jueves, 10 de julio de 2008

Columna de Jose Luis Calva en el Universal

José Luis Calva
Estrategia para el éxito
10 de julio de 2008



Cuando México se disponía a ingresar al primer mundo por la puerta grande del Tratado de Libre Comercio de América del Norte, sus reservas en moneda extranjera ascendían a 24 mil 866.2 millones de dólares (al cierre de 1993), mientras que las reservas de China ascendían a 21 mil 199 mdd. En 2007, las reservas en moneda extranjera de China alcanzaron 1,528,250 mdd, mientras que las de México apenas ascendieron a 86 mil 309 mdd corrientes.

Durante el mismo lapso, el PIB per cápita real de China se incrementó 232.6%, a una tasa media de 9.2% anual; mientras que el de México apenas creció 26.4%, a una tasa media de 1.6% anual. En paridad de poder adquisitivo (PPA), la economía de China era 3.8 veces mayor que la de México en 1993; 14 años después era 8.3 veces mayor; y se estima que durante la próxima década China desplazará a Estados Unidos (en PPA) como la principal potencia económica del mundo.

¿Qué hicieron bien los chinos para dejar tan atrás a México y perfilarse hacia la cima económica del planeta? Entre las claves de su éxito destaca la sistemática subvaluación de su moneda como palanca de la competitividad internacional y del crecimiento de su economía. Como resultado, entre 1993 y 2007 China acumuló un superávit comercial de 1,058,486.3 mdd, indicador estructural fehaciente de una moneda nacional subvaluada.

Ahora bien, para evitar que el torrente de divisas por exportaciones netas —además de la inversión extranjera directa— provocaran la apreciación indeseable del yuan, China ha aplicado una consistente estrategia de esterilización: “Comprando los dólares que entran al país con yuanes, y luego extrayendo los fondos locales del sistema mediante la venta de certificados del banco central” (Financial Times, 30/X/07).

De allí sus gigantescas reservas de divisas. Así, China ha conciliado su competitividad cambiaria con su política de bajas tasas internas de interés, que financian su extraordinario coeficiente de inversión fija (en maquinaria, equipo y construcciones), que supera 40% del PIB.

Por el contrario, desde 1988 (con excepción del bienio 1995-1996) la política cambiaria en México ha sido sistemáticamente utilizada como instrumento antiinflacionario. En consecuencia, la sobrevaluación del peso ha sido la regla, de modo que en el periodo 1993-2007 México acumuló un déficit comercial de 94 mil 666.6 mdd (incluyendo el balance de maquiladoras y los enormes ingresos petroleros extraordinarios), evidenciando así la fragilidad de su estrategia macroeconómica que utiliza el tipo de cambio como ancla antiinflacionaria.

Además, partiendo de sus propias realidades, China diseñó e instrumentó soberanamente su estrategia para el éxito: no realizó una liberalización comercial unilateral y abrupta, sino que fue abriendo gradual y selectivamente (por regiones e industrias) su comercio exterior; no suprimió sus políticas de fomento económico general y sectorial; no privatizó a toda costa sus grandes empresas públicas, sino que elevó su eficiencia otorgándoles autonomía financiera y de gestión; no liberalizó abruptamente su sistema bancario, sino que lo reestructuró y diversificó; y, en suma, mantuvo el papel del Estado como agente activo del desarrollo económico complementando las funciones del mercado y del capital privado.

La moraleja es obvia: para escapar del fracaso, México necesita aprender de la experiencia universal, abandonando en consecuencia los dogmas del Consenso de Washington para diseñar e instrumentar soberanamente su propia estrategia de desarrollo.


Investigador del Instituto de Investigaciones Económicas de la UNAM