Por todas partes del mundo los gobiernos están hoy empeñados en el rescate de sus economías. En Estados Unidos y en otros países el proceso de nacionalización es ya de una gran extensión.
Los mercados no responden aun y falta todavía un mayor deterioro de las condiciones financieras, productivas y laborales; cuánto, nadie lo sabe. El capitalismo se parece hoy muy poco al que funcionaba a tambor batiente apenas hace algunos meses.
Obama pacta con el Congreso en Estados Unidos montos enormes para el rescate, del orden de 825 mil millones de dólares, casi 6 por ciento del PIB, para tratar de lograr, primero, alguna estabilidad antes de pensar en la recuperación. Hasta ahora los planes del gobierno de Bush han sido ineficaces.
Los bancos, que han recibido miles de millones de dólares de dinero público, no funcionan; el crédito no fluye a las empresas, sean grandes o pequeñas, tampoco a los consumidores. Las compras de “garage” que han hecho entre las empresas financieras no se sostienen, como ocurre con Bank of America y Merril Lynch. Citibank se tambalea. Otros ya ni siquiera existen.
En Europa cada gobierno se lanza por el mismo camino en medio de una crisis que se agrava. La economía británica está en una situación de extrema debilidad, su sistema bancario se cuartea y no responde a las estrategias de salvamento. La libra esterlina, hasta hace unos meses una poderosa divisa, se deprecia sin freno. En España se esperan dos años de severa recesión, escenario que se extiende por todo el continente. Las medidas del Banco Central Europeo no tienen el efecto esperado.
De manera constante se revisan a la baja las expectativas del crecimiento y aumenta la deuda pública para intervenir en los mercados. En China, que era el motor de la economía global, la actividad productiva del cuarto trimestre de 2008 creció 6.8 por ciento en términos del mismo trimestre del año anterior. Este registro contrasta con las tasas superiores a 10 por ciento en periodos anteriores. Pero si el producto se mide en términos del trimestre con respecto al inmediato anterior la tasa fue cero.
Aquí hay cada vez más evidencia de que la economía se resiente. Las cifras del empleo empeoran cada mes, las cuentas del comercio exterior acumulan déficit, la política monetaria no muestra la efectividad que pretende. El peso se deprecia. El crédito se sigue secando. Hasta ahora, el recuento de la crisis ha sido negativo y más grande del que esperaba el gobierno y el sector privado.
Empresas grandes se desploman por efectos de la euforia de la expansión financiera de años anteriores; ésos son los casos notorios de Comercial Mexicana y Cemex. Otras empresas como Vitro no son ni la sombra de antes. A las micro, pequeñas y medianas empresas les cuesta más trabajo sostenerse en operación.
El secretario de Hacienda anunció la semana pasada que a los 200 mil millones de pesos que se han destinado al rescate de la economía se sumará otro tanto, lo que representa un valor equivalente a casi 3 por ciento del PIB. Su efecto positivo depende de la efectividad de su asignación en cuanto a los receptores de la ayuda y la disponibilidad de los recursos. Hay mucha incertidumbre sobre su eficacia.
¿Quiénes recibirán los fondos públicos y cómo se controlará su uso? Por una parte el gobierno intenta que se favorezca el consumo de productos nacionales; por otro lado libera los aranceles. No se muestra, pues, una coherencia, que es indispensable en la situación prevaleciente. El dinero público no será bien utilizado en empresas que se dedican a la exportación de productos cuya demanda está deprimida en Estados Unidos y no se va a recuperar en muchos meses, tales como la automotriz y buena parte de las maquiladoras.
El titular de Hacienda pide a los mexicanos sacar la casta ante la crisis, pero ésta no es una corrida de toros. Pide a los bancos no frenar el crédito, pero ésta no es una cuestión de arengas que no tienen convicción ni asidero. Los estímulos no existen para actuar de otra manera. Eso es lo que un programa de rescate tiene que tender.
En la medida en que siga la recesión, el sector bancario va a ampliar la restricción de los créditos. Se hará evidente la situación de enorme dependencia con respecto a los bancos extranjeros que controlan cuatro quintas partes de la cartera de crédito en el país.
La recesión en España va a requerir de recursos para que sus bancos cubran sus balances. Tres de ellos generan aquí grandes utilidades que se transferirán cada vez más a sus matrices. Banamex, que es propiedad de Citigroup, se va a vender; HSBC no está en la mejor posición financiera en sus operaciones globales.
Pero Hacienda, Banco de México y la CNBV privilegian con sus decisiones de política financiera a estos bancos. Ni un peso de los fondos públicos debería destinarse a ellos. Recuérdese que el supuesto para su entrada en este mercado era precisamente el contrario, que enviarían recursos en caso de necesidad interna.
Es el momento de replantear un sistema financiero menos dependiente y que finalmente sirva de algo para crear riqueza, que esté mejor regulado y apegado a pautas de crecimiento basados en nuevos acuerdos nacionales.
Pero de replantear el régimen económico en su conjunto ni se habla en el gobierno que actúa de la manera más ortodoxa, la única que conoce y que sigue marcando la política pública. El caso es que las condiciones que hoy definen a la economía ya nada tienen que ver con las que alguna vez apenas la sostuvieron. En el gobierno se cree, erróneamente, que las cosas volverán a ser como antes.