La sociedad en movimiento
Al inicio de este año México parece un país sin perspectivas, no a la deriva porque está bajo el puño de los dueños del dinero, pero sí abandonado desde el punto de vista social, de las posibilidades de una democracia real, de una alternativa abierta para satisfacer las necesidades de la mayoría: educación, salud y trabajo. En estos y otros campos el desastre resulta abismal.
Algunos han dicho que seríamos merecedores de un nuevo pacto social que colmara las necesidades sociales y consolidara una alianza que se imponga a los factores adversos, desde el crimen hasta la impunidad y la corrupción. El gran problema es el círculo cerrado de los intereses que no se conmueven ante nada ni permiten la mínima apertura. Su perspectiva es la de la acumulación obsesiva sin miramiento a otras condiciones.
Es claro el díctum que prevalece: ganar dinero a toda costa y por el medio que sea. Tal es la causa de la profunda crisis económica que sacude al mundo, que es también una crisis social, política, cultural, digamos de valores, que es amplia como pocas veces antes en la historia.
Pero la sociedad no se paraliza ante tamañas dificultades. El pesimismo no es sino el lenguaje en que se expresa la desconfianza y el desprecio por los “poderes establecidos”, que han mostrado un abandono y una corrupción inadmisibles que han roto lazos y esperanzas de futuro. Partidos y poderes ofrecen hoy el lamentable espectáculo de casi una corte de los milagros sin reglas ni compromisos ni responsabilidades, de la que obviamente no puede esperarse la salvación.
Por eso no es posible creer en un pacto social que en el fondo sería impuesto desde arriba, por las élites y los aparatos de poder, sino sólo en uno surgido de abajo, logrado y arrancado por la entraña social, por la movilización, las presiones, las demandas y exigencias militantes de todos aquellos que se sienten, que son desposeídos y han sido marginados de la tierra.
Nuestro sistema, los sistemas vigentes en el mundo, requieren una transformación, un cambio radical que vuelva a abrir las esperanzas. Desconozco si en todas las ocasiones se cumplirá con el ideal, pero lo más alentador es siempre la sociedad en movimiento, la sociedad proponiéndose nuevas metas y culminaciones. No la sociedad dócil, estática y pasiva, sino la sociedad en movimiento, la sociedad crítica que dice un no rotundo a los abusos.
Tal vez el mejor ejemplo de lo que digo se encuentre en América Latina, que en relativo poco tiempo echó fuera a casi todas las dictaduras y las sustituyó por gobiernos democráticos que buscan nuevas perspectivas. Su liberación primero del puño imperial y la búsqueda de nuevas rutas para el avance de los pueblos. En gran medida transformaciones logradas por la sociedad en movimiento y en mucho menor medida por las formaciones partidarias tradicionales. Hasta el punto de que hoy, en conjunto, es el continente con mayores opciones de futuro.
No es inútil decir que, después de la catástrofe de George W. Bush y su pandilla a la cabeza del imperio, en principio resulta alentador el triunfo de Barack Obama porque significó en el imaginario estadounidense mayoritario, sobre todo de parte de los jóvenes, el freno a un gobierno violador de los principios más elementales de la Constitución de ese país y su desprestigio y repudio casi universales. Tal vez Obama esté lejos de cumplir con las esperanzas que suscitó entre la juventud, pero allí está la sociedad que lo llevó a las urnas para exigir los puntos principales del cambio a que se comprometió, comenzando con el fin de guerras absurdas y mentirosas.
Ante el desprestigio irrecuperable de las instituciones, que en todas partes se convirtieron en parapeto y defensa de una práctica económica neoliberal que resultó un aparato de abuso colectivo y de explotación sin límites (sin “regulaciones”), con su histórica derrota la sociedad tiene ahora la palabra para inventar, para construir el mejor de los “mundos posibles”.
En la sociedad está el futuro y la esperanza: en una sociedad en movimiento. Por supuesto, en una sociedad que exija primero democracia, justicia, equidad y, si es posible, la supresión de toda explotación, el fin del mundo de los marginales y de los “condenados de la tierra”.
Escritor y analista político