De Tesoros
Sergio Aguayo Quezada
Y después del spot vino el diagnóstico pero ninguno de los dos despejó las dudas ni proporcionó algún marco que permita elucidar la cuestión de fondo: ¿qué hemos hecho, hacemos y haremos con nuestros tesoros (entre ellos el petrolero)?
Terminó el suspenso. El gobierno presentó el Diagnóstico: Situación de Pemex, un texto que refleja de cuerpo entero la lógica y estrategia oficiales. De una manera implacable e impecable el Diagnóstico fundamenta y explica el pésimo estado de la paraestatal. Su solidez
flaquea y desaparece a la hora de explicar cómo fue que llegamos a esa situación. Nadie en específico fue responsable. Un silencio sólo entendible porque el gobierno necesita del sindicato petrolero y del PRI.
Tienen razón en la tesis central: debe hacerse algo con Petróleos Mexicanos. ¿Está la llave del éxito en la apertura al capital privado? Lo piensan pero jamás lo dicen. En lugar de ello llenaron el documento gubernamental de eufemismos con los cuales evitan mencionar con todas sus letras que buscan inversión privada. Si en el famoso spot sobre el "tesoro" el gobierno sólo se refería de pasada a la necesidad de hacer "alianzas", en el Diagnóstico da otro paso al agregar que "es necesario que Pemex pueda hacerse acompañar de otras empresas", "...se apoye de terceros", "...cuente con la flexibilidad suficiente para contratar", obtenga inversión "complementaria"...
Es evidente que la cautela lingüística del gobierno conservador se debe a la movilización desencadenada por Andrés Manuel López Obrador, quien, de acuerdo a las últimas encuestas, impuso sus tesis porque las enganchó con una historia que el gobierno federal se
empeña en ignorar. El petróleo es uno de los referentes más preciados del nacionalismo mexicano y el artículo 27 de la Constitución es algo más que un texto legal; es todo un manifiesto ideológico.
Pero las razones no terminan ahí. Quienes están a favor de una mayor inversión privada en Pemex toman como dogma las bondades de ésta. Pasan por alto -y eso es evidente en el Diagnóstico- que México se ha ganado un merecido prestigio como paraíso de monopolios u oligopolios (algunos de ellos públicos) que han tejido tupidas redes de interés con funcionarios públicos en detrimento de las mayorías.
Crecí en casas viejas de mi natal Jalisco. Al no haber televisión, las tertulias nocturnas frecuentemente derivaban en historias de aparecidos y tesoros enterrados. Lo normal es que todo quedara en susto o azoro, pero en una ocasión un pariente emprendedor anunció, con la solemnidad debida, que saldríamos de pobres porque él iba a escarbar en el patio de la casa. Vinieron días de alboroto que culminaron con la llegada de un señor cargando una máquina para detectar metales. Después de un rato dijo con enorme seguridad: "aquí está el entierro con el oro o la plata". Él cobró lo acordado y fue el único que recibió beneficios materiales aquella inolvidable noche.
En el México actual los únicos que han encontrado tesoros son el pequeño grupo de empresas que levantan, año con año, utilidades fenomenales. En los últimos seis años, dice Reforma en su primera plana del 25 de marzo, la banca privada cuadruplicó sus utilidades
netas que crecieron en un 316 por ciento. Banamex-Citibank ocupó la cima con un 3 mil 362 por ciento. Al grupo español BBVA-Bancomer le fue tan bien que sus ganancias en México representaron el 29 por ciento de sus utilidades globales en el 2007.
Según las encuestas de ingresos y gastos en los hogares del INEGI en los mismos años el 60 por ciento de la población ubicada en la parte media incrementó sus ingresos monetarios totales en un modesto 18.9 por ciento. ¿Qué porcentaje de esos ingresos fueron extraídos con malas mañas y cobros excesivos por bancos, compañías de teléfonos y electricidad y el resto de monopolios u oligopolios? No lo sé con precisión pero en mis intentos por defenderme he constatado la debilidad de la Profeco, la Condusef y los otros organismos que en el papel nos defienden.
Las historias de corrupción entre empresas y funcionarios públicos también debilitan al Diagnóstico gubernamental sobre Pemex. Las grandes privatizaciones realizadas durante el sexenio de Carlos Salinas de Gortari dejaron un halo de irregularidades jamás esclarecidas porque Vicente Fox prefirió no escarbar en el asunto. El auditor superior de la Federación nos acaba de informar que el gobierno de Fox recibió excedentes petroleros por 700 mil millones de pesos, la mitad de los cuales se fue a pagar los salarios y compensaciones de una alta burocracia que, con pocas excepciones, no desquitó lo cobrado. Algunos de los grandes proyectos foxistas sólo adquirieron renom-bre por dispendiosos y mal planeados.
Felipe Calderón tampoco sale bien librado. Es cierto que el Diagnóstico sobre Pemex reconoce que hay corrupción en la paraestatal -sin dar precisiones al respecto- y que se compromete con una mayor transparencia y rendición de cuentas. El discurso se vacía de contenido cuando se le contrasta con la saga de Juan Camilo Mouriño, quien pese a sus conflictos de interés permanece bien firme en el cargo. Ante ese tipo de evidencias, que Calderón y los suyos demuestren primero que esta vez van en serio. ¿Por qué hay que
creerles en esta ocasión? En los momentos actuales y con la información disponible el tesoro que se recupere del fondo del mar terminará enriqueciendo a los mismos de siempre.
Termino con una aclaración. No estoy en contra de la propiedad privada y la economía de mercado, pero en las condiciones actuales no percibo ninguna razón válida para confiar en la inequidad y corrupción de nuestra economía de mercado. Y el Diagnóstico sobre Pemex tampoco ayuda porque lo debilitan sus huecos de información, sus supuestos erróneos y su indiferencia frente a la historia. Es un panfleto tecnocrático.
La Miscelánea
Sergio Aguayo Quezada
Correo electrónico: saguayo@colmex.mx