Es un fenómeno universal el que los políticos se acostumbren rápidamente a hacerse tontos cuando deben explicar a sus opositores (e incluso a sus seguidores) la razón de sus actos o cuando se les replica (cuando no se aceptan sus justificaciones) o, de plano, cuando se les critica por sus errores. Difícilmente encontraremos un político que diga lo que se propone y menos lo que pretende ocultar. Y, con muy honrosas excepciones, jamás veremos a uno que confronta abiertamente a los que están y a los que no están de acuerdo con él. Él quiere que todo mundo esté con él y que jamás ponga en duda sus decisiones. “No te me opongas, porque romperás la unidad que nos es tan necesaria”, solía decir a los suyos un ministro inglés de los primeros años de la Segunda Guerra Mundial.
Que se hagan tontos, sin embargo, no equivale a que sean necesariamente tontos. Un buen político está perdido si es un tonto. O va a ser utilizado indefectiblemente por otros o, en todo caso, otros harán siempre su tarea y él ni siquiera se dará cuenta. Fue el caso de Fox. ¿Qué puede pasar si, encima, un político tonto pretende hacerse el tonto? Creo que la respuesta está en la tira cómica que hemos visto desfilar últimamente en torno a los “catastrofistas” que critican al gobierno porque quieren ver destruido a su Estado. A cualquiera se le antojaría que todo es mera ficción; pero es una espeluznante realidad y parece que hay muy poco con qué poder explicarla.
En una ocasión, a propósito de otro tema y en otra situación, mi venerado amigo René Zavaleta me soltó esta lanzada: “Son perfeccionistas y todo lo hacen mal”. Cualquier tonto puede pretender ser perfeccionista y, por eso, todo le sale mal. Así han sido nuestros gobiernos de los últimos 32 años. Y no hay modo de explicárselo, porque jamás lo entenderían, iluminados como andan siempre con la obsesión de ser “perfectos”. En su discurso del pasado 5 de febrero Calderón dijo que tenemos la responsabilidad histórica de diseñar leyes y fortalecer las instituciones que las apliquen. “Leyes –abundó– para garantizar la seguridad… que promuevan un crecimiento más dinámico… que propicien una distribución más equitativa… y que posibiliten, también, el abatimiento de la pobreza…” Esas leyes, le faltó decir, no hay en el Estado quien las pueda “diseñar”.
No era una afirmación. Era una acusación y en eso no tuvo reparo alguno. Lejos de admitir (así fuese sin conceder) que hay un amplio sector de la ciudadanía (y no sólo de lopezobradoristas) que considera que sus iniciativas de ley enviadas al Congreso son bodrios inútiles e insuficientes que sólo favorecen a los intereses a los que él sirve, Calderón soltó su andanada: “Valoramos la crítica, valoramos la crítica que orienta soluciones y el análisis que alerta responsablemente sobre riesgos latentes. Pero debemos rechazar todos el catastrofismo sin fundamento, particularmente ahora llevado a extremos absurdos, que daña sensiblemente al país, a su imagen internacional, ahuyenta inversiones y destruye los empleos que los mexicanos necesitan”. Por lo menos, debió decirnos de quién o de quiénes hablaba, pero no es su estilo.
Lo que seguramente sí pensaba era que hablaba a nombre de quienes lo llevaron al poder, pero hasta en eso se equivocó. Ya Carlos Fernández Vega recordaba que en marzo de 2004, Carlos Slim, un hombre que se ha enriquecido al amparo de estos regímenes ineptos, declaraba que el modelo de desarrollo no había sido benéfico, que “ya da muestra de fatiga social; no ha tenido resultados en crecimiento y empleo”. También que voceros de Canacintra y de los “barones” de Monterrey exigieron cambios al “modelo” económico. Y cita a Federico Sada González, de Vitro, el cual urgía “revisar los esquemas económicos del país”. En mayo de 2003, Dionisio Garza (de Alfa) dijo que el gobierno foxista era “incapaz… No es cierto que el país no crece sólo por la recesión de la economía internacional”. Y el piadoso Servitje demandó “la corrección del modelo económico, porque con el actual no podrá combatirse la pobreza”. Testimonios de ese pelo los hay a montones.
Los gobiernos panistas han sido tan ineptos para conducir la economía como lo fueron los últimos gobiernos priístas y los dueños de la riqueza no han cesado de señalárselo. Éstos saben que los han sostenido en el poder y que se lo han dado a varios de ellos, pero no soportan hacerse tan ricos y, al mismo tiempo, sufrir tan graves pérdidas por las recesiones. El último zambombazo se los dio el más rico de todos, el mencionado Slim, y les explotó en las verijas. En el reciente foro organizado en el Congreso, en una intervención desordenada y pedestre (a uno que sólo sabe hacer dinero no se le puede pedir que sea buen orador), Slim les dijo: “No quiero ser catastrofista, pero hay que prever y no estar viendo las consecuencias después y estar llorando”. Y agregó: “… el producto interno bruto mexicano se va a desplomar, se va a caer, va a ser negativo, ya desde el último trimestre del año pasado; no sabemos cuánto dure, pero va a ser muy fuerte el efecto”. Llamó a proteger el empleo y a enfocar el esfuerzo en la reactivación de la economía interna. La inversión extranjera viene, remató, si puede obtener ganancias.
Cualquiera podría estar de acuerdo con él. Pero no el gobierno panista. Ese mono de ventrílocuo que ocupa una de las secretarías de Estado más importantes y que lo ponen a boxear con cualquiera, de inmediato se lanzó a la palestra: Don Roque (quizá algunos recuerden a aquel chistosísimo muñequito) señaló que había que ver si los “pronósticos” del empresario “son reales, certeros y si tienen sustento sólido, o si bien obedecen a un buen deseo [sic] de que las empresas se abaraten para luego comprarlas, o bien para obtener modificaciones a títulos de concesión que hasta ahora no se le han concedido para entrar en otros mercados”. Don Roque le debe saber algo y ha estado en puestos en los que ha podido saber qué (desde la Comisión Federal de Telecomunicaciones, por ejemplo). De los demás panistas, ni hablar. Le dijeron a Slim que por qué invertía su dinero en el extranjero y no aquí. Ellos eso ya lo saben.
Estamos en presencia de un gobierno onanista, que todo lo hace dentro de sí mismo. Si quienes le dieron el poder a los panistas no se sienten atendidos y la sociedad con todas sus clases sociales está ausente en la política del gobierno, es difícil saber para quién gobiernan los que lo ejercen o para qué lo hacen. En suma, un gobierno divorciado de todos y de todo.