martes, 7 de octubre de 2008

México S.A.

Carlos Fernández Vega
La Jornada, 7 de octubre 2008


■ Prudencia y ahorro

■ Ahorro para la contingencia

■ Silencio oficial ante caída de la BMV

Están desatados los funcionarios de la “continuidad”: del “catarrito” pasaron a la “gripa”, de ésta al “ocio” y ahora a la “prudencia”, sin olvidar lo “prematuro” de reconsiderar el alcance presupuestal para 2009 ante la creciente marejada económico-financiera que a todo el mundo de tiempo atrás puso a temblar, a la par que a trabajar para atemperarla, en lo posible. En tan sólo unos cuantos días, los sagaces calderonistas transitaron de las cuentas alegres y el triunfalismo barato que los caracteriza, a la tímida aceptación de que la cosa está color de hormiga, en vías de empeorar.

El llamado a la “prudencia” lo hizo ayer el subsecretario de Hacienda, Alejandro Werner, en medio de la sacudida bursátil y cambiaria que registraba el mercado mexicano, recomendación que, sumada al “ocio” (Ruiz Mateos dixit), al “catarrito” (Agustín Carstens), la “gripa” (Felipillo) y lo “prematuro” (Guillermo Bernal Miranda) de reconsiderar la política económica para 2009 (“se debe esperar al 15 de noviembre”, ídem), da cuenta de qué tan reactiva es la pasiva “continuidad”.

Dijo Werner: “Todas las familias, empresas, instituciones financieras y gobierno vamos a tener que ser muy prudentes para hacerle frente (a la crisis), y que nuestra economía compense lo más posible a través de fuentes internas esta caída y que salgamos fortalecidos de este episodio, aprovechando estos momentos para empujar e ir para adelante en los cambios necesarios que nuestro país tiene que llevar a cabo… Lo más importante a nivel familiar es ser prudentes, ahorrar para cualquier contingencia que se vaya a presentar en el futuro”.

Ahorrar, pide Werner, para “contingencias” en el “futuro”. Qué buena idea, pero cómo o de dónde puede ahorrar la mitad de los mexicanos si sobrevive en la miseria y la pobreza. Y la misma duda aplica para 73 por ciento de los privilegiados que aún tienen empleo en el país, con un ingreso de hasta 5 salarios mínimos (aunque el grueso se concentra en el rango de uno a 3 minisalarios, de acuerdo con las cifras oficiales), independientemente de que 8.3 por ciento adicional (3.65 millones de personas) de la población económicamente activa no recibe ingresos, y haciendo a un lado que alrededor de 2 millones se encuentran en el desempleo abierto. Con esta escalofriante información, que involucra a más del 85 por ciento de la PEA, cuál ahorro para afrontar “contingencias” en un “futuro” que ya está aquí. ¿Quién puede tener “prudencia”, si las cantidades referidas no alcanzan siquiera para comer todos los días? Entonces, ¿qué “prudencia” y cuál “ahorro”.

Bien por el subsecretario de Hacienda, quien con su declaración avanza en la reñidísima carrera de los funcionarios para obtener la gustada presea de la “barbaridad más bárbara” (valga el término, porque se refiere a la “continuidad”) en el sexenio calderonista. Lo raro de todo esto es que Alejandro Werner fue el único integrante del “gobierno” foxista que en su momento (dos años atrás, justo en octubre de 2006, a punto del “cambio” de administración y cuando se desempeñaba como titular de la Unidad de Planeación Económica de la Hacienda Pública) se animó a encender los focos rojos. En aquel entonces advirtió que la economía mexicana se encontraba en un proceso de desaceleración que la llevaría de un crecimiento de 4.5 por ciento en 2006 a sólo 3.5 por ciento en 2007, lo que se traducirá en una menor creación de empleo formal (estimó la caída en 25 por ciento). Por esos mismos días, Agustín Carstens se estrenaba como “coordinador del programa económico” y aseguraba: “No veo riesgos de recesión”.

Por aquel entonces, Werner también sostenía que “las remesas no sólo deben verse como un fenómeno de la migración; también son fruto de la estabilidad económica que ha logrado México”, de tal suerte que si atendemos esta tesis –por llamarla de alguna manera–, el ahora subsecretario de Hacienda tendría que reconocer que el descenso en el monto enviado por la paisanada es sinónimo de la “inestabilidad que ha logrado México”.

Desconfianza en el liderazgo

Una tesis (ídem) similar, pero referente al mercado bursátil mexicano (de hecho se utiliza para cualquier cosa si las cifras son positivas para ella), ha sido recurrentemente utilizada por la familia financiera del sector público. Cuando el principal indicador de la Bolsa Mexicana de Valores reporta alzas incontenibles, entonces hay que entender que “es muestra fehaciente de la confianza en la sólida economía nacional y el liderazgo del señor presidente de la República”. Ahora que a la BMV se la está llevando la catrina, silencio absoluto, pero debemos entender, junto con la familia, que el desplome es resultado de la falta de confianza y de la carencia total de liderazgo.

Para redondear su destacada participación en el juego de las declaraciones, el subsecretario de Hacienda se vio modesto al reconocer que las tarjetas de crédito en México resultan “relativamente onerosas”. Segunda estrellita del día: en lo que va del año, los trasnacionales emisores del llamado “dinero plástico” no tuvieron empacho en duplicar el de por sí elevado nivel de las tasas de interés que cobran a sus tarjetahabientes, lo que en algunos casos llevó el CAT más allá del 80 por ciento, o lo que es lo mismo 13 veces más que inflación reconocida por el Banco de México, mismo que insiste en que es la real. Por su parte, la Condusef informó que alrededor de 700 mil hogares “ya tienen problemas de tarjeta de crédito”.

Y en el ojo de la sacudida económico-financiera la noble moneda nacional, el peso, que se hunde pero no desaparece. Al tipo de cambio dólar-peso ya le falta un tris para redondear la marca histórica de 100 mil por ciento de incremento, obvio es que a favor del billete verde. Ayer se requirieron cerca de 12 pesos (12 mil en términos reales) para comprar un dolarito, el cual, también, no se encuentra en su mejor momento.

Entonces, como que ya es hora de que la “continuidad” deje el “ocio”.

Las rebanadas del pastel

De 1929 a 1932, durante la gran depresión en Estados Unidos, alrededor de 345 mil mexicanos (otras fuentes hablan de un millón) fueron “repatriados” (léase expulsados del vecino del norte), no obstante que muchos tenían residencia legal e incluso algunos habían nacido en territorio estadunidense. Entre 1900 y 1930, según cifras del Senado, alrededor de un millón 700 mil connacionales emigraron a ese país, de tal suerte que los “repatriados” representaron cerca del 20 por ciento de ese total. Si se actualiza, ese porcentaje equivaldría a unos 8 o 9 millones de paisanos “retornando” a su patria. Sirva lo anterior para considerar la seriedad de lo dicho por el pianista con oficina en la Secretaría del Trabajo, Javier Lozano: “El gobierno se prepara para recibir a connacionales que regresen al país debido a la crisis económica en Estados Unidos”.