La gran asamblea popular que hoy se realiza en el Zócalo de la capital es, desde muchos puntos de vista, emblemática. Es, para empezar, la ocasión para hacer un recuento de los logros y peripecias de este gran movimiento cívico que ha promovido y encabezado Andrés Manuel López Obrador; también lo es para trazar en una forma definitiva el curso de acción en los aciagos tiempos que esperan a nuestra nación. Vale la pena meditar, aunque sea brevemente, acerca de la naturaleza de esta movilización ciudadana que se ha vuelto permanente.
Los políticos panistas están convencidos (y lo dicen abiertamente) de que el gran demiurgo, el creador de este movimiento no fue López Obrador, sino Vicente Fox, con todas sus burradas en la bitácora. Lo hizo con la estupidez, así la llaman, de promover el desafuero del Peje cuando era jefe de Gobierno del DF. Olvidan que el tabasqueño sólo hizo lo único que le quedaba: recurrir al pueblo para que se diera cuenta de la enorme injusticia de que se le hacía víctima y convocarlo para ser informado por él mismo de lo que encerraba aquella monstruosa trama. Lo que sí es cierto es que de ahí viene este movimiento que ahora nadie puede contrarrestar.
Como ha dicho en numerosas ocasiones Rafael Segovia, no hay, hoy por hoy, nadie ni ninguna fuerza que llene las plazas de México como lo hace este movimiento, ni el mismo Presidente de la República, ya no digamos los partidos políticos, incluidos los que tienen tradición de lucha de masas. ¿De dónde sale toda esa gente?, se preguntan todos. Un día, en la última concentración que se llevó a cabo frente al Palacio de Bellas Artes, José Agustín Ortiz Pinchetti y yo lo comentamos. Concluimos que, por lo que podíamos ver, todos los asistentes o una inmensa mayoría de ellos eran de clase media. Los campesinos y los obreros, pensamos, sólo muy de vez en cuando pueden participar en semejantes movilizaciones, porque están copados en organizaciones corporativas.
Basta la sola convocatoria de López Obrador para que el centro de la capital se colme de ciudadanos deseosos de participar en la política nacional. Es lo que podríamos llamar, parafraseando el título en español que se dio a una hermosa obra de Benedetto Croce, la hazaña de la libertad participativa de nuestra ciudadanía. Eso ha desatado bocanadas de maledicencias e insultos: son puros “acarreados”, son “adoradores” de López Obrador, son simples “autómatas” y todo lo que la más sucia imaginación puede dar. Por supuesto, se ignora que esos ciudadanos, venidos de todas partes del país, vienen porque quieren y porque tienen la iniciativa de organizarse por sí mismos para participar en la política real que les queda, la de la calle, y con sus propios medios.
Ahora a todo mundo le resulta claro que este es un auténtico movimiento cívico, forjado por fuera de los conductos tradicionales de los partidos políticos y de las clientelas corporativas. Eso incluye al PRD, partido al que pertenece López Obrador y, como lo he sostenido, muchísimos perredistas, muchos de los cuales se han quedado dentro de ese partido para rescatarlo de sus burocracias y liderazgos clientelares. ¿Adónde va, entonces, ese “engendro”, como lo llaman los priístas? Las cosas deben aclararse.
Ante todo, este movimiento no es apéndice de ningún partido, ni siquiera del PRD y eso ha podido verse últimamente. Que algunos digan que el “lopezobradorismo” está representado por el “encinismo” no es más que una ocurrencia. Ese movimiento está ligado a la política nacional, por tanto, al Estado, por tanto, al gobierno, por tanto, a los partidos, por tanto, al PRD, por tanto, al destino que se dibuja en el presente para este país. Ese movimiento no está en las nubes, sino sólidamente anclado en la realidad y, por eso mismo, la realidad lo condiciona de mil maneras.
El golpe interno del chuchismo en el PRD, no se puede negar, generó mucha confusión en las filas del movimiento. Hubo deserciones y conclusiones descabelladas. “¿Para qué necesitamos ese partido si tenemos nuestro movimiento?”, oí decir muchas veces. El problema es que este movimiento no puede marchar al margen de la política ni de los partidos de los que, en más de un sentido, nació. Para seguir siendo un movimiento con responsabilidad política nacional debe incidir en la política. De otra manera acabará en lo que en la jerga política latinoamericana se llamó movimientismo, el movimiento por el movimiento mismo, sin alternativas políticas, sin programa movilizador y convocatorio, sin convicciones convincentes para la sociedad, sin armas.
No dudo de que muchos deseen eso, dentro y fuera del movimiento. Endiosarse con la propia fuerza y engolosinarse con las apariencias (contemplar cientos de miles de seres humanos reunidos, por ejemplo) son una fuerza poderosa que puede enceguecer a los más templados y, éstos, como es bien sabido, son escasos. Aterrorizarse de semejante fuerza reunida y buscar destruirla a como dé lugar es la otra cara de la moneda. Que a los chuchos se los lleve el carajo y, con ellos, al PRD, no es una convicción política nacida de la reflexión; es un sentimiento espontáneo que no toma en cuenta que esa corriente no es todo el PRD. ¿Es que nadie ha pensado que un desastre, como se ha anunciado tantas veces, del PRD puede erosionar y debilitar al propio movimiento, porque éste, a pesar de todo, sigue siendo un movimiento de izquierda y así es percibido?
A los chuchos se los puede llevar el carajo de todos modos. Al PRD no, en beneficio del propio movimiento, porque se trata de una fuerza política nacional que muchos militantes del movimiento han construido. Que el movimiento no trata de tantos problemas que a todos interesan (por ejemplo, la defensa del Estado laico, las reformas laboral y judicial, la cultura y tantos otros), pues bastaría con sugerírselo. Sus líderes sabrán si caben en su agenda. Pero que a nadie se le oculte que éste es y quiere ser un movimiento político nacional. Por fortuna, López Obrador lo ha entendido a la perfección. Él está por la unidad de la izquierda en un bloque electoral y está trabajando en ello. Ese, en mi opinión, debería ser un interés esencial para el movimiento.
La próxima contienda electoral es un asunto de vida o muerte para el movimiento, por la sencilla razón de que de ella puede resultar un escenario totalmente negativo para el mismo.