Abortó el plan de Calderón
alvaro delgado México, D.F., 14 de abril (apro).-
El bajacaliforniano Cuauhtémoc Cardona, subsecretario de Enlace Legislativo de Gobernación, se desplazaba, con sigilo, por las instalaciones del Senado, aun cuando se trata de un funcionario desconocido hasta para muchos legisladores panistas.
--¿A qué hora llega hoy la iniciativa al Senado? --le pregunté.
--No te puedo decir nada.
--¿Usted trae el paquete de iniciativas?
--No, vengo a otra cosa --evadió.
--Pero hoy se entregan --insistí.
Sólo asintió con la cabeza.
Era el mediodía del martes 8 de abril y, una vez hecho el pacto con el priista Manlio Fabio Beltrones, que prácticamente le garantizaba el acceso a Los Pinos, en 2012, Felipe Calderón había ya decidido firmar el proyecto de iniciativas de ley, en vez de los senadores panistas, como había adelantado Santiago Creel y que le valió otro regaño de los jerarcas de su partido, tan severo como cuando acepó debatir sobre el tema con Andrés Manuel López Obrador.
Dos senadores del Partido Acción Nacional (PAN), y uno priista --de la burbuja manlista--, habían confirmado al reportero que, en el curso del día, llegarían las iniciativas firmadas por Calderón y que, aseguraban, serían aprobadas con celeridad en este mismo periodo ordinario de sesiones.
¿Y el debate que, más allá de si lo exigían los partidos que integran el Frente Amplio Progresista (FAP), es indispensable por ser el petrolero un tema fundamental para el país, sobre todo en el contexto de quienes afirman que en México prevalece la democracia?
“Habrá debate en la tribuna del Congreso”, dijo, riéndose, uno de los senadores, en sintonía con la posición de su jefe, Germán Martínez, el gerente en turno del PAN. El otro coincidió: Ya no hay tiempo, porque apenas si alcanza para dictaminar las iniciativas en las comisiones, entre ellas la de Energía.
El arreglo con Beltrones era acelerar el trámite legislativo y aprobar la reforma antes de que López Obrador pudiera activar la resistencia civil pacífica y bloquear los accesos a las dos cámaras del Congreso, sobre todo al Senado, a donde llegaría la iniciativa.
--¿Se reforma la Constitución? --le pregunté a uno de los senadores, que contestó a condición del anonimato.
--No, porque no nos alcanza. Pero el acuerdo con el PRI es que sólo aprueben leyes, inclusive con algunos senadores y diputados que voten en contra para que parezca que hay disidencia.
El otro senador reconoció que las iniciativas garantizan al sector privado nuevos negocios en la industria petrolera, no como lo quería Calderón y lo demandan los magnates, pero era un primer paso para una apertura mayor. “Es como cuando quieres abrir una puerta: a veces no se puede completa, pero al menos logras meter el pie para que esté entreabierta. Pero ya no está cerrada.”
Y sí. Más tarde, y en los días que han seguido al envío del paquete de iniciativas, algo está muy claro: se trata de un proyecto que, en la parte sustantiva, burla el artículo 27 constitucional y confirma lo que tanto negaron y siguen negando quienes consideran estúpidos a los mexicanos: la entrega del petróleo al sector privado nacional y extranjero.
Pero, además de esta mentira, se evidenció otra: la que tiene que ver, como se describió arriba, con el debate sobre una reforma que tiene impacto en la vida cotidiana de las personas y que por tanto les concierne.
Calderón y sus empleados, Georgina Kessel y Jesús Reyes-Heroles, ofrecieron un debate nacional para discutir qué hacer con esta industria que ha sido estratégica durante casi siete décadas y que hoy --renegando del compromiso de la discusión-- se pretende entregar, sin más, a empresas privadas, como si fuese de su propiedad.
Cualquiera que lea el artículo 27 constitucional y su ley reglamentaria sabe que el proyecto de Calderón trastoca esas disposiciones, tal como lo expone Cuauhtémoc Cárdenas en el documento que hizo circular el viernes 11, sobre la “iniciativa entreguista”.
La apertura de áreas estratégicas propuesta por el Ejecutivo representaría la desintegración de las cadenas productivas de la industria, ya de por si erosionadas ante la falta de inversión, el desplazamiento de Petróleos Mexicanos de esas actividades y su substitución, en ellas, por intereses privados, que usufructuarían los mercados correspondientes, y dejar casi como únicos campos de actividad pública la exploración y la extracción, y a ésta como fuente de ingresos casi única también para la industria petrolera nacionalizada.
Pero tanto o más grave que la afectación del interés público, de aprobarse la iniciativa del Ejecutivo respecto a esta ley reglamentaria que pondría en manos de intereses privados la refinación, el transporte por ductos, el almacenamiento y la distribución de hidrocarburos, sería la flagrante violación que se haría a la Constitución. Hacerlo, como plantea la iniciativa, por medio de contratos de maquila o de permisos, sería remachar la violación, pues no por llamar maquila a una concesión o por recurrir al subterfugio de cambiar la palabra concesión por la de permiso, que en este caso resultan equivalentes, dejaría de producirse un serio atropello a la norma constitucional.
Dejar pasar esta reforma sería hacerse cómplice de un atraco a la Constitución. Los legisladores no pueden traicionar la palabra empeñada de cumplir y hacer cumplir la Constitución y la ley.
Tiene razón.
Apuntes
El documento de Cárdenas, que el sábado apenas mereció notas breves y superficiales --que lo devolvieron a la condición de enemigo del régimen, sobre todo en 1988 y 1994--, circuló un día después de que los senadores y diputados tomaron las tribunas de las dos cámaras del Congreso, lo que frustró el plan de Calderón y Beltrones, que montaron en cólera. Otros “pacíficos”, como Felipe González González, exgobernador de Aguascalientes, de plano mostraron su talante frente a los senadores fapistas: “¡Vamos a bajar de ahí a los hijos de su puta madre!”, dijo González, en el lenguaje que usan los panistas en los correos amenazadores que envían a quienes ellos identifican como sus enemigos y en los foros, como los del diario Reforma. Y, cuidado, González es un sujeto que porta armas de fuego y si las trae, él mismo lo dice, es para usarlas.