jueves, 23 de octubre de 2008

Astillero

Julio Hernández López
La Jornada

■ Riesgos claros

■ Interpretaciones futuras

■ Privatizaciones sesgadas

No había razones para hablar de victoria desbordada. Las enmiendas petroleras en ruta de aprobación legislativa contienen las suficientes lagunas, imprecisiones y ambigüedades como para que en el momento deseado se produzcan interpretaciones a conveniencia, privatizaciones disfrazadas (menores a las pretendidas por Calderón-Mouriño), y negocios de alta corrupción a cargo de un Pemex al que ciertamente se salvaguardó de los originales propósitos de magna apertura a los capitales privados, sobre todo al extranjero, pero que seguirá estando disponible como pastel fiscalmente fortalecido para que la intocada dirigencia sindical petrolera siga haciendo fortuna sin castigo y para que los operadores formales de ese negocio energético continúen repartiendo tajadas que en su momento sabrán acomodar jurídica y administrativamente al nuevo marco legal “triunfador”.

De las muy serias dudas y reticencias dieron cuenta algunos asistentes a la reunión nocturna que en presencia de López Obrador realizaron el martes en un salón hotelero de la ciudad de México los intelectuales y técnicos que apoyan la lucha defensora del petróleo. Profundamente conocedores de la manera en que “el sistema” puede retorcer la letra legal para acomodarla a los propósitos supuestamente vetados por esas normas, Manuel Bartlett y Porfirio Muñoz Ledo llamaron a no echar campanas al vuelo. Otras objeciones fueron planteadas por el constitucionalista Jaime Cárdenas, y la ingeniera María Fernanda Campa también hizo observaciones interesantes. Otros miembros del grupo se quedaron con reticencias luego desahogadas en privado.

El globo de victoria extrema que algunos interesados habían inflado con propósitos tóxicos en horas anteriores también vio disminuir su tamaño y brillo a la hora del acto público de ayer, en el Hemiciclo a Juárez. A pesar del asomo optimista expresado el martes por algunos de los miembros del comité asesor del FAP para la reforma petrolera (texto que no será firmado por otros de ellos, por considerar que el tono rebasa los logros alcanzados), la lectura hecha ayer por el embajador Navarrete (Jorge Eduardo, no el senatorial representante diplomático del gobierno de Calderón) dejó también constancia de las insuficiencias y riesgos contenidos en las propuestas de “reforma”. El ingeniero Rodolfo Ocampo, uno de los especialistas en petróleo que asesoraron al movimiento de resistencia, advirtió de riesgos y recordó las muchas promesas incumplidas por el nuevo innombrable en asambleas públicas, el licenciado F.C. Luego, el senador Pablo Gómez, al dar cuenta de lo mucho que se consiguió, cerró su discurso mencionando que el movimiento debe seguir “alerta y en pie de lucha para frustrar los intentos privatizadores que pueden manifestarse tanto en las etapas restantes del proceso legislativo (…) como más adelante”.

Frente a un panorama de logros indudables pero también de riesgos bien claros, López Obrador recurrió a la instalación de 100 urnas en algunos pasillos de la Alameda Central capitalina, para que todo aquel que así lo quisiera, sin requisito alguno de identificación personal o política, manifestara su deseo de quedarse con lo conseguido o dar un paso al frente para presionar por más. El tabasqueño hizo promesa pública de respetar los resultados y asumirlos sinceramente. Antes había relatado con sobriedad lo que se había logrado, habló de la necesidad de que el movimiento continúe, sobre todo para ejercer una especie de contraloría ciudadana (del voto por voto, ahora se pasaría a la supervisión de “contrato por contrato, obra por obra”), y derivó una parte de su intervención a lo que debe entenderse como la siguiente fase de ese movimiento: la lucha por la defensa de la economía popular. El ex candidato presidencial exigió que sean congelados los precios de varios productos básicos y advirtió que ante la debacle calderonista, “nosotros tenemos que seguir gobernando, desde abajo y con el pueblo”.

El dilema de parar o seguir fue transferido por AMLO a la colectividad. A la hora de redactar esta columna formaban filas, para votar, los asistentes a la reunión decisoria del movimiento de defensa del petróleo realizada en el Hemiciclo a Juárez. El resultado de esas voluntades, que se expresarían en 100 urnas, bajo la coordinación de Octavio Romero y los responsables de diversas brigadas y comités, sería tomado por Andrés Manuel López Obrador para continuar el discurso que había interrumpido para declarar un peculiar receso electoral. Nada se escribe aquí hoy sobre ese tramo porque la columna fue redactada justamente durante esa pausa.

Por lo pronto, más allá de lo que haya decidido la votación nocturna, ha de señalarse que ayer mismo cedió el envenenado triunfalismo y se asumió lo conseguido en la defensa del petróleo como un paso adelante, con logros ciertos y un genérico freno a los apetitos privatizadores, pero al mismo tiempo, como un terreno sembrado de riesgos previsibles de interpretación, es decir, una victoria parcial, condicionada y reversible si en el entramado legal por aprobarse legislativamente se mantienen las parcelas de la letra chiquita tramposa e incluso de las imprecisiones, lagunas y frases tendenciosas que, sin duda, abren el camino a venideras decisiones “esclarecedoras”, a cargo de un consejo de administración de Pemex donde la corrupta dirigencia sindical petrolera seguirá haciendo negocios particulares y donde los poderes fácticos tendrán facultades para definir el camino por donde corran los dineros petroleros. Nada de triunfo para salir a festejar a las calles y declarar día de fiesta nacional: contratismo y corrupción seguirán bajo etiquetas distintas, el PRI tendrá cauces para configurar más adelante alguna variante de las empresas filiales supuestamente rechazadas, habrá sujeción de ciertas operaciones mercantiles a jurisdicciones internacionales y se mantendrán opciones interpretativas para que Pemex siga siendo negocio privado en rubros importantes. ¡Hasta mañana!