Adiós a todo eso
En un magistral recuento navideño, el Financial Times dice adiós a mucho de lo que por fin se fue o debía irse cuanto antes. Por ejemplo: W. Bush (“quien, sugieren los reportes, todavía es presidente”); Sarah Palin (“quien, como toda pantomima, buscará un retorno”); la cultura del bono (“que recompensa la irresponsabilidad y falta de escrúpulos financieros”). También, nos dice el diario, debería terminar el desproporcionado reclutamiento de los mejores graduados por la banca de inversión, para auspiciar un reciclamiento del talento hacia la educación, la investigación o la salud. Quienes quieran seguir “empaquetando productos caros cuyo contenido no comprenden bien pueden encontrar lugar en el departamento de envolturas de Harrod’s”. No extrañaremos, añade, la “deferencia automática a los titanes de la banca de inversión, muchos de los cuales han mostrado no merecerla”. “Finalmente –dice– complace ver lo que parece ser el fin de una actitud hostil a los damnificados sociales. Cuando incluso los más poderosos en el planeta financiero se han visto forzados a buscar ayuda de la gran masa de lo contribuyentes, se reclama de todos nosotros una actitud más humilde” (FT, 24/12/08, p.6).
Adiós a todo eso, en efecto: a la creencia en “fundamentos” que resultaron minas de arena para un capitalismo desenfrenado que desde Thatcher y Reagan, pasando por Clinton y el pendenciero texano, se quiso imponer como pensamiento y camino únicos. El fin, esperemos, de un “modelo” destinado a pervertir la calidad humana, volver mercancía la tierra, el aire o el trabajo, y convertir en mercado la relaciones sociales y personales.
Hace poco más de 20 años, tras caer el Muro y desplomarse la URSS, un connotado marxista británico exclamó: “al diablo con todo eso”. Hoy podemos decir lo mismo del experimento globalista que ha puesto al mundo real, global sin duda pero diverso y desigual como nunca, en peligro inminente. Sólo repensando esa globalidad para reconvertirla en visión y estrategia solidaria con la especie y el resto de la naturaleza podrá imaginarse una recuperación sostenida que no requiera, como la tragedia que empezara en 1929, de la guerra y la destrucción masiva para sostenerse.
¿Podemos hacer nuestra propia lista de abandonos deseables? En el plano de la economía política podríamos desear el dejar atrás la necedad y miopía de Hacienda, vuelta arrogancia párvula en triste emulación de la “era de la ignorancia” de Greenspan y compañía (Cf. William A. Fleckenstein con Frederick Sheeham: Greenspan’s Bubbles. The age of ignorance at the Federal Reserve). La política económica reclama menos dogma y más disposición al riesgo, menos prudencia y más pragmatismo, menos resignación y más experimentación y creatividad. Pero más allá de esto, la economía debe volver a imaginarse como economía política nacional porque sólo así podremos ser efectiva y creativamente globales. Y no al revés, como se buscó por casi un cuarto de siglo para amanecer más dependientes y vulnerables en el vagón de cola de un ferrocarril descarrilado.
Adiós a todo esto, pues, si es que podemos todavía aspirar a que la política produzca democracia y buen gobierno, para encaminar al Estado hacia un perfil social, democrático y de derecho. Como lo buscaran Roosevelt y los suecos y entre nosotros el gran general y presidente Lázaro Cárdenas. Revisemos la historia, pero no renunciemos a sus lecciones señeras.