Derrota mundial
No me refiero al libro homónimo que Salvador Borrego escribió ya hace más de seis décadas defendiendo a la derrotada Alemania nazi, sino que titulo este artículo como derrota mundial en referencia al derrumbe del sistema económico capitalista y a la demostración evidente de que las reglas del mercado no corrigen por sí solas las fallas de la economía, sino que, por el contrario, llevan a ésta al desastre.
Con lo que está pasando se evidencia que el sistema capitalista sustentado en el egoísmo y en la competencia inhumana se encuentra en bancarrota, ahora no sólo bancarrota moral, sino también financiera.
Entre las múltiples formas posibles de interacciones entre las personas que comparten un ámbito social común, hay algunos procesos presentes en toda clase de comunidades, sean éstas asociaciones primarias o grupos complejos, de pocas personas o de toda la humanidad en su conjunto. Joseph Fichter en su Sociología, publicada a mediados del siglo pasado, dice que hay procesos tipificables y universales: los hay conjuntivos, que acercan a los integrantes de la sociedad, generan mayor solidaridad interpersonal y estrechan los lazos entre los integrantes de las comunidades, pero hay también procesos negativos, disyuntivos, que alejan, separan y enfrentan a los integrantes de la sociedad.
Entre los primeros están la asimilación, la aceptación y la cooperación; entre los segundos están el conflicto, que es el más grave, la oposición, la obstrucción y la competencia. Este sociólogo estadunidense de Chicago ubica a la competencia como uno de los procesos negativos que separan y destruyen o debilitan los lazos sociales.
Sin embargo, la competitividad se ha querido presentar en el mundo moderno como una de las grandes virtudes sociales; todos los días oímos a nuestros políticos de todos los colores, repitiendo, a veces sin entender de qué están hablando, que debemos ser “competitivos” porque no lo somos, y que México está atrasado en tal o cual renglón de la economía o de la educación o del deporte.
Lo cierto es que el modelo social en el sistema capitalista, basado en la competencia, nos lleva a una sociedad crispada, en la que siempre hay alguien que gana y muchos que pierden; ciertamente la competencia puede ser un incentivo para mejorar individualmente, pero es también una forma de relación que deja heridas sociales profundas y frustraciones individuales a veces irreparables; la guerra es el extremo de una competencia en la que se han roto las reglas, pero aun cuando la competencia con reglas es menos dañina que la abierta confrontación, no deja de producir constantes males sociales.
Para ganar en la vida, para estar del lado de “los triunfadores”, los que están convencidos que de eso se trata son capaces de todo y no les importa atropellar a otros; en México he escuchado el dicho cínico que reza: “de que lloren en mi casa a que lloren en la ajena, mejor que lloren en la ajena”.
La competencia es movida generalmente por la codicia, por la ambición de tener más, de sobresalir a costa de otros, sin importar valores humanos ni consideraciones humanitarias; en cambio, la cooperación se basa en un concepto de fraternidad universal, en el amor, en la colaboración y en la solidaridad. Es un proceso altamente integrador que produce grandes y constructivas satisfacciones personales y sociales.
En momentos de crisis, como el que estamos viviendo, debemos acudir más a los procesos conjuntivos y solidarios y menos a los demostradamente fallidos de la competencia sin límites.
Hace unos días recibí en la maravilla que es el correo electrónico un mensaje de José Luis Zavala Cisneros que dice, palabras más, palabras menos: “la esclavitud no se abolió, se redujo a 12 horas diarias”. Es cierto; en este mundo globalizado y en manos de las grandes corporaciones deshumanizadas todo mundo es un esclavo de la necesidad de conservar su empleo. Las personas se vuelven parte desechable de los inventarios de las empresas y, a veces, también de los gobiernos.
En muchos centros de trabajo, especialmente en las cadenas de medios electrónicos de comunicación, a los colaboradores, siempre pendiendo su estabilidad de un delgado hilo, se les indica cómo vestirse, cómo peinarse, cómo hablar, con quién relacionarse y con quién no, y ay de ellos si en algo incumplen.
Crisis significa cambio de rumbo, esperemos que la actual se resuelva en un retorno a la solidaridad, al respeto por los demás y a un mayor disfrute de la libertad, aun cuando tengamos que padecer algunas carencias materiales que al fin y a cabo son pasajeras y superables.
La coyuntura derrota moral y el derrumbe del sistema económico basado en la competencia feroz debe ser aprovechado; es la oportunidad para ensayar otras formas más solidarias y fraternas de relacionarnos.