Alfredo Jalife Rahme
La Jornada, 27 de julio 2008
■ Rusia nacionaliza las aguas profundas del Ártico
Algunos legisladores calderonistas –pésimamente “tarjeteados” por asesores clandestinos durante los debates del Senado– suelen desinformar con la supuesta asociación entre la híbrida noruega de control estatal Statoil (ranking 59) y “Rusia” (sin especificar). Por cierto, Statoil cambió de nombre a Statoil Hydro, debido a su reciente fusión con Norsk Hydro Asa. ¡Así de desinformados andan los panistas!
Con el fin de llevar agua a su molino ideológico-propagandístico, los desactualizados legisladores panistas se exponen al ridículo: pierden las proporciones entre la empresa de un relativamente diminuto país frente el gigante ruso (la primera potencia gasera del planeta), y soslayan la tendencia irreversible del Kremlin hacia la desprivatización, la renacionalización y/o la restatización, como se desprende de la disociación entre las empresas rusas con las británicas Shell y BP (Damian Reece, The Daily Telegraph, 22/7/08).
Lo que cuenta es la dinámica conceptual y no un hecho aislado estático sin mayor relevancia que expone los rescoldos del viejo orden petrolero de Yeltsin, quien llevó a la ruina a su país por su necedad privatizadora cuando los ingresos petroleros estatales se fueron a pique. Con la restauración del zar geoenergético global, Vlady Putin, durante ocho años el producto interno bruto (PIB) se multiplicó cinco veces y regresó a Rusia al primer plano geoestratégico, gracias a sus inmensas reservas de hidrocarburos y de divisas, protegidas por su poderoso arsenal nuclear.
Pareciera que los relevantes países productores de hidrocarburos le dan la vuelta a la privatización doméstica y/o foránea mediante la eclosión de empresas estatales que han florecido en Rusia y China.
En realidad, bajo el modelo de la globalización financiera todas las privatizaciones domésticas son foráneas parcialmente, cuando no mayoritariamente, debido a su cotización y control en las bolsas de valores de Wall Street y la City. Sin el control financiero de los estados, en el mejor de los casos, o de las empresas privadas domésticas, cualquier mañana las reservas de hidrocarburos pueden pasar darwinianamente a manos de las trasnacionales foráneas mediante una “captura hostil” en las bolsas de valores.
Esta situación la temen a la inversa, en la fase de profunda crisis crediticia del neoliberalismo global, el G-7 y la OTAN, ante la hipotética captura de sus joyas estratégicas por los países poseedores de los “fondos soberanos de riqueza”, primordialmente el BRIC (Brasil, Rusia, India y China) y la OPEP.
Desde el año pasado, Bajo la Lupa (12/8/07) había alertado sobre “La nueva guerra gélida por los hidrocarburos del Ártico”, donde se ubicaría 25 por ciento de las reservas del total planetario.
Nada detiene a Rusia en su odisea nacionalista. Después de que Putin desprivatizó, renacionalizó y restatizó la mayor parte de sus hidrocarburos, entregados insensatamente a los “oligarcas” parasitarios por Yeltsin (uno de los peores mandatarios de su historia), ahora el flamante presidente Dimitri Medvedev firmó una ley para desarrollar las inmensas reservas del Ártico exclusivamente por las empresas estatales con un mínimo de cinco años de experiencia, lo que de facto deja solos a Gazprom y Rosneft (Toronto Star, 18/7/08).
En lugar de operar con licitaciones, el gobierno ruso tendrá la discrecionalidad de seleccionar a las compañías estatales para desarrollar las reservas del Ártico. Medvedev considera a la placa geológica continental del Ártico como una “herencia nacional”. Las agencias anglosajonas de noticias que reportaron la nueva postura rusa aducen que se trata de una clara señal de un “movimiento hacia un mayor control estatal sobre la lucrativa (¡súper-sic!) industria energética del país” para “asegurar conscientemente el uso racional de la riqueza nacional”.
La nacionalización de las reservas del Ártico ruso se suma a la anterior ley decretada por el entonces presidente Putin al final de su mandato que estableció límites a la participación foránea en sectores estratégicos como la energía, telecomunicaciones y el sector aeroespacial. La clave de todo radica en la exquisita diferenciación de los sectores estratégicos que Rusia cierra a las inversiones foráneas y domésticas, y aquellas que no lo son y que se encuentran abiertas. Esto lo han entendido a la perfección los jerarcas del Deutsche Bank, quienes no han cesado de invertir selectivamente.
Los analistas anglosajones ponen en tela de juicio la “capacidad” de las principales empresas energéticas rusas de poseer las “necesarias inversiones y tecnologías” (nota: el estribillo fastidioso y odioso) para la extracción de sus mayores proyectos en el Ártico “sin una significativa participación foránea” (léase: anglosajonas; aquí la pirata española Repsol ni pinta).
Tampoco han de estar muy actualizados los analistas anglosajones, a quienes se los olvida que Rusia posee en reservas de divisas (la tercera mundial a punto de desbancar a la segunda, Japón), ya no se diga en “fondos soberanos de riqueza” y en “fondos de estabilización de contingencia”, mucho más que el flujo de caja de todas las petroleras anglosajonas juntas. Sobra recalcar que Rusia es una potencia tecnológica de primer orden y mata de risa que tales analistas anglosajones exageren el conocimiento monopólico anglosajón cuando hasta Brasil dispone de él.
Para estimular a su sector energético estatal, el gobierno ruso propuso una serie de recortes impositivos (¡al revés de Calderón y Pemex!), que les ahorrarían alrededor de 6 mil millones de dólares, además de condonar impuestos a las compañías que operen en el Ártico, con una duración de hasta 15 años o hasta que la producción alcance alrededor de 210 millones de barriles.
El verdadero escollo de Rusia radica en conseguir los casi 3 billones de dólares –que equivale a un poco mas del doble de su PIB– para desarrollar las reservas del Ártico ruso, lo que limita su explotación expedita.
A cada quien su “tesoro”: el Geological Survey de Estados Unidos (USGS, por sus siglas en inglés, 23/7/08) considera que el polo Ártico posee 90 mil millones de barriles recuperables de petróleo, suficientes para abastecer la demanda mundial durante tres años; amplifica la parte de Alaska y deprime la rusa.
También Calderón y su desinformada secretaria de Energía, Georgina Kessel, abultan con cifras alegres las reservas en las aguas ultraprofundas en el Golfo de México, que equivaldrían a las de todo el Ártico, según USGS; peor aún: Kessel duplica las exageraciones de Calderón.