José Agustín Orttiz Pinchetti
La Jornada, 24 de agosto 2008
■ Una reconciliación muy difícil
Jamás un artículo mío había suscitado tantas respuestas como el de la semana pasada. Parece que toqué una fibra sensible en mis lectores, la ruptura con gente cercana por la rivalidad política. Varios lectores me han pedido que les aclare por qué veo difícil una reconciliación.
El agravio que nos distanció fue la elección injusta y fraudulenta de 2006. Aun muchos calderonistas están de acuerdo en que fueron inequitativas. Este agravio pudo resolverse haciendo un recuento “voto por voto”. Calderón y su gente se negaron, temerosos “de lo que se podría encontrar”.
Durante el cada vez más difícil gobierno de Calderón pudieron hacerse reformas que disminuyeran la tensión: garantizar una auténtica renovación del IFE. Revocar las peores políticas de Fox. Atacar a la impunidad. Detener la campaña del odio. Nada de eso se hizo. El cerco mediático contra nosotros es indigno de una sociedad democrática. Las calumnias y las mentiras y medias verdades son la política de comunicación del gobierno. En cambio, AMLO tomó una actitud pacifista y civilizada frente al atraco. Su respuesta fue no violenta. No expuso a la gente a la represión, pero tampoco quebrantó el orden público. Es un auténtico opositor democrático, como lo ha demostrado al frenar la reforma petrolera.
Calderón apostó al aniquilamiento de AMLO y no ha cejado. Ha intentado dividirnos, amedrentarnos, desprestigiarnos, acorralarnos, pero no ha podido impedir que nuestro movimiento crezca, se prestigie y se articule como empieza a percibirlo gran parte de la población.
La reconciliación también es difícil porque no existen intermediarios que pudieran acercar a las partes en conflicto. Los mega empresarios que deciden por la clase empresarial empiezan a tener terror ante la violencia; pero no se atreven a aceptar que ésta es consecuencia de una política económica que sólo a ellos les ha beneficiado. No servirían como puente. La Iglesia apoyó descaradamente a Calderón y no tiene credibilidad para nosotros. Los intelectuales que en el pasado desempeñaron el papel de interlocutores están tan divididos como el resto de la población. Es casi imposible encontrar un grupo grande que fuera aceptable para todos.
La esperanza de un acuerdo no está en conversaciones que por ahora son imposibles: lo único que puede conmover a la reacción es una gran crisis. Y ésta por desgracia está en curso. Calderón y sus aliados la están propiciando al acumular errores y al no revertir una tendencia que está destruyendo las bases mismas de la gobernabilidad. Son los hechos duros, la terca realidad la que obligará más temprano que tarde a una rectificación mayor a los reaccionarios que están en el poder.