tanto o no sólo a la presión social y política ejercida por un movimiento nacional de defensa del petróleo, sino al abnegado trabajo que durante seis meses realizaron los legisladores perredistas, sobre todo los heroicos senadores identificados con la corriente o el código de comercio político de los llamados Chuchos, quienes habrían logrado, a base de paciencia, conven- cimiento, buenas razones y el uso inteligente del diálogo, que las malas intenciones originales se transmutaran en bellos sentimientos patrios expresados en letra chiquita legislativa que, en demostración de cuánto se puede lograr cuando los mexicanos trabajan unidos, movidos por claros y nobles pensamientos, han sido aprobados ayer en comisiones de trabajo y probablemente hoy serán presentados a consideración del pleno senatorial, que no podrá sino prorrumpir en exclamaciones que primero serán de asombro y luego de excelso reconocimiento que de inmediato comenzará su natural camino rumbo a los muros de letras doradas que junto a las hazañas de otros héroes colocarán lo hecho ahora por los próceres de apellidos Labastida, Beltrones, Gamboa, Larios, Madero, (Graco) Ramírez, Navarrete y los no menos insignes Paredes, (Germán) Martínez, Acosta y (Jesús) Ortega.
Tan conmovedora página de la historia nacional ha sido amplia y especialmente publicitada por el antes citado Navarrete, quien ha fungido como entusiasta arcángel anunciador de advenimientos milagrosos que deben ser celebrados por la izquierda mexicana sin pudor ni remilgos. Entrevistado con amplitud y amabilidad por los medios –sobre todo los electrónicos que, como es sabido, son edenes de libertad y pluralidad, espacios ajenos a cualquier compromiso con los poderes fácticos del país–, el heraldo guanajuatense ha ido soltando abundantes parrafadas épicas, virtuales fanfarrias declarativas, para que los mexicanos se vayan preparando para administrar la abundancia de buenos propósitos petroleros hechos ley. Nuevo pastor de izquierdas recuperadas, Rubencito Aguilar sustituto, Navarrete se desvive por convencer a todos de que lo logrado en las negociaciones privadas obliga a la unidad nacional, a la conciliación y el diálogo, al cese de ánimos críticos o protestantes, al abandono de ideas relacionadas con la resistencia civil o la manifestación pública. Por el contrario, quienes temían lo peor y estaban listos para batallas cerradas han de deponer las armas políticas y, relajados (flojitos y cooperando), aceptar sin suspicacias ni remordimiento que ¡han triunfado!, que sus tesis han sido coronadas y que la victoria les pertenece, así es que, ¡a festejar!
Frente a esa teatralidad, impulsada por actores tan dignos de desconfiar, hay una franja de legisladores y un movimiento cívico prestos para entrar en acción, los primeros en sus respectivas cámaras, previsiblemente mediante tomas de tribuna y otros mecanismos de obstrucción del proceso que pretendería dar por aprobadas las modificaciones en mención, y el otro en las calles, con un plan de resistencia civil cuya fase aplicable al momento significaría actos más fuertes que el mero cerco a las sedes legislativas. Convocados en diversas ocasiones a mítines y marchas de contenido reiterativo, a cuyo término algunos de ellos se quedaban con una sensación de vacío o inconsecuencia, pues a fin de cuentas sólo se les conminaba a estar en alerta, razón para la cual no necesitaban hacer esfuerzos presenciales, los brigadistas defensores del petróleo han llegado ya al momento de la plena definición, aunque ésta, en razón del carácter personalista que ha tenido la dirección del movimiento, dependerá de las valoraciones y consideraciones que en su momento haga Andrés Manuel López Obrador, único diseñador del curso que finalmente tomará el mencionado movimiento. A diferencia de todos los lances políticos poselectorales, en esta ocasión estará presente el fantasma de la negociación propuesta expresamente por el tabasqueño y de cuya aceptación o rechazo, o de cuyo desarrollo (avances, trampas, nudos, riesgos, por citar rubros de un parte mínimo) no se ha informado más que en términos muy generales, dando por buenas y casi realizadas las promesas recibidas (¿de verdad se construirá una refinería?; esa construcción, ¿acabará siendo un negocio más de corrupción oficial?; ¿más dinero a Pemex quiere decir más posibilidades de saqueo de los Romero Deschamps y de negocios de cuello blanco?).
Los aromas que se perciben en el ambiente de la elite legislativa, partidista y política apuntan a que se ha dado un proceso de negociación que estaría tumbando las letras mayúsculas de la privatización, con lo que se concedería un triunfo público a la izquierda opositora (de allí el convite insistente a festejos de presunta victoria por parte del senador Navarrete), pero que deja letras minúsculas a un juego de futuras interpretaciones y aplicaciones por las cuales se colarían los apetitos e intereses de quienes hoy se dan por derrotados a sabiendas de que el que ríe al último privatiza mejor. Ante ese cuadro tan delicado, López Obrador deberá definir hoy, ante fuerzas sociales largamente convocadas y contenidas, si el esfuerzo de congruencia del que habló ayer le lleva a aceptar los términos optimistas de los acuerdos convenidos por representantes pluripartidistas de la clase política descrita en el primer párrafo de este texto, o si se enfrenta a las minas sembradas de la discrecionalidad manejable a futuro que en letra chiquita encierran los mencionados acuerdos. ¡Hasta mañana!