Las acciones de las empresas que se negocian en los mercados globales registran su peor desempeño en un primer semestre desde 1982. El índice mundial de acciones ha caído 11.7 por ciento en lo que va de este año. El precio del petróleo, a casi 143 dólares por barril, ha provocado una espiral de ventas de títulos en las bolsas de valores en Asia, Europa y Nueva York.
Las presiones de la inflación se refuerzan con las alzas del petróleo, las materias primas industriales y los alimentos, y se suman al menor crecimiento de la actividad económica. Esto provoca que el índice industrial Dow Jones esté ahora 20 por ciento por debajo del nivel máximo alcanzado el pasado octubre. La situación indica la gran variabilidad de los precios y el estado de ánimo de tipo maníaco depresivo de los inversionistas.
Hay evidencias de que las pérdidas de los bancos comerciales, derivadas del colapso de los préstamos hipotecaros en Estados Unidos, aún no terminan y se esperan malos resultados para sus ganancias en el segundo trimestre del año.
El número de familias con problemas para pagar sus hipotecas en aquel país ha seguido creciendo en los meses recientes y se estima que ya son 3 millones y que pueden llegar a 4 el próximo año, arrastrados por la caída de los precios de las casas y una menor expansión de la economía. Para muchos el precio de su casa es hoy menor a la deuda hipotecaria que contrataron; se deprecian los activos y se aminora el patrimonio. El programa del gobierno federal de ayuda a los deudores podría alcanzar sólo a 400 mil familias.
La Reserva Federal ha inyectado recursos en los bancos para prevenir un colapso, algunas grandes instituciones estuvieron a punto de reventar y otras han tenido fuertes pérdidas. Además de esas intervenciones con recursos públicos para evitar mayor inestabilidad en el sistema financiero, el banco central usa el instrumento de las tasas de interés para indicar que su prioridad es atajar la inflación y no encarecer la deuda de las familias y las empresas. El pasado 25 mantuvo la tasa de fondos federales en 2 por ciento. El Banco Central Europeo, por su parte, ha indicado que sus tasas pueden elevarse.
En el segundo semestre se podrán apreciar, si es que las medidas monetarias para controlar el aumento de los precios y evitar una desaceleración fuerte tienen alguna efectividad. En todo caso la inestabilidad financiera está instalada de manera general en los mercados mundiales. México no es una excepción.
La estabilidad que se operó en la economía mexicana durante varios años llegó a su fin. Pero, además, va a mostrar su carácter tramposo, como ocurrió en otros periodos recientes, notablemente a fines de 1994.
La trampa de la estabilidad reside en que no se ha sustentado en un verdadero ajuste fiscal, lo que se advierte en el gasto corriente del gobierno, la baja recaudación impositiva y la necesidad de imponer un nuevo impuesto, del tipo de Santa Anna, a los depósitos en efectivo que se hacen en los bancos.
También se exhibe dicha trampa en la insuficiencia del crecimiento de la producción y del empleo y, por supuesto, en la situación de Pemex. Todo eso sigue repercutiendo en el patrón muy concentrado de la distribución del ingreso y la persistencia de la desigualdad social.
Hoy se siguen haciendo previsiones oficiales de la economía con base en las tendencias observadas en el periodo reciente. Pero esa concepción no admite que las condiciones están cambiando de modo decisivo. Así, se reproduce una gestión de la política económica que puede acabar en un nuevo episodio de desajuste financiero.
Los recursos excedentes derivados de la exportación de petróleo se esfuman y Hacienda es incapaz de dar cuenta de lo que pasa. Se sigue debatiendo la propuesta de reforma petrolera y la secretaria de Energía ya no sabe para dónde hacerse. El banco central responde al alza de los precios con un aumento de las tasas de interés. La cartera vencida de los bancos, tanto en créditos al consumo como en hipotecas, está creciendo y así se provoca mayor fragilidad.
El diferencial de las tasas con las de Estados Unidos se amplía, con lo que se favorece la especulación con la entrada de capitales de corto plazo que miran atentamente el movimiento del tipo de cambio del peso con el dólar. Pero el peso se hace más fuerte, indicando la gran distorsión que se está provocando en su precio. Si las exportaciones empiezan a perder dinamismo junto con la producción manufacturera, el “súper peso” no va a aguantar.
Pero políticamente nadie quiere asumir ningún costo; Hacienda y Banco de México actúan como de costumbre y el gobierno de Felipe Calderón va a pasar pronto del entusiasmo de la estabilidad ficticia, heredada de la última etapa de Zedillo y del sexenio de Fox, a pagar las cuentas, y eso va a definir su administración.
Ya no se va tratar de un debate técnico, político y hasta ideológico sobre la naturaleza y los efectos de la gestión económica que se sigue. El fin de la estabilidad va a forzar un nuevo ajuste muy costoso para la inmensa mayoría de la población. Hasta ahora todos callan, a pesar de las evidencias: empresarios, banqueros, sindicatos, funcionarios, organismos internacionales.