Me parece que algunos panistas están en pleno examen de conciencia. Ellos saben de qué hablo: les inquieta la pendiente por la que desciende el partido; ciertamente no tienen conflictos abiertos en sus elecciones internas como el PRD, ni cargan con el baldón de la disciplina ciega del PRI tradicional, pero andan desazonados, inquietos, se interrogan unos a otros y la actitud de sus dirigentes, empezando por Felipe Calderón Hinojosa, los asombra y obliga a reflexionar.
Acerca de esa inquietud, me referiré a dos libros que la reflejan, uno de don Luis H. Álvarez, titulado Medio siglo, en el que relata sus andanzas en busca de la democracia; el otro es Señal de alerta, de Manuel Espino; el primero, que he leído con sentimientos encontrados, es un libro pausado y reflexivo, escrito con dos ingredientes fundamentales, tiempo para la manufactura y recuerdos; el otro, del que sólo he visto los adelantos para la prensa, es una obra apresurada y, por lo que se ve, de coyuntura política. Me referiré también, más adelante, a un artículo profético y agudo del senador José Ángel Conchello, quien falleció poco tiempo después de haberlo publicado.
El libro de Álvarez fue escrito y corregido con cuidado; la impresión que me da es que cuenta dos historias diferentes y sucesivas: en la primera encontramos frescura, recuerdos lejanos, pero entrañables, aventuras en su lucha por la democracia, campañas electorales, dudas entre los negocios y la política y la culminación, que es el largo ayuno que lo puso al borde de la muerte, todo por el respeto al voto popular en su estado de Chihuahua. Disfruté esta parte y me trajo buenos recuerdos de una época en que había en el ejercicio de la política de oposición buena fe, cierta dosis de ingenuidad, pero también eficacia. Les recuerdo a los panistas de hoy que, cuando llegaron los empresarios al PAN, éste ya era un partido en claro ascenso y con muchas ciudades importantes ganadas; presumíamos de que para 1985 el PAN gobernaba sobre unos tres millones de habitantes.
La otra parte del libro, la final, es otra cosa: es un alegato para justificar cómo en la presidencia del partido acabó de abrir las puertas de par en par y sin discernimiento alguno a los grupos empresariales y a los membretes derechistas patrocinados por la Coparmex. En esta segunda parte de la obra de don Luis se vislumbra la sombra de la extrema derecha, de los mercenarios sin ideología, pero hábiles operadores, y en los discursos que transcribe se adivina la mano o la manipulación de alguien más; el texto conduce a pensar en intelectuales de alquiler, listos a cobrar bien por su retórica, por sus sesudos análisis llenos de citas, pero lejanos a la ética. Lamenté en esta parte los olvidos y las evasivas; me pareció un intento por justificar los arreglos con el salinismo y el surgimiento de lo que Manú Dornbierer llamó el PRIAN.
El otro libro, el de Manuel Espino, del que sólo he leído los agresivos adelantos publicados en los medios, con frases claridosas y desafiantes, es un claro reclamo a los arreglos que el gobierno encabezado por Felipe Calderón lleva a cabo para cubrir el precio a quienes lo apoyaron para llegar al poder, haiga sido como haiga sido, y los que le servirán para intentar que salga adelante, “quede como quede”, la inconstitucional reforma al estatuto de Pemex.
Espino llama “arreglijos” a los acuerdos actuales de su partido, pero se olvida de que ese tipo de contubernios se han venido dando desde hace mucho tiempo; así se logró que el gobierno reconociera el triunfo obtenido por Ruffo en Baja California a cambio de apoyo a la reforma electoral favorable al sistema y así se frenó a Fox y se le entregó el poder en Guanajuato a Medina Plascencia, y así se ha venido haciendo desde entonces entre el PAN y el PRI; lo difícil es ponerse en lo alto de la pendiente, porque lo demás, descender por ella, ya es fácil.
Finalmente me refiero a un artículo del singular panista que fue José Ángel Conchello; lo escribió en octubre de 1996, siendo senador, y lo tituló, con su característico sentido del humor: “¡Tengan sus petroquímicas!”, expresión popular dirigida a Jesse Helms, aquel legislador estadunidense que tanto menospreciaba a México y que nos hostilizó tanto.
Me lo envió un viejo amigo de Conchello por la maravilla del correo electrónico. En él se pregunta José Ángel quién tomó la decisión de vender las plantas petroquímicas; entrecorre el velo y sugiere que pudiera haber sido Salinas de Gortari o los tecnócratas a quienes tilda de vendepatrias o alguien más, pero concluye que “la decisión de vender las plantas petroquímicas fue tomada por William Clinton, por Michel Camdessus, por las grandes corporaciones estadunidenses y no por el gobierno y menos aún por el pueblo de México”.
Termina diciendo que en lo personal le gustaría encontrarse alguna vez con mister Helms para decirle, haciendo el ademán adecuado, “tengan sus petroquímicas”.
Profundicen sus exámenes de conciencia, señores panistas: lean a Espino, relean a Luis H. Álvarez y piensen en la actitud gallarda del senador de su partido que vislumbró hace ya 12 años el callejón sin salida en que México se estaba metiendo por las ambiciones internas y externas y del que sólo podrá salir con patriotismo y una identificación entre los gobernantes y el pueblo.
OTRO Sí DIGO: Lectores amigos me han preguntado qué significa esta frase; les respondo: la usaban viejos abogados para agregar un pequeño texto, olvidado al redactar, al final de un escrito judicial.