La Jornada, 10 de febrero de 2009
■ Los mexicanos no tienen derecho a saber quiénes los atracan y por cuánto
■ Utilidades y especulación matan interés nacional
Cada día más abultada la factura por la carencia de un gobierno que cuide los intereses nacionales, el país de nueva cuenta paga por el asalto de un grupúsculo con suficiente poder para saquear las arcas públicas y mantenerse impune. No es la primera vez, ni será la última porque, según dicen, son “las reglas del juego”: muy pocos ganan todo y los demás lo pierden. Así de sencillo, así de autoritario.
El secretario de Hacienda, Agustín Carstens, reiteró en Nueva York (6 de febrero) que “el interés de algunos grupos de inversionistas en tomar utilidades es lo que ha presionado la paridad del peso frente al dólar”. En octubre pasado, cuando comenzó el ataque contra la moneda nacional y el asalto a las reservas internacionales, el mismo personaje denunció que el gobierno mexicano detectó que “un grupo de empresas del país realizó operaciones especulativas para tener utilidades”, o lo que es lo mismo “el origen del ataque contra el peso”.
En aquella ocasión Carstens aseguró que “es un problema muy bien detectado, es un problema que no refleja debilidad macro, es un problema estrictamente de orden especulativo y nos vamos a cerciorar de que todos los procedimientos, todas las reglas que se debieron haber seguido, se siguieron… el gobierno va a ser sobre todo más enérgico en exigir que se cumplan las reglas de transparencia y de reporte por parte de los bancos y de las empresas listadas” (en bolsa). Sólo un nombre divulgó, antes que desde Los Pinos lo mandaran enmudecer: Controladora Comercial Mexicana (que preside Guillermo González Nova). Después, el silencio y una supuesta investigación que realizaría la Comisión Nacional Bancaria y de Valores que no sería de conocimiento público.
Pues bien. Exigir, lo que se llama exigir, el gobierno no ha exigido nada, y los resultados dan cuenta de ello. De energía, sólo la utilizada para intentar tomarle el pelo a los mexicanos, y de transparente ni la sonrisa con la que responde el secretario de Hacienda. Por el contrario, respeto irrestricto a la omertá característica en los funcionarios del sector financiero del gobierno federal, la misma que ha sido celosamente cumplida en casos como el Fobaproa, Ficorca, Tesobonos, “rescates”, “salvamentos”, “apoyos transitorios” y conexos en más de tres décadas de saqueos recientes.
Es inadmisible que los mexicanos ni siquiera tengan derecho a conocer quiénes los saquean y en qué medida. Ya que es un deporte legal (porque así lo decidieron Ejecutivo y Legislativo para favorecer al capital financiero) y el Consejo Coordinador Empresarial exige que no se generalice, entonces lo mínimo que se pide es fair play. Si no hay ley que lo impida, por qué el silencio. Si son las “reglas” del juego (utilidades y especulación matan interés nacional), por qué esconder a los atracadores.
Si se atiende lo dicho por Calderón y Carstens (como antes lo dijeron quienes ocuparon Los Pinos y Hacienda en las últimas tres décadas, es decir, seis inquilinos y 12 secretarios) los mexicanos están condenados a no saber quiénes son los especuladores, cómo se llaman, cuánto se comieron, cuánto costó darles gusto y, también, a no saber qué (no) hizo el gobierno para evitarlo, para frenarlos, para meterlos en cintura, para cuidar el interés nacional. Transparencia, pues, al estilo Carstens, para quien la crisis no es más que un “bache con agua”.
Por la vía de los hechos los mexicanos saben, sí, que sin forzar la puerta ni romper el candado abrieron la caja de las reservas internacionales; que el gobierno atendió magníficamente a los especuladores; que éstos no tienen llenadera; que una vez más la cotización del peso se fue al carajo; que las reservas “para eso están” (Calderón dixit); que son miles de millones de dólares que del sector público pasaron a ser propiedad del sector privado y muchas otras cosas, pero no cómo se llaman los comensales (el “grupo”) ni en qué medida los atendieron los meseros (el “gobierno”).
Sin duda alguna los especuladores deben ser los mismos (en algunos casos segunda y tercera generaciones, y en otros de banqueros nacionales y extranjeros) que atracaron las arcas nacionales cuando en 1976 se devaluó el peso tras 22 años de estabilidad cambiaria; idénticos saqueadores en depreciaciones subsecuentes, amén de participantes destacados en Ficorca, certificados de aportación patrimonial (CAP´s), reprivatizaciones, Tesobonos, Fobaproa, “rescates”, “salvamentos” y conexos que, por disposición gubernamental, han hecho de este país un verdadero paraíso para los atracadores.
Allá por octubre pasado, cuando comenzó el zarandeo cambiario, las organizaciones empresariales pedían que “en la venta de dólares (reservas internacionales) sólo participen aquellos que tengan vencimientos de deuda de corto plazo”, y en aquella ocasión preguntábamos: ¿por qué en este glorioso país de libre mercado y “responsabilidad” empresarial debe ser obligación del gobierno tapar los hoyos abiertos por el capital privado, pagar por sus excesos y gastar los dineros de la nación para que los barones se hinchen de utilidades? ¿Por qué el gobierno estaría obligado a garantizar dólares baratos para las empresas privadas que se endeudan y especulan, en ambos casos, se supone, por su cuenta y riesgo? Nadie sabe por qué, pero de que lo hace, lo hace, sin tener la cortesía de informar a la ciudadanía de a cómo y a quién.
En ese primer zarandeo de octubre, el día 10 para ser preciso, los especuladores se “comieron” poco más de 100 millones de dólares por minuto, a lo largo de una hora. Seis mil 400 millones de reservas internacionales, con el fin, decían, de “inyectar confianza”, erradicar el “nerviosismo” y “fortalecer” a la moneda nacional. En 13.30 (13 mil 300, en realidad) pesos por dólar concluyó ese día la jornada cambiaria. De entonces a la fecha se han “quemado” alrededor de 20 mil millones en reservas, para que el tipo de cambio ronde los 14.50 (14 mil 500) pesos por dólar. El gobierno no deja de sangrar las reservas y se niega a divulgar los nombres de los especuladores ¿Hasta dónde, hasta cuándo?
Las rebanadas del pastel
Nada nuevo que de tiempo atrás no haya dicho cualquier “catastrofista” de medio pelo y sin pedigrí. La diferencia es que la más reciente versión “catastrofista” de la economía mexicana la ofreció Carlos Slim ayer en el Senado de la República: “va a haber una caída importante del comercio internacional, va haber mucho desempleo como no se tenía noticias desde los 30, van a quebrar muchas empresas chicas, medianas y grandes, van a cerrar los comercios; será una situación delicada y habrá que estar preparados para enfrentarla, para que después no estemos llorando; no cabe duda que el PIB se va desplomar; no sabemos cuánto dure, pero será muy fuerte el efecto”… Y el devaluado cuan soporífero inquilino de Los Pinos con el mismo discurso y aferrado a utilizar “curitas” para combatir el cáncer económico.