miércoles, 30 de julio de 2008

México S.A.

Carlos Fernández-Vega
La Jornada, 30 de julio 2008


■ Propuestas privatizadoras

■ Caricaturas de gobernantes

■ Diligencia con EU

Tantas vueltas para regresar al principio, con la única novedad que ahora la batuta la lleva el tricolor. Iniciativa, velatorio, debate, propuestas, análisis, foros por doquier, consulta ciudadana… y el punto retorna a los albores de abril pasado (cuando el inquilino de Los Pinos decía que sí, que no, que quién sabe, hasta salir como el caballo blanco), pero con el nudo aún más apretado.

A trompicones, el michoacano presentó su “reforma energética”, que fue rotundamente derrotada en los ámbitos político, académico y tecnológico. El velatorio de tal iniciativa se prolongó 71 días, por más que los neocientíficos de la “continuidad” intentaron revivirla. Aún insepulta, apareció el hado padrino vestido de tres colores y con bigotito seductor: “he venido a salvarte, princesa michoacana, pero el triunfo político me pertenece… y la gruesa factura también”, no sin antes dejar en claro (Jesús Murillo Karam dixit) que la nueva “propuesta” resulta “la menos privatizadora” de todas las conocidas, aunque privatizadora al fin.

Y los panistas de plano olvidaron la derrotada “reforma” del inquilino de Los Pinos, fingen que no existe, que nunca se presentó, que la buena es la del hado padrino, y rabiosos enfocan sus baterías y micrófonos en contra de la consulta ciudadana (la cual resultó no todo lo robusta que se esperaba, por muchas ganas que le pongan sus promotores), mientras veneran la redentora iniciativa priísta, también privatizadora, pero no mucho (ídem).

Pura grilla de los maltrechos cuan divididos partidos –no es patente perredista– y sus muy populares coordinadores legislativos (ninguno de ellos producto del voto ciudadano, sino de las jugosas canonjías que la ley electoral concede a estos grandes corporativos), que ni siquiera en los grandes temas nacionales, en los va de por medio el pellejo y el futuro del país, pueden ponerse de acuerdo, mientras el arrinconado inquilino de Los Pinos derrocha en micrófono y propaganda. Para ser la de la industria petrolera una de las decisiones más trascendentes en muchas décadas, nuestra agraciada clase política se muestra tal cual es: minúscula.

A regañadientes, algunos políticos abiertamente en contra de la consulta ciudadana dicen que sí, que tal vez tomen en cuenta el resultado del pasado domingo, pero que sin duda “el debate está en el Congreso”, mientras otros se comprometen a “no permitir” nuevas tomas de tribunas, como si de ellos dependiera. Y mientras tirios y troyanos aprestan las lanzas, el inquilino de Los Pinos, sin existir un acuerdo sobre el particular, se sienta a “negociar” con los vecinos del norte para saber en qué les puede servir, cómo los puede atender, de qué manera recorre la frontera, para que se sientan como en su casa a la hora de explorar aguas profundas en el Golfo de México. Esta caricatura de “gobernantes” y clase política es la que mantiene al país en el limbo, dando vueltas a la noria, caminando en círculo, y llevamos 26 años así.

Sobre la consulta ciudadana, no se duda de la buena voluntad de quienes se esforzaron –organizadores y participantes– para sacar adelante el paquete, pero no suena muy convincente calificar como “éxito” una participación equivalente a poco menos de 5 por ciento del padrón electoral correspondiente al Distrito Federal y las otras nueve entidades en la que se desarrolló. Fue un gran esfuerzo, desde luego, pero los resultados son poco robustos, incluso poco representativos del sentir de millones de mexicanos en cuanto al futuro de la industria petrolera nacional. Aún así, más de un millón y medio de mexicanos dejaron clara su decisión, que debe ser tomada en cuenta a la hora de decidir.

Mientras el espectáculo continúa, en una suerte de refrito de lo que comenzamos a ver en abril (el déjà vu grillero), Pemex presume sus resultados financieros al cierre del segundo trimestre de 2008. Va la numeralia de la propia paraestatal:

Las ventas totales durante el periodo de referencia sumaron 371 mil 576 millones de pesos; registró un rendimiento neto de 16 mil 696 millones; el precio de la mezcla mexicana de crudo de exportación fue de 104.1 dólares por barril: las ventas totales, incluyendo ingresos por servicios, alcanzaron 371 mil 576 millones de pesos, debido principalmente a mayores precios de crudo de exportación: el rendimiento antes de impuestos, derechos y aprovechamientos (previo a que Hacienda meta la mano) fue 248 mil 382 millones de pesos, derivado principalmente de un incremento de 36 mil 347 millones de pesos en el rendimiento de operación y de un aumento de 33 mil 231 millones en otros ingresos netos; el monto de los impuestos, derechos y aprovechamientos fue de 231 mil 687 millones, debido al incremento de los precios del crudo y gas natural: reportó un rendimiento neto de 16 mil 696 millones; el resultado se explica principalmente por un incremento en el rendimiento de operación, un aumento en otros ingresos y por mayores impuestos, derechos y aprovechamientos; respecto del mismo periodo del año previo, los activos totales se ubicaron en un billón 293 mil millones de pesos; los pasivos totales en un billón 165 mil 342 millones; el patrimonio de Pemex sumó 127 mil 620 millones de pesos.

Las rebanadas del pastel

Para el director general de Pemex la consulta ciudadana sí arrojó un resultado concreto, de tal suerte que hay que respetarlo. Lo dijo así: “el gran juez sobre la consulta no es ningún actor político, organizado propiamente dicho, sino la ciudadanía… la opinión pública y la ciudadanía es muy sabia, y básicamente votó. Sí voto. ¿Cómo votó? No yendo, en esencia, o no yendo digamos copiosamente... eso es lo que quedó en evidencia este domingo” (declaraciones a Radio Fórmula). Entonces, si se atiende esa lectura, Jesús Reyes Heroles G. G. reconoce que Felipe Calderón nunca debió llegar a Los Pinos (de hecho debe hacer maletas y dejar la residencia oficial), porque el 2 de julio de 2006 el 40 por ciento de los mexicanos en edad de votar decidió no ir a las urnas, es decir, “votó no yendo”, de tal suerte que esa mayoría ganó la contienda electoral, porque en lo individual los candidatos no pasaron del 36 por ciento. Así de fácil, ¿verdad, Chucho?