Calderón, presidente del oficialismo, lo ha repetido en cuanta ocasión y foro están a su entera disposición (ampliados, claro está, por una acrítica, intensa difusión). Siempre con fingido coraje para negar sus intenciones básicas: transferir al capital privado parte sustantiva, que sería creciente, de la renta petrolera. Además, pretende con sus reformas hacer partícipes a las empresas internacionales de la rentabilidad de una buena porción de la industria petrolera, ya sea en refinación, transporte y petroquímica, básica o secundaria. A pesar de sus deprimidas condiciones en las que, por irresponsabilidad, se ha situado a Pemex, los montos de sus rendimientos en la cadena petrolera están fuera de duda. Así, Calderón se ha convertido en un agente de subasta y colocación, entre los negociantes internos y del exterior, de las partes sustantivas del enorme negocio petrolero.
Por eso ha viajado ataviado con promesas e invitaciones a los extranjeros y ha sido recibido con tantas fanfarrias. En cada tribuna ajena, con ambiciones pulcramente adornadas, propone la generación de un ambiente que reciba, con retornos asegurados, sus masivas inversiones en la industria petrolera y en la energética en general. Pemex, la CFE y demás formas alternas de energía son el campo propicio que ahora entrevé Calderón para que vengan los salvadores de esta angustiada patria de los mexicanos.
A pesar de abiertas evidencias, Calderón, subordinados, socios y asesores siguen negando sus intentos por privatizar Pemex. Afirman que no se venderá ni un solo tornillo de Pemex, como si algún tonto buscara adquirirlo. Sus palabras tropiezan, y de manera por demás torpe, con la inteligencia del auditorio que las escucha. Posteriormente el oficialismo encontró una nueva formulación para ocultar sus intenciones privatizadoras: la maquila para refinar gasolinas. Para fundamentar tal desatino, se afirma que poco importa quién es el dueño de los fierros de las refinerías o los tubos que se piensan construir, dijo, con profunda ignorancia y grosera formulación el senador veracruzano Bueno Torio, (PAN), personaje señalado como traficante de influencias y contratismo familiar. Habrá que informarle a tan notorio negociante que desde hace más de un siglo se dijo que poseer y manejar los instrumentos de producción es un vehículo adecuado para el mando, el control y la acumulación. Hay que decirle que poco importaría quién posee las sucursales, oficinas, computadoras, sistemas operativos, concesión para funcionar, captura de los recursos de los depositantes, reglas para otorgar crédito, margen de intermediación y demás parafernalia de la industria bancaria. Así, se podría decir que todo eso poco importa si el Estado tiene los órganos reguladores, normas y leyes para que la industria bancaria completa sea un impulsor del crecimiento, financiador del desarrollo y demás objetivos que se le solicitan a la banca. La realidad que en México se vive da un golpe brutal y refuta tan inocua postura.
Pero la administración de la continuidad no se siente segura de su mensaje no privatizador. No sienten que sus promesas de conservar la industria petrolera bajo el estricto control del Estado lo haya captado la sociedad. Piensan que deben reforzarlo con una campaña masiva de propaganda. Sólo así podrán desterrar de la mente colectiva los sedimentados deseos de conservar los recursos petroleros, que por valiosa herencia le pertenecen a la sociedad, con el estricto manejo de su empresa petrolera. Sólo con los espots, diseñados por comunicadores bajo consigna, se podrá inclinar la balanza colectiva en favor de los intentos reformistas que propuso Calderón. Creen los autores de la publicidad que, por repetición cancina, se convencerá a los titulares de la renta y los rendimientos empresariales de los refinados y petrolíferos derivados, para que cambien los que consideran preconceptos y hábitos trasnochados de soberanía, independencia, desarrollo autosostenido o propiedad originaria de las riquezas del subsuelo. Para lo cual poco importa la legitimidad de tal instrumento comunicativo, el altísimo gasto al que obliga, los compromisos con concesionarios mediáticos que se van adquiriendo con tal de lograr sus propósitos privatizadores, rebuscadamente disfrazados.
En el fondo, la recurrencia del gobierno a la propaganda para convencer a los mexicanos de las bondades de su proyecto privatizador y entreguista, proviene de un desprecio por el criterio propio de los ciudadanos y los visualiza como una masa inocente y tonta audiencia. La apreciación oficial los reduce a inertes individuos, sin capacidad de albedrío, ante influyentes medios de televisión y radio. Otra vez el pueblo como simple carne de uso y desuso para garantizar los grandes negocios a la vera de los recursos públicos. Por eso miente Calderón con tan frenética frecuencia ante toda clase de auditorios y utiliza la propaganda para que ya no piensen a la antigüita.
El oficialismo ha redoblado sus esfuerzos propagandísticos porque tiene pavor de la consulta popular que viene. Sabe que millones de mexicanos no han comprado sus torpes alegatos y quiere reformar a Pemex de otras maneras que aseguren una empresa integrada, que mejore su eficiencia y sea, de nueva cuenta, el pivote por excelencia para la independencia tecnológica y productiva del país.
Los que están detrás de las reformas presentadas por Calderón al Congreso son ávidos buscadores de patrocinadores que satisfagan, que aseguren, sendas carreras políticas y ambiciones individuales o grupales de poder. A ellos están dedicados los beneficios de sus propuestas de reforma. A tan conspicuos personajes se les tiene en la mira para que exploren, extraigan crudo y gas, lo conduzcan y distribuyan, lo refinen y produzcan los petrolíferos que la fábrica nacional requiere. Para ellos están diseñadas las reformas privatizadoras y entreguistas. Se quiere dejar que los grandes capitales internos incrementen sus desproporcionados privilegios y se ceda ante la voracidad de las trasnacionales energéticas.