La Jornada, 18 de enero 2009
■ Nuestra democracia: camino accidentado
Para entender por qué nuestra democracia está atascada y en peligro, recordemos lo esencial: el sistema presidencialista fluyó 50 años con estabilidad política y crecimiento. En 1982 sus contradicciones produjeron un colapso financiero y el crecimiento se interrumpió. Una nueva generación de políticos conservadores tomó el mando e impuso un proyecto económico que a su vez les imponían los conservadores estadunidenses. Como era lógico esto despertó resistencia y una insólita rebelión cívica que empezó en el norte, en los reductos panistas hacia 1985. El PRI perdió control sobre la sociedad. En 1986 sólo con un fraude pudo impedir que los panistas ganaran en Chihuahua. Se provocó una división en el partido oficial. Cuauhtémoc Cárdenas, Porfirio Muñoz Ledo y sus compañeros retaron al sistema en 1988 y el gobierno debió organizar otro fraude para derrotarlos.
Más allá de los partidos, grupos ciudadanos, que Gabriel Zaid llamó “maderistas”, empezamos a exigir la reforma democrática. Organizamos observaciones de elecciones reñidas y denunciamos irregularidades. Poco a poco se creó una corriente de opinión nueva y poderosa en favor de la modernización política.
Carlos Salinas (1988-1994) intentó restaurar el sistema e imponer reformas reaccionarias aliándose al débil PAN y acosando al partido neocardenista en 1989. Sin embargo, su proyecto naufragó por sus propias contradicciones en 1994 con un colapso peor que el de 82. Zedillo hizo una reforma electoral eficaz y la transición empezó. En 1997 Cárdenas ganó la capital, el PRI perdió el control del Congreso y en 2000 la Presidencia a manos de un panista atípico: Vicente Fox.
Fox en el poder se corrompió y traicionó a la democracia. Fue enemigo de la alternancia y se asoció con la oligarquía, al PAN, al PRI y a los medios para impedir el triunfo de AMLO. Fue necesario otro fraude en 2006, cuyas consecuencias aún pesan sobre nosotros y sobre Calderón.
La resistencia de AMLO y de millones de seguidores contra la voluntad de aniquilar a la corriente reformista y sustituir la democracia por un bipartidismo espurio con un PRI y un PAN retrógrados ha logrado no sólo sobrevivir, sino consolidarse. Hoy el movimiento está vivo y es poderoso.
Es evidente que la coalición PAN-PRI terminaría con la restauración de un esperpento: el viejo régimen. Pero las contradicciones de la oligarquía, la partidocracia y una corrupción expansiva han causado una crisis mucho mayor que las de 82, 94 y cualquier otra en nuestra historia. Es improbable que el aparato pueda resistirla. Las corrientes en pro del cambio y de una nueva política económica tienen una gran oportunidad. De nuevo por el camino de la adversidad la democracia mexicana puede recuperar impulso.