Socialismo del siglo XX
Pareciera mentira, pero el presidente de la República Daniel Ortega no puede dar un paso si no es apoyándose en el presidente Hugo Chávez. Los dos gobernantes se han identificado en cómo construir el nuevo socialismo del siglo XXI haciendo a un lado parte de la histórica experiencia soviética. La herencia del pasado socialista pesa sobre las relaciones entre ellos y creen fortalecer un nuevo sistema desde el Estado, donde a todas luces están engendrando una clase social para sus revoluciones danielista y bolivariana, respectivamente.
La alianza Ortega-Chávez, más los recursos petroleros de Venezuela, tratan de influir y de afianzar el poder para establecer de alguna forma el capitalismo de Estado fuera de sus proyectos o programas. Los mandatarios tratan de invertir capital en lo social –y a la vez político– reivindicando a los sectores más pobres para contar con una fuerza social influyente y dar paso al socialismo del siglo XXI. Es decir, según ellos, la miseria creará al socialismo, y eso no es cierto.
El socialismo no nace por la misma desgracia de la población, sino por el rumbo de las relaciones de producción social, que surgen a partir de los avances científico-técnicos y de la clase social que los acumula. Ahora se llama globalización; antes, corporaciones, y años atrás multinacionales.
La revolución del 79 proclamó la republica democrática en el sentido clásico de lo social, económico, jurídico y político; se trataba, en todo caso, de una revolución agraria y democrática, antes que urbana. Sin embargo, como sabemos, no avanzó; primero, por la intervención del imperialismo estadunidense, segundo, por el atropello que se hizo a la democracia y a la economía, que afectó los intereses de los campesinos y se concentró en defender la revolución con las armas que nos facilitaba la URSS sin ser parte de la comunidad socialista.
Se descuidó a los sectores productivos, de tal manera que todo dependía de la ayuda exterior, en primer lugar de la Unión Soviética, para defendernos de la agresión de Estados Unidos, que contaba con el apoyo de sectores internos. El sector más importante fue el campesinado, que fue confiscado; luego se sumaron los profesionales sin perspectivas de empleo y, por último, los jóvenes afectados por el servicio militar. Hubo deserciones y otros abandonaron el país por efectos de la agresión, convirtiéndose posteriormente en la resistencia de la guerra civil.
Éstas fueron las causas directas que dieron corta duración a la revolución. Y ni la economía mixta, ni la república democrática ni el socialismo lograron ser asimilados por la sociedad. Ése es el drama de la historia revolucionaria de Nicaragua: los que creímos transformar el orden existente no pudimos transformar los conflictos agrarios y ni siquiera nosotros cambiamos.
Por otro lado, el sector campesino, que ayudó al triunfo contra la dictadura, reclamaba el fin de la dependencia terrateniente contra la usura y el arrendamiento parcelario, y sobre todo terminar con la propiedad feudal para construir la nueva pequeña propiedad avanzada con el apoyo técnico y científico que le brindaría la revolución.
Las causas son varias y entre ellas los mismos hombres que forjaron la revolución se encargaron de confiscar al campesino agrícola y comercial como el inicio de la revolución socialista. La revolución cumplía el deber de relacionarse con países y gobiernos de América Latina que contribuyeron a derrocar la dictadura somocista; era, pues, latinoamericanista antes de ser nacionalista; sin embargo, no supimos dirigir tamaña responsabilidad. Fue demasiado grande para la revolución construir una nación latinoamericana bajo un país como el nuestro.
La experiencia revolucionaria, más los procesos electorales donde la izquierda se ha hecho cargo de los gobiernos sustituyendo a las viejas oligarquías antinacionales –sobre todo en Sudmérica–, han proclamado de distintas formas del socialismo y al que le acuñan el apellido de siglo XXI.
Pienso que el socialismo debe arrancar de sociedades no muy desarrolladas, pero sí contar con bases materiales firmes, políticas e ideológicas, para impulsar la nueva sociedad, donde los objetivos democráticos y políticos hayan alcanzado totalmente la primera etapa.
Lo que anuncian Chávez y Ortega son ideas sin sustento. El chavismo, más que sacar lecciones revolucionarias del pasado, parecen contrarrevolucionarias. Y, en vez de fortalecer el socialismo que proclaman, dan fuerza a la reacción de la derecha y, sin proponérselo, contribuyen a gestar una nueva derecha con rasgos de izquierda. Tratan de conquistar a las clases sociales más importante del país para construir el socialismo, y aquí es interesante conocer cuál es la clase social a la que se dirigen estos apóstoles del socialismo del siglo XXI. Las diversas etapas de ese proyecto aún no se conocen, puesto que no creo que sean intentos de construir ese socialismo desde tarimas de un 19 de julio o con debates entre jefes de Estado de cómo terminar con la explotación del hombre por el hombre.
Ortega afirmó el pasado 19 de julio la necesidad de construir el socialismo porque es el único sistema que resuelve los problemas; no obstante, para plantear científicamente el socialismo del siglo XXI hay que resolver, primero, los grandes problemas que pesan sobre la población económica del país dentro del sistema emergente subdesarrollado. Mientras no se explique al pueblo y se dé respuesta a la crisis social y económica –nuevas fuentes de energía e inflación–, de nada sirve interpretar el fenómeno social y financiero si no se cambia de fondo el sistema de distribución de la riqueza. En fin, sin resolver las necesidades más elementales y sentar las bases apremiantes, no se puede llegar a ese socialismo del siglo XXI.