Hay circos hasta de tres pistas; las tres operan y presentan espectáculos distintos. Ocurre que uno no sabe hacia dónde ver. Logra atrapar instantáneas de cada pista, puede que alguna lo hipnotice y se quede sin ver las demás. El que asiste a un circo de tres pistas con seguridad sale con mucho ruido en la cabeza y pocas imágenes inteligibles acerca de lo que sucedió.
Según el Diccionario de la Real Academia de la Lengua, la palabra circo denota el “edificio o recinto cubierto por una carpa, con gradería para los espectadores, que tiene en medio una o varias pistas donde actúan malabaristas, payasos, equilibristas, animales amaestrados, etcétera”, pero tiene una connotación de orden coloquial: “confusión, desorden, caos”.
Creo que está claro que estoy aludiendo a ese proceso llamado “reforma energética”. Tiene desde luego más de tres pistas, de hecho son incontables, y su connotación coloquial le viene como anillo al dedo. No descarto, desde luego, que haya especialistas que saben cómo está el “orden del caos” en la disputa por los veneros lopezvelardianos, pero no hay duda de que la mejor consulta que podría hacerse en este momento sería “¿entiende usted en qué consisten las diferencias entre las propuestas que existen, si es que sabe usted cuántas son y cuáles se han echado a la palestra?”
Bienaventurados son, sin duda, los especialistas reales y aquellos que los conocen y entienden de veras lo que dicen. Pertenezco sin duda a esa gran mayoría referida por Fernando del Paso.
No parece haber duda de que el sospechosismo domina la comarca y que derrotará por to’ lo alto a la que pudiera llamarse la reforma óptima. No hay sorpresa: es lo que ocurre en todo gobierno dividido: desde 1997 ningún partido ha conseguido ganar la mayoría en el Congreso, y no existen reglas parlamentarias para crear mayorías, en un contexto de encono permanente entre los partidos.
El debate sobre la reforma empezó al revés, es decir, por lo que dice la Constitución. Como si se tratara de un debate para poner en claro lo que dice la Carta Magna en el tema petrolero.
Los asuntos de orden jurídico, incluidas posibles reformas a la Constitución en un caso como el de Pemex, no pueden ser sino precisamente el último eslabón de ese debate.
La racionalidad manda, opino, que los temas a debatir tendrían que haber sido: 1) Qué empresa queremos y por qué; 2) cómo queremos organizarla y por qué; 3) cómo la hacemos eficiente e internacionalmente competitiva; 4) queremos una empresa con “n” divisiones, o queremos un holding de empresas especializadas: las razones de una u otra conveniencia; 5) cuál es el balance entre ventajas y desventajas de la participación del capital privado en cada etapa de los procesos productivos (en México el comportamiento del capital nacional o el del extranjero no ofrece diferencias respecto al desarrollo nacional: ojalá en México tuviéramos un grupo de empresarios como los paulistas de Brasil); y así sucesivamente, hasta tener el diseño integral, que nos dijera qué leyes, qué reformas a éstas, qué cambios, si fueren necesarios, es preciso hacer a la Carta Magna.
En lugar de un temario común en el Congreso, éste y la clase política en general hicieron un circo de muchas pistas, cada una con su propio espectáculo. Algunas de estas pistas están en plena actividad, pero no tienen reflectores encima y nadie puede verlas. Y ocurre que es en éstas donde se va a tomar la decisión.
Una de las muchas pistas es la consulta que está organizando el Gobierno del Distrito Federal. Pregunta 1: “Actualmente la explotación, transporte, distribución, almacenamiento y refinación de los hidrocarburos son actividades exclusivas del Gobierno, ¿está de acuerdo o no está de acuerdo que en esas actividades puedan ahora participar empresas privadas?”; la guerra mediática parece haber ganado ya el “no estoy de acuerdo”. La segunda es jugo puro de demagogia: “En general, ¿está usted de acuerdo o no está de acuerdo con que se aprueben las iniciativas relativas a la reforma energética que se debaten actualmente en el Congreso de la Unión?” Sin que el respetable sepa nada acerca de cuántas y cuáles y qué dicen las propuestas, un sí significaría que se está de acuerdo en aprobar todas las reformas; un no, por el contrario, significa que no se apruebe ninguna. Es más que claro que son preguntas cuyas respuestas resultarán inútiles.
En alguna de las pistas sin reflectores habrá acuerdos y reforma. Una reforma subóptima en grado desconocido. Quizá pronto, quizá pase mucho tiempo para que nos percatemos cuán debajo de lo óptimo quedó. Sobre todo porque el acuerdo está cercano y nada se ha dicho acerca de la reforma fiscal indispensable que tendría que ir de la mano de la reforma de Pemex; ¿o qué?, ¿la reforma no evitará el despiadado ordeñamiento de los veneros, que significa un traspaso permanente de miles de millones a los grandes capitales?