En medio de la discusión sobre la reforma de Pemex, el gobierno federal presentó un plan para detener el incremento de precios de los alimentos y un programa para financiar el desarrollo. Responden a necesidades coyunturales y a un planteo estratégico. En ambos, pese a proponerse reforzar su política, se expresan las graves carencias de la economía y, en consecuencia, los problemas estructurales derivados de más de 25 años de funcionamiento del patrón neoliberal.
Las medidas para tratar de frenar el alza de los precios consisten en retirar los aranceles a la importación de granos básicos y leche en polvo. Al eliminar impuestos naturalmente se beneficia a los importadores y se perjudica a los productores locales, sin que ello signifique necesariamente reducciones de precios o siquiera interrupción de su escalada. Se trata, además, de un sacrificio fiscal que sólo es posible explicarlo por la magnitud de los excedentes petroleros. De modo que, otra vez, se usan ingresos por la venta de recursos no renovables para subsidiar a los exportadores extranjeros y a las grandes cadenas comerciales.
El otro anuncio fue el del Programa Nacional de Financiamiento al Desarrollo (Pronafide) que dice buscar un crecimiento mayor a 5 por ciento anual, la creación de 800 mil empleos anuales y una reducción de 30 por ciento de la pobreza alimentaria. Para lograr estas metas el Pronafide reforzará la estrategia para mejorar “los determinantes transversales de la competitividad de la economía mexicana”, lo que quiere decir que se cumpla el estado de derecho, que haya seguridad física y patrimonial, que se mantenga la estabilidad macroeconómica, la oferta de bienes públicos –en particular los energéticos–, la calidad de las normas y prácticas regulatorias. Si esto se cumpliera –lo que está lejos de la realidad– es difícil aceptar que el crecimiento se dinamizaría.
Estos planes y medidas, como siempre dicen, “sólo son posibles gracias a que México cuenta con una economía fuerte y estable”. La economía fuerte no parece existir y el propio Pronafide lo reconoce al señalar que con la implantación de las nuevas estrategias el crecimiento económico se disparará, pasando de 3.2 por ciento en 2007, 2.8 en 2008 y llegando a 5.2 en 2012. De modo que la fortaleza económica nacional, en condiciones excepcionales en las que los precios por la exportación de crudo alcanzan niveles que duplican el presupuesto es llegar en cuatro años a un crecimiento de 5 por ciento.
Con ventajas relativamente similares otros países latinoamericanos están ya creciendo por arriba de 5 por ciento anual y, pese a la recesión estadunidense mantienen ese ritmo. México se mantiene atado a los ciclos de la mayor economía del mundo, mientras que otros países similares han diversificado sus mercados aprovechando las también excepcionales condiciones de los mercados de bienes primarios y metales.
La tan presumida estabilidad macroeconómica es bastante discutible. En relación con el equilibrio fiscal, por ejemplo, es claro que si se incorporan al gasto los Pidiregas, es decir, las inversiones realizadas por empresas privadas sustituyendo gasto público y que debieran ser contabilizadas como deuda, tenemos un déficit fiscal superior a tres puntos porcentuales del producto. La inflación, pese a la persistencia de una política monetaria restrictiva ha rebasado ya los límites establecidos por el Banco de México y vigilados por ellos mismos. El déficit en la cuenta corriente pasó de 2 mil 220 millones de dólares en 2006 a 7 mil 281 millones en 2007.
Así que la realidad es contundente: ni fortaleza, ni estabilidad. Nuestra situación económica es crítica: la capacidad de producción agropecuaria está prácticamente perdida, el vaciamiento industrial es generalizado, la industria petrolera está completamente trunca. La consecuencia inmediata será que los niveles de pobreza aumentarán, tanto porque las familias más necesitadas recibirán menores recursos de sus migrantes, como por la inminente elevación de los precios de los alimentos. Los planes y las medidas del gobierno no servirán, son simplemente retóricos.