lunes, 21 de abril de 2008

Opinión de Gustavo Esteva en La Jornada

Huevos de serpiente

Es cierto: se trata de una engañifa, una maniobra tramposa. Pretende dar una cosa por otra. Pero lo que está ocurriendo es aún peor que la inaceptable entrega de Pemex. Incuba lo inenarrable.

Desde hace tiempo, de modo sutil, el discurso del gobierno se instala en el eufemismo, ese “modo de decir o sugerir con disimulo ideas cuya recta y franca expresión sería dura o malsonante”. No es sólo que las autoridades encubran sus acciones o que su propaganda esconda sus errores y exagere sus realizaciones. Es que pervierten la naturaleza del discurso público al encerrarlo en eufemismos enfermizos.

La construcción de oximorones es práctica habitual en gobiernos políticamente débiles o ilegítimos, que no se atreven a llamar a las cosas por su nombre. Hablar de protección nuclear o inteligencia militar son ejemplos clásicos de esta escuela de gobierno.

El creciente ejercicio del eufemismo en el discurso gubernamental lleva mucho más lejos esa operación. Los ejemplos abundan.

* Un programa oficial que busca la privatización de las tierras ejidales y la expulsión de los campesinos se denomina Programa de Certificación de Derechos Ejidales.

* Un conjunto de disposiciones legislativas que pone abiertamente en riesgo la riqueza biológica del país se llama Ley de Bioseguridad.

* En Chiapas, un programa que se ocupa activamente de destruir su inmenso patrimonio de semillas criollas de maíz para que los campesinos se vuelvan dependientes de las semillas transgénicas de Cargill, Monsanto y Dupont se llama Maíz Solidario.

* También en Chiapas, se intensifica cada día una guerra abierta contra las bases de apoyo zapatistas, en la cual se emplean medios legales e ilegales, militares y paramilitares, y toda suerte de recursos públicos, para desalojar a los campesinos de sus tierras, expulsar a los indígenas de sus comunidades, intimidar a todos, socavar la autonomía de los pueblos y proteger los intereses de caciques y de planes y empresas trasnacionales. Todo esto se llama Programa de Seguridad Interna, en el lenguaje de la Secretaría de la Defensa Nacional.

* Dentro de esa estrategia, se emplea especialmente a un grupo paramilitar, conocido ampliamente por la violencia e impunidad de sus dirigentes y concentrado actualmente en la entrega legal de tierras zapatistas a grupos no zapatistas de campesinos, con apoyo de las autoridades agrarias. El grupo se ha constituido ya como asociación civil y se denomina Organización para la Defensa de los Derechos Indígenas y Campesinos.

No se trata de simple cinismo. No es la astucia de quien grita ¡Al ladrón! para poder alzarse con el botín, como la que emplea Calderón para demandar que se abran al diálogo quienes no hacen otra cosa que exigirlo. No es un mero truco mediático el que presenta como reforma energética un conjunto de enredadas disposiciones, cuidadosamente empacadas en lenguaje técnico, para entregar la renta petrolera a intereses privados. No se entrega el petróleo mismo: hasta quienes concibieron la propuesta saben que ese intento podría costarles la corta vida política que les queda. Pero hacen irrelevante el carácter nacional de ese patrimonio al entregar los aspectos más lucrativos de su empleo.

En la década de 1930 George Orwell desnudó la técnica que empleaban entonces los regímenes totalitarios: se bombardean pueblos indefensos desde el aire, se lanza a los habitantes al campo abierto, se ametralla el ganado, se prende fuego a las chozas con bombas incendiarias: esto se llama pacificación. Roban sus granjas a millones de campesinos y los hacen caminar por las carreteras con lo que puedan cargar: eso se llama transferencia de población o rectificación de fronteras. Se encarcela por años a las personas, sin someterlas a juicio, se les da el tiro de gracia o se les manda a morir de escorbuto a los aserraderos del Ártico: esto se llama eliminación de elementos indeseables. Este tipo de fraseología es necesaria si uno quiere nombrar las cosas sin evocar una imagen mental de lo que se está diciendo.

Poner la vida social en manos del mercado y la policía o el ejército implica desertar de la función de gobierno. Persiste, empero, la necesidad de controlar a la población, cada vez más reacia a aceptar la insensatez autoritaria de los gobernantes. Con ese fin se instala en el discurso público el reino del eufemismo, que llega acompañado de su consorte habitual: la propaganda que siembra odio y miedo en el sector de la población que constituirá la base social del ejercicio totalitario.

No me parece exagerado afirmar que esta pretensión es mucho peor que la mera entrega del petróleo. Necesitamos detenerla antes de que sea demasiado tarde.