En el debate petrolero ha habido algunas presentaciones impecables. A favor de la iniciativa presidencial. Sí, a favor. Y en contra de ella. Sí, en contra. Sin trampas. Con clara manifestación de las ideas. Unas, favorables a la iniciativa presidencial, han llegado a un punto –ineludible, según su visión– de solicitar cambio constitucional del 27 para permitir capital privado en refinación, en transporte y almacenamiento de gas natural, en química del petróleo. Una que otra, incluso en producción primaria para el caso de aguas profundas. No coincido. Pero hay honradez intelectual. Otras, no favorables a la iniciativa, sostienen que la permanencia del monopolio estatal en la integralidad de la explotación e ind
Así, de unas y otras sobresalen preguntas esenciales: 1) sobre la transferencia, asimilación y desarrollo de tecnología petrolera en el caso, pero aplicable a electricidad, a energías renovables y a muchos otros ámbitos de nuestra vida económica y social; 2) sobre la mayor y máxima protección al ambiente, y a la naturaleza y sus recursos, primordialmente los no renovables; 3) sobre la optimización de la renta petrolera, que por consenso es y debe seguir siendo propiedad de la nación (no obstante el lapsus linguae del secretario de Hacienda para quien el gobierno es dueño (sic), recaudador y regulador); 4) finalmente, para sólo señalar una más, sobre la satisfacción de las necesidades energéticas del país al menor costo y con la mayor calidad, racionalidad y seguridad.
Sí, no es tiempo de empezar los desarrollos de tecnologías ya maduras y disponibles en el mercado mundial de tecnología. Sí, en cambio, de redoblar astucia y prudencia para transferir y asimilar cuidadosamente tecnologías avanzadas, con no menos cuidadosos esquemas de asociación. Pese a los retrasos, también es tiempo de “ver todo lo energético”, sí, todo lo energético, desde el amplio, renovado e ineludible ventanal de la mayor eficiencia, la máxima protección ambiental y el abatimiento creciente de la emisión de gases de efecto invernadero.
Asimismo, de evitar el dispendio y cuidar al máximo los excedentes petroleros, para lo cual es imprescindible, en primer término, distinguir los dos componentes de estos excedentes: 1) una renta petrolera relativamente estable, cuyo monto depende de los costos nuestros y los del yacimiento más caro cuya producción exige la demanda; 2) un excedente ocasional altamente volátil –muy elevado, muy bajo o, incluso negativo dependiendo de la especulación. Y, en segundo, atender sigilosamente tanto la situación financiera y presupuestal de Pemex, como la de todo el país, que –entre otras cosas– exige adecuado sistema de precios y racionalización de subsidios. Pero también, impulsar la sustitución y la superación graduales e irreversibles de los excedentes petroleros, con fiscalidad alternativa, que permita alcanzar en 10 o 12 años, una participación de la tributación no petrolera en el PIB no inferior a 20 por ciento, siempre respaldada por un escrupulosísimo y eficiente gasto.
Por último, pero no menos importante, cuidar con extrema delicadeza el ineludible tránsito hacia un nuevo patrón energético, no sólo con participación máxima de formas descentralizadas y energías renovables, sino también y de manera primordial (¿por qué nadie ha hablado de eso en el Senado?), de nuevas prácticas y nuevos hábitos sociales –personales y colectivos– de satisfacción de nuestras necesidades de iluminación, refrigeración, calefacción, cocción de alimentos, calor de proceso, transporte de personas y mercancías, y demás formas de utilización final de la energía. No sólo se trata de proponer nuevas ideas, nuevos mecanismos, nuevos esquemas organizativos, institucionales y legales. También y ante todo –eso es lo difícil de todo debate– un marco fundamental de referencia que permita evaluar y juzgar las propuestas. El Senado tiene la palabra. Y la población antes que nadie.
NB. Hace poco más de 40 años, en Hidalgo 4, en Coyoacán, disfruté unas de las más hermosas vacaciones de mi vida en compañía de los Rodríguez Ramírez (Kiko, Güicho, Horacio, Lalo, Beto, Marcela, Gaby, la Chiquis, todos…). Compartía con ellos ser hijo de notables médicos de la generación 30-35 de la UNAM (los del: “Bisturí, pinza y tijera. Cánula, sonda y erina. Siempre será la primera, Facultad de Medicina”). Ahí disfruté de la sobria pero amable atención de uno de los mejores neumólogos de la época, Isidro Rodríguez León. También de la hermosa y musical vitalidad de Doña Jesusa, y toda la familia. Para todos los Rodríguez Ramírez, la amistad y el cariño permanentes de los Rojas. Amén.