Recreo
J. Luis Medina Lizalde
AL PRINCIPIO
Ha terminado la era de Martínez Gallo al frente del SUTSEMOP.
Culminó la lucha que desde hace mucho dieron en distintos temas empleados públicos con vocación sindicalista.
Ojalá que el relevo no se traduzca en el vulgar “quítate tú, para ponerme yo”.
En los municipios y en el gobierno del Estado, se han producido despidos t “congelamientos” arbitrarios de parte de ejercedores de poder que parecen ignorar que están de paso.
LA NOCHE QUE SOLTARON A LOS ASESINOS
Hoy hace cuarenta años el gobierno de la república ordenó matar a jóvenes reunidos en la plaza de Tlatelolco en la Ciudad de México.
Se supo todo más pronto y más fielmente en el
extranjero.
El mundo pudo apreciar que la oleada de rebeldía juvenil cimbraba París, Roma, Berlín, Praga, pero que sólo en México la respuesta consistía en matar.
A Zacatecas los periódicos llegaban a eso de la 7 de la tarde y a esa hora se formaba la cola para recibir el Heraldo de México, si se era de inclinaciones conservadores o el Excélsior, de Julio Scherer, si su perfil era liberal.
Egresaban las primeras generaciones de la Secundaria Federal Número 1 y la única preparatoria del Instituto de Ciencias albergaba a los que dentro de poco más de un mes después formarían parte de la naciente Universidad Autónoma de Zacatecas Francisco García Salinas.
Recuerdo, entre brumas, el reparto del probablemente único volante en protesta por la matanza, redactado por Jorge Ramírez Olmos, profesor normalista y estudiante de Economía.
Luego vino la histeria suscrita en un desplegado firmado por todos los presidentes de las sociedades de alumnos, menos el de Economía, Benjamín Romo Moreno.
Era un lenguaje feroz, de guerra fría, plagada de epítetos contra los “comunistas” “vende patrias”, etcétera, etcétera.
El prestigiado abogado y gran ser humano Magdaleno Varela Luján, primer rector de la UAZ, fue testigo y generosa muralla protectora de la creciente ira generacional que produjo “La noche de Tlatelolco”.
La nevería Acrópolis propicia el encuentro con politécnicos recién egresados que prestan sus servicios en la mina del Bote y que viven en la Primera de Mayo, en casa del “Palel”.
Ellos cuentan “la neta” de lo que pasó en la Ciudad de México al “Mike”, al “Rusty”, al “Cuñao” Rivera, y a su servidor, que ya entonces portaba sobrenombre de plantígrado.
Empezamos a saber que “somos muchos más que dos”. Que los Burnes por acá, el “Huevo loco” por allá, el Chicharra, La Güera, el “Quito”, el “Güero Gamboa”, “el Heliodoro”, “el Adobe” y “el Salmón”.
Tengo presente al Sampedro trepado en una silla recitando motivadores versos, en plena avenida Hidalgo.
Cada año que pasa, se agrupan nombres y más nombres a la rebeldía: Carlos Reveles, el Güero García, Leaños, Martín Ornelas, Laura Rodríguez, “La Chacha”, Ester, Amalia, Lucha, Lucía, Aurora, y muchos, pero de veras muchos más que no nos es posible enumerar.
Noé Beltrán, Sergio Corichi y Jesús Pérez Cuevas se integran a la UAZ muy a tiempo para darle rumbo al anhelo de pelea.
Los recuerdo esmerándose contra nuestras “deformaciones pequeño burguesas” y contra nuestra inocultable vocación “lumpenezca”.
Vienen acciones cada vez más fuertes, no se permite que pise la UAZ el genocida Luis Echeverría invitado a apadrinar egresados.
Tampoco lo logra Jiménez Cantú, a la sazón secretario de salubridad.
COMBATIENDO AL ADVERSARIO EQUIVOCADO
El 2 de octubre, el zacatecano Enrique Espinosa egresado de la Secundaria Federal, llevó a su mamá al mitin de Tlatelolco, ella quería saber cómo era un mitin.
Enrique terminó en el Campo Militar número 1 y una emblemática fotografía lo exhibe desnudo y ultrajado. Aquella noche, en la que su mamá supo cómo eran los mítines en los tiempos de autoritaria cólera.
Mi compañero de grupo en la secundaria, Camilo Luna Barraza también estaba ahí, en Tlatelolco, pero él acudía como integrante del Batallón de Paracaidistas.
Camilo era en ese momento, como Enrique, y como yo, menor de edad.
La vida lo había puesto al otro lado, al lado del “orden”, pero sólo por un tiempo porque lo que vio, lo que vivió aquella noche, lo convenció de que ese no era su lugar.
Camilo ahora es ingeniero químico, reside en Morelia y se la juega por la izquierda, y cuando habla de aquella noche de octubre 2, jura y perjura que buena parte de los soldados no reaccionaron con la furia genocida que buscaban provocar los que le dispararon al General Hernández Toledo.
De otro modo, dice Camilo, el saldo hubiera sido mucho más sangriento de lo que fue.
…Y yo le creo.
AL ÚLTIMO
Concluida la feria de Zacatecas quedó de manifiesto que prolongarla una semana más es un error.
Sobre todo porque es evidente que los gasolinazos y la carestía en general amedrenta al más pintado consumista.