En actos, reuniones y seminarios que han tenido lugar en las semanas recientes en la capital del país, se ha vuelto una y otra vez al tema de la violencia, ligado con el de la inseguridad y todo esto, conectado con la problemática de los muchachos: niños, adolescentes y jóvenes. Desde diversos puntos de vista se coincide en que si queremos cambiar el panorama de nuestra sociedad, alrededor de los temas mencionados de la delincuencia y la violencia, es fundamental atender a la juventud.
Las propuestas han ido desde el incremento de las penas, (el partido verde pálido que padecemos, la propone; mañana propondrá los azotes, el potro del tormento o el garrote vil), hasta programas de sicología grupal y reformas tendientes a fortalecer los lazos familiares.
Las formas de comunicarse entre los jóvenes, se han vuelto violentas, no sólo en los hechos sino también en el lenguaje; esto no debe extrañarnos si damos un vistazo a los medios de comunicación y a los juegos con los que los muchachos se entretienen. Todo es violento: golpes, saltos, patadas y balazos, muchos balazos, sangre, aun cuando sea virtual.
Así, no debe extrañarnos que existan fenómenos como el bullying que tantos dolores de cabeza da a las autoridades educativas en nuestros días y que ha sido motivo, afortunadamente, de congresos, estudios y propuestas para su erradicación.
El bullying es la violencia excesiva de los muchachos más fuertes sobre los más débiles en el ambiente interno de las aulas y tiene que ver con el abuso del poder y la competencia desmedida y sin reglas; el fenómeno no es nuevo, ha existido siempre; algunos abusan, otros no se dejan y otros más toleran; en mis tiempos de estudiante se decía que “se agarraban de puerquito” a tal o cual compañero, más tímido o menos valiente; sin embargo si había una pelea, era de uno contra uno, terminaba casi siempre con un apretón de manos y si alguno caía, el que continuaba la agresión contra el caído, era considerado un cobarde y recibía el rechazo de sus compañeros.
Ahora parece que las cosas se complican y que en efecto hay que atender el problema, las peleas son sangrientas, tumultuarias y las hay también entre mujeres.
Los jóvenes, coinciden los expertos de antaño y los de hoy, necesitan espacios de recreación física y ámbitos de convivencia social, oportunidades y comprensión.
En este sentido, en diversos niveles del gobierno, se están haciendo cosas positivas; el programa de la ciudad de México “Prepa Si” que facilita y apoya a quienes quieren estudiar el bachillerato, es un ejemplo, las tardeadas sin alcohol y sin humo de cigarrillos, que ha impulsado el Instituto de la Juventud de la capital, son otro ejemplo de la importancia que se le está dando en esta ciudad a la inseguridad, atacándola en sus causas y no sólo en sus efectos.
Sin duda, comprender a los jóvenes, apoyarlos para que estudien, proporcionarles tutores o elaborar, como lo hace la Secretaría de Educación de la ciudad, programas de tutores para secundaria, son más eficaces que aumentar años de cárcel y atiborrar los reclusorios de muchachos que cometen errores o “calaveradas”, como se decía en otras épocas, y tienen que pagarlo con meses o años de reclusión en los peores lugares para la reinserción social o para revertir la mala tendencia; es un lugar común decir que de las cárceles se sale peor que como se ingresó.
Es importante también el proceso que se está llevando a cabo para implementar las reformas constitucionales y penales que distinguen la llamada justicia juvenil del resto del sistema judicial. Todo contribuye para bien o para mal, nada es indiferente, es por ello que si se toman medidas positivas, las reconocemos, pero si se pretende apelar tan sólo a la mano dura, a la cárcel a rajatabla o a la disminución de los años para librar la prisión preventiva como algunos lo piden, tendremos que criticarlo y condenarlo.