A la deriva
La preocupación sobre el futuro inmediato de México es cada día mayor en todos los sectores, en especial tras el anuncio de Felipe Calderón, el miércoles 8, de que el gobierno de facto tiene un “plan” para enfrentar la crisis, que muy pronto se ha advertido que no es un plan, sino una serie de medidas engañosas que no responden a los intereses de los mexicanos.
1. México tiene, en el momento de mayor desastre social, económico y político del último medio siglo, un gobierno marcado por la corrupción y la ineptitud, que nadie cree que pueda tener la capacidad de enfrentar la peor crisis financiera internacional de los últimos 80 años, la que empieza ya a abatirse sobre un país devastado por las políticas equivocadas y la corrupción de la burocracia gobernante, y el futuro de la administración de Calderón se halla más que nunca en entredicho.
2. El supuesto “plan” del gobierno de facto contra la crisis, que anunciara Calderón acompañado de los secretarios de Hacienda y Economía, y que pretende ampliar el gasto público y reorganizar Pemex (en términos, por cierto, diferentes en apariencia a los propuestos en su iniciativa legal de mayo), no es “insuficiente”, como han dicho algunos analistas, sino inexistente si se atiende a la magnitud del desafío, que supone un quiebre significativo del modelo neoliberal y crea una situación de tal gravedad que requeriría de una reorientación drástica de las políticas generales del Estado con vistas a proteger en lo inmediato el empleo y los ingresos de la gente y a rescatar a mediano plazo a la nación.
3. La propuesta de Calderón, hecha un año después de que Andrés Manuel López Obrador advirtiera de la gestión de la crisis, y que pretende mañosamente tomar algunas de las propuestas de reforma hechas por éste en el Zócalo el día 28 y en su plan hecho público horas atrás, es además en extremo tramposa, pues atrás de su supuesta rectificación en materia petrolera lo que pretende es exactamente lo contrario: aprovechar el momento de confusión para acelerar la apertura al capital trasnacional en la industria petrolera, pues eso es lo que busca con su insistencia en la “autonomía” de Pemex y en la construcción de una nueva refinería supuestamente por el Estado, pero que ya tiene pactada con el capital trasnacional.
4. La gravedad de lo que acontece no escapa a nadie. El país requeriría tener en el gobierno a mexicanos patriotas y capaces, y quienes gobiernan son una banda de rufianes ineptos y entreguistas, además de mentirosos.
5. Los tecnócratas mexicanos no tienen un diagnóstico ni una respuesta a lo que está aconteciendo por dos razones conocidas. La primera es que no tienen por qué elaborar un plan “de rescate” para el país porque no lo necesitan: ellos son simples empleados de los organismos financieros internacionales y encargados de aplicar sus políticas en México: un país que desde hace lustros dejó de ser soberano y de tener la posibilidad de definir sus propias políticas.
6. Agustín Carstens y Guillermo Ortiz, tanto como Felipe Calderón, no son más que mandatarios (no del pueblo, porque México no tiene instituciones democráticas, como se vio en 2006), sino del gran capital trasnacional y, en consecuencia, no tienen otra función que aplicar las directrices y los programas del FMI, del Banco Mundial y de la OCDE, y pretender que ésas son sus políticas. El margen de discrecionalidad que esos organismos les dan no quieren, por otro lado, utilizarlo porque piensan que sus intereses personales y su carrera burocrática pasan por lo que llaman “la disciplina”, que no es otra cosa que el fanatismo y la sumisión a la ideología neoliberal.
7. La otra razón por la cual un gobierno justamente calificado de pelele no se preocupa mayormente por las consecuencias devastadoras que la recesión estadunidense va a tener en nuestro país se debe a que para ellos “México” no es otra cosa que los grandes intereses y creen a pie juntillas en la teoría “del goteo” (como la llamara López Obrador en el Zócalo tras la marcha del día 28), que supone que las ganancias descomunales de las grandes empresas terminan por beneficiar al pueblo, de manera que lo que les preocupa es esa minoría oligárquica, y a protegerla van dirigidas sus acciones.
8. La única preocupación seria que tienen Calderón y su grupito de amigos la constituye el descontento popular y que como consecuencia de éste la derecha mexicana y las trasnacionales consideraran que ha llegado la hora de removerlos del cargo que ocupan espuriamente, como se lo recordaran a Calderon unos estudiantes en Los Pinos el viernes 3, y es eso lo que quiere evitar el gobierno de facto con las aparentes medidas neokeynesianas de su supuesto “plan” y extremando la propaganda.
9. Agustín Carstens, que formalmente es titular de Hacienda y Crédito Público, no puede, por consiguiente, evitar presentarse como lo que ha sido en los últimos años de su vida: un empleado del FMI; como tampoco es capaz de tener otro discurso propagandístico menos incoherente y absurdo. Tras el anuncio de Calderón del miércoles 8 se ha entregado a dar entrevistas para apaciguar las inquietudes, que lo único que han logrado es lo contrario, por su tontería. A Televisa le declaró el jueves 9 por la mañana que “en el mundo se está viendo una crisis sin precedente”, pero que en México no hay crisis ni una situación desastrosa porque, según definió, no hay un crecimiento brusco de la desaceleración, del desempleo ni de la inflación (seguramente con base en las estadísticas falsificadas del Inegi).
10. El país se halla a la deriva, pero los intereses trasnacionales y el gran capital están protegidos por un gobierno cuyo único temor es la respuesta popular, pues de ella depende su destino.