Laura Itzel Castillo
En concreto
21 de enero de 2009
La trascendencia y el éxito
El discurso de toma de posesión de Barack Obama como presidente número 44 de los Estados Unidos de América es inspirador y esperanzador. Impecable la forma, trascendente el fondo.
Cualquier mexicano que examine sus palabras podrá contrastar y comparar la altura de miras del nuevo inquilino de la Casa Blanca, y la pequeñez, mediocridad y mezquindad del sujeto que usurpó el poder y que hoy despacha en Los Pinos.
El contraste entre uno y otro me remite al escritor argentino José Ingenieros. En 1911 escribió El hombre mediocre, obra que inspiró a generaciones enteras dentro y fuera de su país. Algunas citas textuales:
“El hombre mediocre es incapaz de usar su imaginación para concebir ideales que le propongan un futuro por el cual luchar. De ahí que se vuelva sumiso a toda rutina, a los prejuicios, a las domesticidades y así se vuelva parte de un rebaño o colectividad, cuyas acciones o motivos no cuestiona, sino que sigue ciegamente. El mediocre es un ser solidario y cómplice de los intereses creados que lo hacen borrego del rebaño social. Vive según las conveniencias y no logra aprender a amar. En su vida acomodaticia se vuelve vil, escéptico y cobarde. Los mediocres no son genios, ni héroes ni santos. Un hombre mediocre no acepta ideas distintas a las que ya ha recibido por tradición, sin darse cuenta de que justamente las creencias son relativas a quien las cree, pudiendo existir hombres con ideas totalmente contrarias al mismo tiempo. A su vez, el hombre mediocre entra en una lucha contra el idealismo por envidia, intenta opacar desesperadamente toda acción noble, porque sabe que su existencia depende de que el idealista nunca sea reconocido y de que no se ponga por encima de él.
“El idealista, en cambio, es un hombre capaz de usar su imaginación para concebir ideales legitimados sólo por la experiencia y se propone seguir quimeras, ideales de perfección muy altos, en los cuales pone su fe, para cambiar el pasado en favor del porvenir; por eso está en continuo proceso de transformación, que se ajusta a las variaciones de la realidad. El idealista contribuye a la evolución social, por ser original y único; no se somete a dogmas morales ni sociales...
“El idealista es soñador, entusiasta, culto, de personalidad diferente, generoso... Como un ser afín a lo cualitativo, puede distinguir entre lo mejor y lo peor; no entre el más y el menos, como lo haría el mediocre. Sin los idealistas no habría progreso: su juventud y renovación son constantes. El idealista tiene su propia verdad y no se supedita a la de los otros; no se mueve por criterios acomodaticios, sino según ideales más altos.
“En cuanto a las circunstancias, su medio, la educación que recibe de otros, las personas que lo tutelan y las cosas que lo rodean, se levanta por encima de ellos: piensa por sí mismo. No busca el éxito, sino la gloria, ya que el éxito es sólo momentáneo: tan pronto como llega se va”.