lunes, 16 de junio de 2008

Del debate energético. La motivación presidencial

Javier Jiménez Espriú /I
jimenezespriu@prodigy.net.mx
La Jornada, 16 de junio 2008

Con motivo de los foros de debate del Senado de la República sobre las iniciativas para la “reforma energética” propuestas por el presidente Calderón fui invitado a exponer mis puntos de vista.

Por el tiempo disponible, sólo abordé los que considero más delicados de las iniciativas y su impacto en la ingeniería y el desarrollo tecnológico de México. Hoy, con la hospitalidad de La Jornada, inicio un resumen de mi participación y mis reflexiones sobre lo debatido en una serie de artículos semanales.

“Con plena convicción –dije–, considero que la propuesta, desde el diagnóstico, es insuficiente en el análisis económico, discutible desde el punto de vista técnico, inconsistente en el aspecto legal, ignorante de contenido histórico y ayuna de sensibilidad política.”

Esta convicción se ha visto a diario reforzada en los debates y en un sinnúmero de reuniones que se han dado sobre el tema, en las que si bien ha habido apoyos a las iniciativas o a partes de ellas, los argumentos opuestos a las propuestas y el énfasis a importantes y obvias omisiones, suman una mayoría aplastante.

Me referí a esos cinco aspectos, porque Pemex no es una industria común ni puede analizarse a fondo si alguno se soslaya.

No sólo es la empresa que tiene a su cargo los más importantes recursos naturales con que contamos, área estratégica de exclusividad del Estado, según nuestra Carta Magna. No es sólo una productora de commodities. Es una institución que, como ninguna otra, ha hecho viable el desarrollo de México, posible su factibilidad financiera y enfatizado su identidad como nación independiente. Su importancia económica, política y social es un todo inseparable.

Pemex es desde su nacimiento la empresa emblemática de la soberanía nacional. Pero aun siendo el organismo más importante del sector, hablar de una reforma energética y limitarla a la restructuración de Pemex es una aberración del gobierno que no cuenta con un plan energético ni petrolero de largo plazo, explicable sólo por su deseo de abrir la empresa, cuanto antes, a la participación privada,

Esto es preocupante sobre todo cuando se ha insistido desde hace muchos años en la urgencia de las “reformas estructurales” fundamentales para el desarrollo del país –la energética particularmente–, y nos ofrecen de pronto algo improvisado y con enormes carencias y fisuras.

Ha sido claro en el debate que las iniciativas tienen más omisiones que temas importantes tratados, y que hay más propuestas erróneas y comprometedoras que aciertos. Los abordaré sin muchas cifras y en términos sencillos, para beneficio de quienes no están adentrados en los complejos aspectos de la industria petrolera.

La falla original de las iniciativas, de la que surge el resto, es que nace de la decisión gubernamental de abrir la industria al sector privado, y a partir de ella acomodar premisas, argumentos y diagnóstico. La decisión primero y luego el diagnóstico.

El Presidente de la República al enviar las iniciativas dijo que con la propuesta Pemex se fortalece, que no hay contratos de riesgo, que no hay privatización, que los hidrocarburos son y seguirán siendo sólo de los mexicanos.

Los mexicanos sabemos leer, analizar y discernir, y de la lectura y el análisis de las iniciativas deducimos con meridiana claridad su intención primigenia y sabemos que si se convierten en ley: se autorizan los contratos de riesgo; Pemex inicia su privatización, contra la exclusividad que la Constitución le otorga en el conjunto de la industria petrolera y, por tanto, se debilita, se minimiza e inicia su transformación de una industria integrada a una administradora de contratos cuyos beneficiarios no seremos los mexicanos.

Esto cuando hay compatriotas altamente capacitados en todas las áreas de la industria petrolera, tanto en Pemex como en el sector académico, en las jubilaciones prematuras y en empresas privadas, que conocen todos los pasos de la industria, el estado de nuestras reservas, las formas de optimizar la producción, los tiempos para la búsqueda de nuevos yacimientos, para la adquisición de las tecnologías necesarias y para la formación del personal requerido, en suma, capaces de atender las necesidades actuales y futuras de nuestra industria fundamental, sin necesidad de compartir nuestros hidrocarburos ni entregar parte de los beneficios de la industria a la participación privada.