domingo, 20 de julio de 2008

Naomi Klein

El capitalismo del desastre: el Estado de la extorsión

Una vez que el petróleo rebasó el precio de 140 dólares por barril, hasta los conductores más derechistas tuvieron que mostrar sus credenciales populistas, dedicándole una parte de sus programas a atacar al Gran Petróleo. Algunos han llegado al extremo de invitarme para una amistosa charla acerca de un nuevo e insidioso fenómeno: “el capitalismo del desastre”.

El conductor radiofónico “conservador independiente” Jerry Doyle y yo entablábamos una amable conversación acerca de las sórdidas aseguradoras y los ineptos políticos cuando Doyle anunció: “Creo que tengo un método rápido para bajar los precios (...) Hemos invertido 650 mil millones de dólares para liberar a una nación de 25 millones de personas. ¿No deberíamos simplemente demandar que nos den petróleo? Lo hemos invertido liberando un país. Yo reduciría los precios de la gasolina en 10 días”.

Había un par de problemas en el plan de Doyle. El primero era que estaba describiendo el mayor atraco en la historia del mundo. El segundo, que llegaba demasiado tarde: “Nosotros” ya estamos atracando el petróleo iraquí, o al menos estamos a punto de hacerlo.

Ya pasaron 10 meses desde la publicación de mi libro The shock doctrine: the rise of disaster capitalism (La doctrina del shock: el ascenso del capitalismo del desastre), en el cual argumento que hoy el método preferido para remodelar el mundo, bajo los intereses de las empresas multinacionales, es sistemáticamente explotar el estado de miedo y desorientación que acompaña los momentos de gran shock y crisis. El globo terráqueo es sacudido por múltiples shocks, parece ser un buen momento para ver cómo y dónde es aplicada la estrategia.

Y los capitalistas del desastre han estado ocupados: desde los bomberos privados ya en escena en los incendios de California, a los acaparamientos de tierras en la Burma azotada por un ciclón, a la iniciativa de vivienda que busca colarse en el Congreso. Ésta desplaza el peso de las hipotecas a los contribuyentes y asegura que los bancos que otorgaron malos préstamos obtengan algún rembolso. En los pasillos del Congreso se le conoce como el Plan Credit Suisse, en honor a uno de los bancos que generosamente lo propuso.

El desastre en Irak: nosotros lo rompimos, nosotros lo acabamos de comprar

Pero estos casos de capitalismo del desastre son para aficionados, comparado con lo que está en curso en el ministerio petrolero iraquí. Comenzó con los contratos de servicio que no pasan por licitación, anunciados en favor de ExxonMobil, Chevron, Shell, BP y Total (aún no se firman pero ya están encaminados). No es inusual pagarle a las mutinacionales por su conocimiento técnico. Lo que es extraño es que tales contratos casi siempre se destinan a empresas de servicios de la industria petrolera, no a las grandes petroleras, cuyo trabajo es la exploración, la producción y ser dueñas de la riqueza de hidrocarburos. Greg Muttitt, experto en petróleo, radicado en Londres, señala que los contratos tienen sentido sólo en el contexto de informes de que las grandes petroleras han insistido en tener el derecho de participar en los primeros contratos repartidos para manejar y producir en los yacimientos petrolíferos de Irak. En otras palabras, otras empresas estarán en libertad de participar en los contratos futuros, pero estas compañías ganarán.

Una semana después de que los contratos de servicios que no pasan por licitación fueron anunciados, el mundo tuvo su primer vistazo del verdadero premio. Irak abre oficialmente seis de sus principales yacimientos petroleros –que representan cerca de la mitad de sus reservas conocidas– a inversionistas extranjeros. Según el ministro petrolero iraquí, los contratos de largo plazo se firmarán en el lapso de un año. Si bien aparentemente está bajo el control de la Compañía Petrolera Nacional Iraquí (INOC, por sus siglas en inglés), las empresas extranjeras obtendrán 75 por ciento del valor de los contratos y dejarán 25 por ciento a sus socios iraquíes.

Esa proporción es insólita en los estados petroleros árabes y persas, donde obtener un control mayoritario nacional sobre el petróleo fue la distintiva victoria de las luchas anticoloniales.

Así que, ¿cómo es posible que en Irak, que ya ha sufrido tanto, se realicen pésimos acuerdos como éstos? Irónicamente, el sufrimiento de Irak –su crisis sin fin– es el fundamento lógico de un arreglo que amenaza con drenar al erario de su principal fuente de recursos. La lógica es ésta: la industria petrolera iraquí requiere del conocimiento técnico extranjero porque los años de duras sanciones lo privaron de nueva tecnología, y la invasión y la prolongada violencia la desgastó aún más. Irak necesita, urgentemente, comenzar a producir más petróleo. ¿Por qué? De nuevo, por la guerra. El país está destrozado y los miles de millones de dólares entregados a las firmas occidentales en la forma de contratos sin licitación no han servido para reconstruir el país. Y ahí es donde entran los nuevos contratos sin licitación: obtendrán más dinero, pero Irak se ha vuelto un lugar tan traicionero que los grandes petroleros deben ser persuadidos para que se arriesguen a invertir. Así que la invasión de Irak hábilmente crea la justificación para su subsecuente saqueo.

Varios de los arquitectos de la guerra de Irak ya no se toman la molestia de negar que el petróleo fue una motivación básica. Recientemente, en el programa To the point, de National Public Radio, Fadhil Chalabi, uno de los principales consejeros iraquíes de la administración de George W. Bush antes de la invasión, describió la guerra como “una movida estratégica de Estados Unidos y Gran Bretaña para tener presencia militar en el golfo y así asegurar el futuro suministro (petrolero)”.

Las Convenciones de Ginebra establecen que es ilegal invadir países para hacerse de sus recursos naturales. Eso significa que la enorme tarea de reconstrucción de la infraestructura en Irak es responsabilidad financiera de sus invasores.

El shock del precio del petróleo: dennos el Ártico o nunca volverán a conducir

La administración de Bush emplea una crisis relacionada –el incremento en el precio del combustible– para revivir su sueño de perforar el Refugio Nacional Ártico de la Vida Silvestre (ANWR, por sus siglas en inglés). Y de perforación en el mar. Y en el esquisto del Green River Basin. “El Congreso debe enfrentar una dura realidad”, dijo Bush el 18 de junio. “A menos de que los miembros estén dispuestos a aceptar los dolorosos niveles actuales de los precios de la gasolina –o hasta más altos– nuestra nación debe producir más petróleo.”

Éste es el presidente en su papel de Extorsionista en Jefe: denme el ANWR o todos tendrán que pasar sus vacaciones de verano en el patio trasero.

Perforar en el ANWR tendría poco impacto en los actuales suministros petroleros mundiales. El argumento de que de todos modos podría bajar los precios del petróleo está basado no en cálculos económicos sino en psicoanálisis del mercado: perforar “enviaría el mensaje” a los negociantes petroleros de que hay más petróleo en camino, lo cual provocaría que comenzaran a bajar el precio.

Nunca funcionará. Si hay algo que se pueda predecir del reciente comportamiento del mercado petrolero es que el precio va a seguir subiendo sin importar cuántos nuevos suministros sean anunciados.

Tomen como ejemplo el actual masivo boom petrolero en las conocidas arenas bituminosas de Alberta. Las arenas bituminosas tienen las mismas características que los sitios de perforación propuestos por Bush: están cerca y son absolutamente seguras, ya que el Tratado de Libre Comercio de América del Norte contiene una provisión que prohíbe a Canadá cortar el suministro a Estados Unidos. El petróleo de esta fuente, en gran medida no explotada, ha fluido en el mercado a tal grado que Canadá ya es el mayor surtidor de petróleo de Estados Unidos. Entre 2005 y 2007, Canadá incrementó sus exportaciones a Estados Unidos en casi 100 millones de barriles. Sin embargo, los precios del petróleo no han dejado de subir.

Lo que motiva la promoción del ANWR no son hechos, sino pura estrategia de la doctrina del shock: la crisis del petróleo ha creado las condiciones para hacer posible vender una política antes invendible (pero que rinde enormes ganancias).

Shock de los precios de los alimentos: modificación genética o hambruna

La crisis mundial de los alimentos está estrechamente ligada al precio del petróleo. No sólo porque los altos precios de la gasolina suben los costos de los alimentos, sino porque el boom en agrocombustibles difumina la frontera entre alimentos y combustible, empuja a los productores de alimentos de sus tierras y alienta una galopante especulación. Varios países latinoamericanos promueven que se revise la política de promoción de los agrocombustibles y que la alimentación sea reconocida como un derecho humano. El subsecretario de Estado estadunidense, John Negroponte, piensa diferente. En el mismo discurso en el cual elogiaba el compromiso de Estados Unidos de entregar asistencia alimentaria de emergencia, hizo un llamado a los países a que redujeran sus “restricciones a las exportaciones y sus elevados aranceles” y a eliminar “las barreras al uso de innovadoras tecnologías de producción vegetal y animal, incluyendo la biotecnología”. El mensaje era claro: más vale que los países empobrecidos abran sus mercados agrícolas a los productos estadunidenses y a las semillas genéticamente modificadas, o correrán el riesgo de que les suspendan la ayuda.

Los cultivos genéticamente modificados surgen como la cura para la crisis alimentaria, al menos según el Banco Mundial, el presidente de la Comisión Europea y el primer ministro británico Gordon Brown. Y, claro, las agroempresas. “Hoy, no puedes alimentar al mundo sin organismos genéticamente modificados”, dijo recientemente Peter Brabeck, presidente de Nestlé, al Financial Times. El problema es que no hay evidencia de que los OGM incrementen las cosechas de los cultivos, y muchas veces las reducen.

Pero aunque resolviera la crisis global alimentaria, ¿realmente querríamos que estuviera en manos de los Nestlé y los Monsanto? En meses recientes, Monsanto, Syngenta y BASF han comprado frenéticamente patentes de las llamadas semillas “listas para cualquier clima” (climate ready): plantas que pueden crecer en suelos que sufren sequías o salinización provocada por inundaciones.

Plantas hechas para sobrevivir en un futuro de caos climático. Ya conocemos hasta dónde es capaz de llegar Monsanto con tal de proteger su propiedad intelectual. Hemos visto medicamentos contra el sida, patentados, que fracasan en atender a millones de personas en el África subsahariana. ¿Por qué habría de ser diferente con los cultivos “listos para cualquier clima”?

Mientras, la administración de Bush anunció una moratoria de hasta dos años a nuevos proyectos de energía solar en suelo federal, debido, supuestamente, a preocupaciones ambientales. Ésta es la frontera final para el capitalismo del desastre. Nuestros líderes no invierten en tecnología que prevenga un futuro de caos climático; en vez, eligen trabajar con aquellos que traman innovadores ardides para obtener ganancias del caos.

Privatizar el petróleo iraquí, asegurar el dominio global de los cultivos genéticamente modificados, quitar la última barrera comercial y abrir el último refugio silvestre... Hace no tanto, estas metas se perseguían mediante amables acuerdos comerciales, bajo el benigno seudónimo de “globalización”. Ahora, se obliga a esa desacreditada agenda a cabalgar en el lomo de la crisis serial, y se anuncia como la medicina salvavidas para un mundo que sufre dolor.

La autora escribió La doctrina del shock. www.naomiklein.org.

Una versión de este artículo fue publicada en The Nation. Se reproduce con autorización de la autora.

Traducción: Tania Molina Ramírez.