Publicado el 18 de febrero de 2009 en La Jornada
José Steinsleger /I
La primera intifada (levantamiento, agitación) de Gaza y Cisjordania empezó en 1987 y acabó en 1993, con los Acuerdos de Oslo y la creación de la Autoridad Nacional Palestina, engendro político favorable a los gángsters que gobiernan Israel. Las piedras habían sido el arma principal de la resistencia en los territorios ocupados.
La segunda intifada empezó el 28 de septiembre de 2000, cuando frente al cadáver de Mohamed Dura en los brazos de su padre, llevó a los niños a pensar que la figura protectora por excelencia, poco y nada podía hacer para protegerlos. El 22 de julio de 2002, luego que un avión F-16 destruyó su vivienda matando a su madre y sus hermanos de cinco y seis años, Jihad Hwitti (14) cambió de vocación: sería kamikaze, en lugar de médico.
Durante la conquista del far west, los indios de América del Norte pegaban la oreja al suelo para oír el galope y calcular la distancia de los regimientos que venían en pos de su exterminio. En Palestina, los niños son expertos en calcular la distancia de un tanque por su sonido, y los eventuales estragos que pueden causar sus proyectiles.
En octubre de 2002, la profesora estadunidense Annie C. Higgins (profesora de árabe de la Universidad de Illinois) viajó a Cisjordania, y en Yenin elaboró un pormenorizado informe que aturde el cerebro: “cuando las escuelas cambian sus horarios de inicio y fin del día escolar, los cazadores israelíes ajustan rápidamente sus planes”.
Higgins cuenta cómo murió Muhammad Yusuf Quaysi (16 años) herido por un tanque en su camino al liceo Salam; Mahran Ahmad Rafia (13 años) fue alcanzada por el disparo de otro tanque a las puertas de la escuela Hittin; el niño retardado Said al-Dubi fue herido por otro tanque, cerca del mercado Hisbi; Rasha al-Salfiti (18 años), de la Universidad Americana, fue alcanzada por un disparo de tanque cuando estaba sentada esperando un autobús. Luego, el tanque impidió que la ambulancia de la Media Luna Roja pudiese llevarla al hospital.
Sigue: Adil Abu Zayad cayó herido por la metralla de un tanque que rebotó contra un muro; en la escuela femenina Khansa, las niñas se lanzaron al suelo mientras un par de de tanques disparaban contra las ventanas del inmueble. El director del Consejo de Educación transmitió un mensaje llamándolas a “mantener la calma”. A las 10 de la mañana, las clases retomaron la “normalidad”. El “día escolar” acabó a las 12:30 a.m. Los hechos corresponden a una sola jornada: 8 de octubre de 2002.
El 5 de octubre de 2004, un oficial israelí disparó contra Iman Alhassam, de 13 años, en momentos que se dirigía a la escuela en Rafah (Gaza). Luego, le vació el cargador de su arma cuando ya estaba en el suelo. Veinte impactos. Detenido, el oficial justificó su acción. ¿Acaso Iman no podía cargar una bomba en su mochila escolar? (Agencias Dpa, Reuters, Afp. Jerusalén, 13 de octubre.)
En diciembre del mismo año, Ziad Abbas (codirector y cofundador del Vida Cultural Center de Cisjordania), describió la prolija destrucción de una guardería en el campo de refugiados Dheished. Doce jeeps militares invadieron el campo y ordenaron la evacuación de las familias que compartían el mismo edificio de la guardería. Les dieron 30 minutos. ¿Algún “terrorista” se escondía en el edificio?
Pero el edificio debía ser destruido porque allí habían vivido Mahmud y Mamad Hamash. Mahumd cumplía una sentencia de 50 años, y Mamad se hallaba a la espera de juicio. Los familiares abandonaron la casa. El ejército colocó los explosivos. A distancia, 120 niños de dos a seis años observaron el operativo. Luego, como si se tratase de un juego más, corrieron junto con sus maestros a rescatar de los escombros libros, dibujos y materiales didácticos con los que aprendían a cantar y bailar.
En noviembre de 2005, la organización Médicos por los Derechos Humanos de Israel y la Comunidad para el Programa de Salud Mental de Gaza interpusieron una querella judicial a fin de prohibir los vuelos rasantes de los aviones supersónicos sobre la población civil. Los médicos comentaron el incremento de abortos espontáneos entre las mujeres palestinas, y el pánico que el estruendo causaba entre los niños. El ministerio de Defensa de Tel Aviv respondió que los vuelos eran “…una alternativa menos amenazadora al fuego de artillería y los asesinatos selectivos” (sic).
En abril de 2006, el periodista israelí Gideon Levy, publicó en Haaretz la truculenta historia de la niña Nazarin Abu Hashash (nueve años), sin padre, 11 hermanos y en la miseria total. Una bala israelí recubierta de caucho le había perforado la mandíbula. Tras increíbles peripecias con taxis y ambulancias que la llevaron de un lugar a otro, y un aparato que no podía ajustarle la mandíbula fracturada en 12 partes, la niña fue internada en el hospital israelí Hadaza.
Babeando y farfullando a causa de las heridas, Nazarín dijo a Levy: “Lo que me gustaría ahora es acabar la manzana que me disponía a comer cuando recibí el disparo en la azotea de mi casa”.